José Miguel Cabrera Kozisek
|
Fernando Iwasaki tiene un fetiche con las tumbas de los escritores. Cada vez que viaja, la agenda suele incluir la visita a un cementerio. En 2012, cuando vino a Guayaquil, fue a visitar la de José Joaquín de Olmedo. Fue en uno de estos lugares, pero en Francia, donde el escritor peruano sitúa la historia que cuenta en el prólogo de su libro El cóndor de Père-Lachaise.
En esa necrópolis en la que descansan, entre otros, Marcel Proust, Balzac, Oscar Wilde o Miguel Ángel Asturias, la tumba con la que verdaderamente conectó Iwasaki fue la de Juan Martín de Ycaza, un joven de 16 años fallecido en 1890.
Lo que le llamó la atención de ese mausoleo fue un cóndor. El que va sobre el escudo de armas de Ecuador, una imagen que Iwasaki tenía muy presente en los recuerdos de su infancia, en especial al tiempo compartido con su abuela guayaquileña.
“Me hacía ilusión publicar un libro en Ecuador para contar la historia del cóndor de Pére-Lachaise”, dice Iwasaki. El escritor peruano, autor de obras como el Libro del mal amor (2012) o Helarte de amar (2006), reunió ocho relatos para este volumen que publica la editorial El Conejo.
Reconocido a mediados de julio de 2019 con el premio Excelente por su labor de difusión y preservación del idioma, Iwasaki fue invitado a Ecuador para participar en la feria Libre Libro, de la Universidad de las Artes, y para presentar su antología de cuentos en Guayaquil y Quito.
Escritura en círculos
La española cuando besa, el primero de los cuentos que aparece en esta antología, es un juego de miradas en el que la historia, al final, cambia por completo, aunque siga siendo exactamente la misma. Es un recurso que Iwasaki usa en otros relatos, como en El vuelo de la libélula o en Otra de Mefistófeles y el andrógino.
Que la narración tome otra perspectiva hacia el final es algo que Iwasaki identifica con una noción que atraviesa a los cuentos de Borges y de Cortázar: la circularidad.
Son historias que “siguen un itinerario que uno cree que es lineal, pero no, es circular”, dice el autor, interesado en usar este recurso tanto en cuentos largos como en otro de sus géneros predilectos: el microrrelato.
Defensor del español
Uno de los cuentos incluye notas del traductor. Y se trata de un traductor que no existe. El cuento fue escrito enteramente en español, pero Iwasaki agrega ese elemento como parte de la ficción. La historia que se cuenta en La española cuando besa —pese a que el título anuncia que la protagonista es una española— en un juego de miradas y está narrado por distintos personajes, la mayoría gente de Nueva York.
“Yo le dije algo dulce (Come, honey!) y ella me llamó cariño”, dice el hombre de la barra, uno de los narradores de La española cuando besa.
“Esa parte del relato ha sido contada oralmente por una persona que no hablaba español”, dice Iwasaki.
Un juego de lenguas que no es aislado. Incluso se desarrolla entre variantes del español, como ocurre en El beso de la Mona-Mujer, donde conviven una oralidad andaluza y otra costarricense, o en Una novela por palabras, que está en mexicano.
No es un tema menor. Iwasaki, premiado por la Fundación Madrid Excelente por su defensa y difusión del español, es un crítico de los subtítulos que traducen el castellano entre un lado y otro del Atlántico, como ocurrió en Roma.
“Pero yo lo he visto como en 14 películas colombianas, peruanas… incluso Amores perros fue subtitulada en España”, dice el escritor, radicado desde hace décadas en Sevilla, y señala que “en Francia nunca subtitularían el francés de Camerún”.
Iwasaki considera que el español es una lengua muy vital en internet.
“Y al mismo tiempo es una lengua en la que todavía no se hacen grandes negocios, todavía no está representada en las 200 mejores universidades del planeta y no es muy importante para la diplomacia internacional o para las ciencias”, dice, señalando que la cantidad de revistas indexadas en este lenguaje, en contraposición con el inglés, es mínima.
Pero existen 570 millones de hablantes en español, “y queremos que haya más ciencia, más investigación y más financiamiento para las universidades de países de habla hispana”, dice, y hace una comparación con el fútbol: “El presupuesto del Real Madrid es superior al de la Universidad Complutense, y el del Barça al de la Pompeu Fabra”.
Sostiene que “hay que darle al español el lugar que se merece”. La tecnología es otro ámbito en el que el idioma necesita ganar espacio, en especial por lo cotidiano.
“El corrector de ortografía de un celular tiene menos vocabulario que un lector culto, y a veces no te permite incluir ciertas palabras”, y explica que esto hace que quienes dependen de la tecnología reduzcan su vocabulario, lo que a la larga “empobrece a la lengua”.
Alguien tenía que decir todas estas cosas en España para apurar la discusión. Y ese alguien fue Iwasaki.
Memoria y archivo
Una novela por palabras relata la historia de cuatro personas buscando el amor a través de anuncios clasificados. Cuando Iwasaki escribió ese cuento, ya había redes sociales. El autor anota que “la gente ya no se acuerda de ese tipo de anuncios, pero aún existen”.
Hay algo de archivo y mucho de memoria en estos relatos. Por ejemplo, en Los naipes del tahúr, un grupo de escritores se maravillan cuando descubren que un amigo de ellos, un librero llamado Abelardo Linares, conserva el baúl de un escritor llamado Manuel Forcada Cabanellas.
Dentro de ese baúl se encuentra el manuscrito de Los naipes del tahúr, una obra que Jorge Luis Borges no pudo publicar, algo que más adelante le alegraría, porque en su propia autobiografía decía que “era malísimo”.
Muchos de los personajes son reales. Abelardo Linares existe y es librero. Manuel Forcada Cabanellas existió. Félix del Valle, protagonista del último cuento, El derby de los penúltimos, también.
Es decir que el lector de El cóndor de Pére-Lachaise tiene la opción de ir más allá de la ficción y buscar en Google a estas personas.
Salir de las páginas y reconstruir esas historias ofrece toda una nueva perspectiva. Otra forma que encontró Iwasaki para cerrar sus círculos.