Leopoldo María Panero en Guayaquil
Por Wladimir Zambrano
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Es martes, 12:30 p.m. al sur de Guayaquil, en Los Esteros se quiebra la calma del sueño y cinco jóvenes leen, descompuestos, por las libaciones del ron: “Alba (Te fuiste, dejándome sin mí)”…”Tú/ la palabra que cae de mi boca,/los alces que galopan enloquecidos hacia la pradera leída,/ en el margen donde recobro la mujer robada, /aquella de que Dios nos castró, ayer, en el origen: Yo. /El sol me llama, / el sol llama con su brillo… Nos interesa que su padre fue el poeta oficial de la España franquista… Nos interesa que viene de una familia de poetas nobles… Nos interesa su increíble deseo por destruirlo todo… Nos interesa que junto a Eduardo Haro Ibars, significó la modernidad de la poesía española… Nos interesa la podredumbre de la verdad, su certeza oscura… Nos interesa alcanzar un borde elástico para nuestros brazos estirados por el hambre… Nos interesa caer más bajo, tocar fondo, esperando aquello nos dibuje un límite para entender la tormenta que pasa en el cerebro.
Tengo 19 años y es la primera vez que escucho sobre Panero.
Vaso a vaso los amigos me comentan la gran dificultad de conseguir los libros de Panero, de su historia y su particular familia, de cómo toda su poesía representa un caso terminal de integridad moral hacia los cancerígenos caballos de la compostura social… “Y al momento de pensar eso, un niño/orinó sobre la masa derretida, dando luego de beber vino rojo y fuerte a un sapo/ para que borracho riera, riera, mientras caía sobre el invierno de la vida/la lluvia más dura. Y al verlo, / y mientras me arrastraba cojeando entre los muertos, pensé: llueve, llueve siempre entre las ruinas./ Y mi madre rió,/ al oír aquel ruido que delataba mi pensamiento”
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Son las 3:25 a.m. en Guayaquil, pero en otro continente, en el Hospital de Gran Canarias la cosa es distinta, los locos se mueven en tremenda actividad y todo es un caleidoscopio de gestualidades crípticas y sonidos guturales. Ernesto Carrión ya ha hablado más de 3 veces con el director del psiquiátrico. Le informan que Panero está bien, que ha accedido a atender su llamada telefónica, pero que en todas las ocasiones anteriores estaba fumando o simplemente no quería ser molestado o simplemente se le olvidó atender. Ahora dice que sí, que ya está cerca del teléfono, que ya viene, Ernesto me mira y se queda en silencio unos segundos: – ¿Aló, Leopoldo? Panero contesta afirmativamente y agradece el llamado, Ernesto lo saluda, comenta un par de cosas sobre sus libros, le explica que lo llama desde Guayaquil, que es una ciudad que queda en Ecuador y que quiere invitarlo a un encuentro internacional de poetas. De inmediato contesta que sí, que está encantado, que afinen los detalles con el director y con Lucrecia, su asistente médico, quien no deja de estar sorprendida ante la facilidad con que el poeta responde.
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Cerca del medio día: el tráfico vehicular de Guayaquil es insoportable. Es 20 de Octubre del 2010 y después de una larga serie de dificultades burocráticas, Panero está aquí. Me encuentro con Ernesto Carrión y Luis Cheme en el lobby del Unihotel.
Subimos. Panero está de malas, dice que se ha intoxicado, vomita. Le decimos que queríamos hacerle una entrevista, que venimos después, pero insiste: “quédense…, en todas partes veo asesinos”…. Apenas nos sentamos decide que tiene que bajar al parque seminario para coger aire. Ya en el parque le preguntamos cómo se ha sentido y responde: como una oración para que el día no salga… De pronto quiere ir de librerías, cambia de parecer muy rápido, paramos un taxi, en el transcurso le repite al taxista: que en todas partes ve asesinos. Tiene siempre la mirada en otro tiempo, en su presencia hay algo de bruja, de demonio, de rey, de dios caído en la desgracia de la forma. Camina lento, pero es muy expresivo con sus manos. Llegados a la primera librería: revisa los estantes, se retira, no le interesa nada. Llegados a la segunda librería, se repite el ritual anterior, pero con la novedad: agarra dos libros de su autoría y simplemente se va ante el asombro de todos. Nos dice que lo único que le ha interesado es una Biblia Satánica de Antón La Vey que vio en la exposición de la Feria, pero que le fue arrebatada por uno de los encargados. Luego de esto salimos de Mall del sol hacia el sector de los bares, nos instalamos. Panero fuma, fuma siempre, pero se pega dos bocanadas y luego hunde el cigarrillo contra el cenicero, acto seguido vuelve a encender otro…tiene una cajetilla, pero quiere dos más, necesita estar seguro que no le harán falta luego. Tratamos de comprar, pero no hay la marca que fuma, Panero insiste, quiere dos cajetillas más, mientas la mesa de invitados crece con los poetas Héctor Hernández y Nicole Delgado. Los autógrafos deben esperar, Panero dice que no moverá un dedo hasta que lleguen sus cigarrillos. Pasa un vendedor ambulante, se enciende una idea… Lo miro fijamente y pregunto: ¿Leopoldo, si te traigo unos Luckys sueltos, firmas los libros? y con su amplia sonrisa de niño enfermo, empezó a firmar…
Luego vino la inolvidable lectura de Panero en el MAAC, su telúrica belleza: como un presagio de pólvora a punto de reventar, aquella fue la única vez que un auditorio tan grande se llenaba de jóvenes que querían escuchar poesía (de manera voluntaria, no obligados por sus profesores, ni por las autoridades) sino convocados por su monstruosa belleza… Apenas a unas horas de su muerte…Una pena… Un gesto… Un ademán… Solo queda decirte gracias por aguantar tanto: hermoso dios arruinado…
DATOS
- Leopoldo María Panero era hijo del poeta Juan Luis Panero y la escritora Felicidad Blanc, sus hermanos Juan Luis y Minchi también fueron poetas.
- Los últimos 20 años de su vida los pasó internado en un psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria por un diagnóstico de esquizofrenia
- Murió el miércoles 5 de marzo por un fallo multiorgánico, producto de la enfermedad que padecía.