Kurt Cobain: El antihéroe de una generación

En 1988 ocurrieron dos cosas importantes que influyeron en la cultura estadounidense. Por un lado, la tabacalera más grande del mundo, Philip Morris, compraba Kraft por $ 12,6 millones (estimado en unas seis veces el valor real de la empresa de alimentos). Por otro lado, Nirvana, una desconocida banda de garaje de Seattle grababa su primer disco, Bleach, con un sello independiente (costó apenas $ 606, el mismo año que la popular banda ochentera Tears for Fears producía su segundo trabajo discográfico por $ 1,6 millones).

En el caso de Philip Morris, se demostró un concepto comercial que era hasta entonces idílico: el valor de marca. En detrimento, Bleach sentó las bases de la popularidad de un fenómeno masivo que «señalaba con el dedo» la austeridad producida por bandas soft pop como Tears for Fears. Lo alternativo tendría, por primera vez, en esa década una representatividad inusitada, gracias, en su mayoría, al líder de la banda, Kurt Cobain.

A finales de los ochenta, Seattle era una suerte de capital del rock. Ahí convergían cuatro bandas que institucionalizarían esta nueva onda para que el fenómeno perdurara lo suficiente en la sociedad. Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains y Nirvana se encargaron de mestizar al rock entre lo pop y lo alternativo. Sus letras denunciaban, agitaban y llamaban a romper el establishment. Y, era una protesta desde sus integrantes, o al menos desde Cobain.

La personalidad depresiva, pero a la vez agresiva del frontman de Nirvana fue el resultado de una familia separada. A los 8 años su padre abandonó el hogar y trataba de ayudar a su mamá en lo que pudiese. La búsqueda de la mamá por un compañero sentimental hizo que Kurt se fuera tiempo después a vivir con su padre hasta que este se casó. Tenía 14 años, y entre la rebeldía y los problemas para adaptarse a la vida con sus tíos, encontró un pasatiempo para plasmar su creatividad artística, antes interrumpida (de niño dibujaba y pintaba), a través de una guitarra que le regaló su tío.

Kurt empezó a focalizar sus frustraciones. Con seis cuerdas componía sus mensajes de rebeldía, la que lo llevó a dejar los estudios y a peregrinar por los sofás de sus amigos. Anidó en uno, en el de Krist Novoselic. El futuro bajista de Nirvana era un amigo cercano de Kurt. Escuchaban la misma música y vivían con la misma intensidad. Juntos decidieron que era hora de liberarse del sufrimiento terrenal con lo único que los hacía trascender del mundo material, o sea, el Nirvana. Esta banda de garaje demostró que la música necesitaba un cambio social, como había hecho el punk en su momento. Y con la misma receta (temas con carga filosófica cuestionadora y melodías de pocos acordes, casi sin arreglos) dieron origen al grunge, un estilo totalmente nuevo y que repercutiría en toda la generación X.

Los hijos de los baby boomer, los X, fueron la primera generación expuesta al bombardeo de las marcas. Multinacionales como Philip Morris apostaban gran parte de su presupuesto al marketing, con el fin de posicionar a la tabacalera en cada rincón de la sociedad. Esta intromisión comercial hizo ruido en Kurt y lo llevó a protestar con temas como ‘Swap Meet’, que alude al quehacer de mercaderes que van por la vida vendiendo lo que consideraba basura.

Otra de las batallas ideológicas de Cobain fue la del machismo. Fue la primera estrella de rock que se pronunciaba contra algo que representaba el estilo de vida de los rockeros convencionales. En ‘Territorial Pissings’ (meado territorial), habla de machos que delimitan su espacio con orina, y uno de sus versos dice: «nunca conocí un hombre sabio, y si lo hice es una mujer».

Pese al descontrol y la destrucción después de los recitales de Nirvana, Kurt era fanático del romanticismo de la música pop, en particular de The Beatles. ‘About a Girl’ surgió después de escuchar toda una tarde el álbum Meet the Beatles!. Temas como ‘Drain You’ y ‘Lounge Act’ son producto de la ruptura con su novia Tobi Vail, lo que le causó una depresión considerable.

Para 1993, Kurt era la cara de una nueva corriente. Fungía de líder ya no de Nirvana, sino de toda la escena grunge. Esto, teniendo en cuenta que en Seattle había figuras representativas como Eddie Vedder y Chris Cornell. Sin embargo, Kurt aglomeraba al oprimido, al diferente, al chico del bullying de la secundaria, el del peinado raro y el que tenía más piercings de los que podía contar. Y a la vez era cool, marcaba estándares de moda, hacía que la cultura maderera de su natal Aberdeen se evidenciara en la camisa roja a cuadros arremangada que lucía dentro y fuera del escenario.

Pero Kurt volcó toda su imagen cuando aceptó hacer un unplugged con MTV. Para ponerlo en contexto: más que la precursora de la transmisión televisiva de videos musicales, MTV era la herramienta por excelencia del mainstream, corriente a la que en teoría se opuso Kurt. MTV fusionaba el marketing con un medio de comunicación, era la representante de las marcas en sí.

El 18 de noviembre de 1993, el trío grabó en los estudios de Sony de Nueva York un recital sin precedentes. Adornado con velas negras, sahumerios y flores blancas, el ambiente era el de un funeral. Kurt se despedía, quizás. Los fans y la crítica aclamaron el concierto. Los seguidores más extremistas lo odiaron al principio. Luego se reivindicaron al escucharlo en otra faceta, fuera del estruendo y el enojo de la destrucción en el escenario. Fue íntimo, auténtico y cercano. Tiempo después dijo arrepentirse de haberlo hecho «por unos cuantos dólares», pero lo cierto es que ese recital trasciende al género que él mismo inventó y lo puso en la palestra de los músicos respetados por su interpretación impecable, lejos de la furia que lo rodeaba de vez en cuando.

Como si hubiese querido decir adiós, poco tiempo después acabó con su vida. La presión de su inconformidad y su infelicidad le ganaron la batalla en un momento en el que entendió que no podía cambiar la dinámica de la industria musical, gobernada por el dinero y las relaciones de poder.

Kurt fue una marca, una identidad. Representó a las minorías, aunque como un estadista enquistado en el poder, sucumbió a las tentaciones de un modelo comercial que no soportaba. Él fue en sí muchas cosas, pero sobre todo un ser sensible y a veces errático, lo que lo convertiría en el antihéroe de una generación. La misma que recuerda intacta que este año se habría cumplido su 50 aniversario.