Fernando Pessoa, poeta de Lisboa, capital portuguesa, era uno y muchos a la vez. Y ese es el centro de la obra Los cinco entierros de Pessoa, que el grupo colombiano Teatro Tierra lleva montando desde hace un tiempo, y que llevó a la primera edición del Festival Internacional de Artes Vivas de Loja, el pasado noviembre.
En la obra, a Pessoa lo persiguen sus múltiples personalidades. Ricardo Reis, Bernardo Soares, Alvaro de Campos y Alberto Caeiro le susurran en portuñol sus versos, sus tribulaciones y sus dilemas.
La primera vez que se presentó la obra fue en Portugal. «Que un colombiano vaya a Portugal a montar Pessoa es como que un portugués vaya a Colombia a montar Cien años de soledad», dice el director de Teatro Tierra, Juan Carlos Moyano. Fundado en 1989, este grupo de naturaleza itinerante construye sus creaciones a partir de sus viajes: Su trabajo consiste en estudiar y asimilar la cultura de cada lugar al que van, cada tierra que visitan.
Hace treinta años, Moyano consiguió dos volúmenes con la obra de Pessoa en español y portugués. Ahí estaban esos poemas que para él constituyeron «una especie de enamoramiento de esa poética de la diversidad, porque Pessoa encarna a otros poetas, que están dentro de él mismo, pero que son bien distintos». La obra empezó a germinar cuando fueron invitados a Portugal.
Aunque Pessoa es un poeta, este no es un montaje declamatorio. Palabras en portugués y español se deslizan por el aire, susurradas por estos heterónimos que son como fantasmas a la caza del poeta. A partir de elementos como ese, la obra intenta ser congruente con la poética laberíntica y profundamente espiritual de Pessoa.
Ahora que acaba de empezar 2017, el año de Lisboa como capital cultural de Iberoamérica, recordamos esta conversación que sostuvimos en noviembre con el dramaturgo y director colombiano Juan Carlos Moyano, director de Teatro Tierra.
Teatro Tierra se ha caracterizado por su relación con el Caribe colombiano. Sin embargo, a Loja llevaron una propuesta sobre un poeta portugués. ¿Cómo surge Los cinco entierros de Pessoa?
Hace unos años nos invitaron a un festival en Portugal. En Lisboa nos relacionamos con la presencia de Pessoa, que es el poeta más representativo de esa ciudad. En Lisboa caminé por las calles en las que había caminado Pessoa, bebí vino en la tabernas que frecuentaba, visité los espacios donde había vivido y el mausoleo donde se encuentran sus restos. Fue inevitable la necesidad de hacer una obra de teatro sobre ese personaje tan dramático y tan fascinante.
Ganó el premio Iberescena para escribir esta obra. ¿Qué pasó entonces?
La idea tuvo un desarrollo lleno de posibilidades, porque pude estar unos meses en Lisboa. Fue una etapa de mucha investigación. Fui a los archivos, hablé con especialistas, leí buena parte de lo que escribió Pessoa. Allá, el Festival Internacional de Teatro de Alentejo y el grupo Lendias d’Encantar se interesaron en nuestro trabajo y nos propusieron que montáramos algo con ellos. Y no dudé en sugerir que hiciéramos algo sobre Pessoa y sus heterónimos.
¿Y cómo lo tomaron?
Ellos inicialmente fueron escépticos. Que un colombiano vaya a montar algo sobre Pessoa a Portugal es como si un portugués fuera a Colombia a montar Cien años de soledad. Sin embargo, confiamos en lo que podíamos hacer juntos. La primera versión la realizamos con portugueses, con un grupo cubano y con Teatro Tierra. Estrenamos la obra en un festival de Portugal, y los prejuicios que habían tenido porque un colombiano se metía con su poeta mayor desaparecieron.
Esto no solo sirvió de trabajo de campo para lo que vendría luego, sino que en realidad fue una experiencia en la que nos relacionamos con la lengua, la cultura la idiosincrasia portuguesa, y con el fantasma de Fernando Pessoa, que entre otras cosas, además de ser un gran poeta, era un hombre proclive al espiritismo, el esoterismo y los conocimientos herméticos. Por eso, invocarlo y evocarlo fue parte de la misma dinámica que nos sugería como personaje.
Pessoa es un poeta muy traducido al castellano. ¿Por qué la obra es en portuñol?
Hace unos 30 años, compré dos volúmenes bilingües, de español y portugués, de sus poemas, y eso para mí fue una grata sorpresa, una especie de enamoramiento con esa poética de la diversidad, porque Pessoa encarna a otros poetas, que están dentro de él mismo, pero que son bien distintos.
Utilizamos español y portugués porque Pessoa decía que su patria no era Portugal, sino la lengua portuguesa. Aunque estamos en países de lengua castellana, usamos ese idioma por la musicalidad de sus palabras, e intentamos hacer un equilibrio entre algunos vocablos y oraciones en portugués y en español.
Ustedes fueron los primeros en llevar al teatro Cien años de soledad….
Los primeros en el continente americano. Lo hicimos en 1992. Antes la habían montado rusos, búlgaros, suecos. Las habíamos visto y nos parecía que ahí no estaba el Macondo que nosotros habitamos porque somos habitantes de ese mundo garciamarquiano o quizá el mundo garciamarquiano es extraído directamente del imaginario caribeño.
¿Qué cambia con Teatro Tierra?
Bueno, el realismo mágico, como se ha llamado la literatura garciamarquiana, en Colombia es parte de la realidad, casi todos los contenidos de Cien años de soledad se encuentran en el imaginario de la costa caribeña, creo que eso difícilmente lo entiende un ruso o un sueco. El grupo sueco hizo la propuesta gramática sobre el conflicto de la familia, porque en Escandinavia uno de los grandes problemas es la disolución del grupo familiar. Los rusos se centraron en la genealogía. Tenían como escenografía un gigantesco árbol genealógico que ubicaba los personajes de acuerdo a la disección de la familia Buendía.
Pero para nosotros es algo más que eso; tiene que ver con todas las alusiones políticas, psicológicas, sociales, estéticas orales, literarias y vivenciales de una cultura. El trabajo lo hicimos a partir de una investigación directa: Fuimos a los lugares donde el imaginario garciamarquiano tiene raíces.
¿Aracataca?
La costa Caribe: Barranquilla, Ciénaga, Aracataca, Fundación, parte de la Guajira, Riohacha, Maicao, Cabo la Vela, Uribia, Manaure y Valledupar, todo eso conformó el universo garciamarquiano. Aracataca fue el pueblo donde nació García Márquez, y allí presentamos la obra, en el estadio de fútbol, pero no se reduce a Aracataca.
Y esta itinerancia está relacionada con el nombre de Teatro Tierra.
En 1987, nosotros vinimos a Ecuador a trabajar con Wilson Pico. Montamos una obra con ellos, La tempestad, de Shakespeare, en el parque El Ejido. En ese momento, a varios colombianos que veníamos a trabajar con el Frente Amplio Independiente, y entre ellos Clara Inés Ariza, que ha estado con nosotros desde entonces, se nos ocurrió empezar una nueva aventura creativa y montar un grupo. Nos dimos cuenta de que viajábamos mucho y vivíamos siempre llenos de tierra, de polvo. También queríamos hacerle un homenaje al planeta, y además nos pareció que el arte de hacer teatro era como una metáfora del arte de la labranza. Ahí nació el nombre del grupo, nuestra raigambre terrígena, los recorridos, nuestra necesidad de ser planetarios, no de globalizarnos, sino más bien de pertenecer a una circunstancia geográfica más amplia y al mismo tiempo afianzada a las raíces. Ser de la tierra significa ser del territorio pero también del planeta.
Y esa dinámica del grupo, ¿cómo se aplica a Los cinco entierros de Pessoa?
El monopolio hispano que hubo en nuestros países nos impidió conocer esa otra cultura ibérica. Es decir que para nosotros ir a Portugal fue un descubrimiento. Nos fascinó su tierra, su cultura, las características de sus escritores. Esta obra fue consecuencia de un viaje, de un enlace de raíces que desconocíamos; de nuestro amor por la literatura, y nuestra vocación por la poesía desde el drama, el teatro, la escena.
¿Qué es la Escuela Natural Itinerante?
Somos un grupo andariego que viaja buena parte del año. Eso nos proporcionó el espíritu que siempre nos ha movido. Cuando viajamos, no solo montamos obras, sino que realizamos talleres. La Escuela Natural Itinerante del Teatro Tierra es nuestro proyecto pedagógico: itinerante, porque siempre está en movimiento, y natural, porque siempre partimos de la naturaleza cultural de las regiones. Y eso es un juego recíproco, pues no solo estudiamos y asimilamos la cultura de cada lugar, sino que hacemos una recreación de valores de símbolos, rasgos y temas. Es una simbiosis que hemos aceptado como algo que nos enriquece.
¿Qué impresión les dejó el Festival de Artes Vivas de Loja?
La impresión que tenemos es que este festival va a jugar un papel importante en el desarrollo del teatro. No solo porque establece un contacto con otras formas de hacer teatro en el mundo, sino porque me parece que ha logrado relacionarse a profundidad con la ciudad. No es aislado. Toda la ciudad parecería estar en fiesta. En Colombia también tuvimos el nacimiento de festivales controvertidos que al fin terminaron construyendo nuevos caminos y posibilidades inéditas. En el arte, cuando uno se encierra a sí mismo, pierde perspectiva.
Antes mencionó a Wilson Pico. ¿Qué relación tienen con Ecuador?
Hace varias décadas nos hicimos amigos de Carlos Michelena, Christoph Baumann y del grupo Malayerba. Recuerdo cuando Arístides Vargas llegó exiliado de Argentina. Era un muchacho moreno, flaco, introvertido y luego se convertiría en ese gran director y dramaturgo que conocemos, un hombre respetado y apreciado por su trabajo y los aportes al teatro de este continente. Tuvimos mucha relación con Wilson Pico y Kléver Viera desde jóvenes.
Cuando Pico me invita a dirigir La tempestad, se consolida una relación que había nacido de las primeras visitas que había hecho él a Colombia.
¿Qué tipo de relación hay con la danza?
Sí, efectivamente vinimos un año a ecuador a trabajar con el Frente de Danza, y eso nos afectó mutuamente. La danza de Pico y Viera se hacen teatrales y nuestro teatro, sin quererlo, por el contacto y aprendizaje, asume el aporte de ellos. Aunque no somos danzarines y no pretendemos serlo, nuestro teatro tiene mucho que ver con la dinámica de la construcción coreográfica.
¿Cómo concibe Teatro Tierra al cuerpo?
Es la herramienta esencial del trabajo teatral que hacemos, es la cantera de donde surgen los niveles poéticos que queremos expresar desde lo físico. Sin el cuerpo no conseguimos el universo teatral que hemos creado. Por eso siempre entrenamos para lograr el tono, la memoria y la calidad que necesitamos para que la obra salga como queremos.
Últimamente aquí se ha hablado mucho del cuerpo como la expresión de lo que no se puede verbalizar. ¿Lo asumen así?
Sí, porque a través del lenguaje escénico, en el que cuerpo es fundamental, se logran decir cosas que de otra manera no se podrían expresar. La palabra a veces no basta para transmitir ese universo de sensaciones en constante ebullición que el ser humano vive y logra manifestar a través de sus acciones, sus gestos y sus movimientos, para nosotros como para buena parte del teatro contemporáneo, el cuerpo resulta decisivo. El nuestro no es un teatro que se reduzca a lo verbal, aunque sigue existiendo dramaturgia, textos, y también se amplifica el nivel de comunicación con los espectadores, gracias a que el cuerpo es, en cierto modo, infinito como mecanismo de expresión natural.