Somos fragmentos, imágenes vistas desde un fósforo que se enciende y apaga, la memoria. Las palabras se disfrazan de otras y no dicen lo que deben decir, se corrigen y deconstruyen como si se tratara de andar sobre puentes que se caen apenas cruzamos. El decir se pierde en hilos de recuerdos que tejen una historia añorada, desliz de tiempo detenido que se escurre al evocarlo. Lo perdido e imposible, lo inconcluso y tembloroso de sentido, como si el poema estuviera reflejándose en una fuente y desaparece apenas lo palpamos es la experiencia primera que nos transmite esta breve selección de textos de Inti García. Existe en esta fragilidad aparente, en esta suerte de levar anclas al sentido, una propuesta de que la poesía es siempre otra cosa no dicha, una anguila acariciada casi en el aire, un recuerdo al que rescatamos en un parpadeo o la evocación del otro desde la pérdida o desde las señales amorosas del viaje, la fundición del ser con el paisaje o la vigilante «virgen foco», amenaza de claridad ante la duda que se enciende. En el ritmo, suena ternura, intimismo de caminante melancólico que nos dice sin decir.
Virginia Benavides
Las estrellas brillaban hasta abajo
Este poema
es una alpaca bebé.
Te debo,
porque lo jugamos a la suerte,
una cantidad más
y más
y más grande
de poemas
y más.
Le estoy apostando a viajar contigo.
Le estoy apostando a dibujar para ti.
¿Ya? Sobre la carretera
un retén policial nos demoró
más de una hora
y después de unos kilómetros
las vendedoras de manguitos
nos regalaron
una imagen que nos hace reír hasta la fecha.
Ni tú ni yo
(ni tú) (ni yo)
revelaremos
el nombre de la ciudad sagrada
donde dibujaste
espirales rojas en mis manos.
El nombre de la ciudad sagrada
donde recostados sobre la hierba
observamos por horas
(y horas) el ir
y venir de (decenas
de) decenas de turistas japoneses,
alemanes,
etcétera, por la plaza principal.
Mi voz no quiere ser un feto de llama.
¿Ya? Sobre la carretera
sobre los caminos
(todos)
la carretera cruza
la cordillera
nevada, la selva, la costa,
el desierto.
La carretera cruza
la arena donde un calendario astral
se extiende por kilómetros
en figuras gigantes
donde brillan porque no brillan la ballena,
el mono, el cóndor, el colibrí,
la iguana, donde brillan porque no brillan,
la araña.
La carretera
cruza el geoglifo gigante de la iguana
y es la carretera un geoglifo gigante
cruzando todo nuestro continente.
Y de los demás caminos
yo recuerdo
tus venas,
que forman figuras pequeñas en tus ojos.
La espiral de piedra del desierto
repite una espiral de sangre en tus ojos.
Yo recuerdo tus ojos
y nuestra galaxia destella
si recuerdo la espiral de plata
de tus aretes.
Me gusta
comer del mismo plato
contigo
como
cuando la sopa
de zapallo, la trucha frita
o como cuando comimos lomo
en un puesto ambulante
afuera de la estación del tren.
Mi boleto de tren,
tres o cuatro veces
más caro que tu boleto de tren
porque en tu país soy extranjero.
Tú eres mi único país.
Y en el lago
(navegable)
más alto del mundo
tú me tejiste una pulsera de totora,
la misma planta con la que
se construyen
embarcaciones desde
hace siglos
y navegamos nosotros
en un barquito con cabeza de puma
de totora
y tú misma
amarraste la pulsera
a mi mano derecha con tus dos manos…
Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida
Ella pensará que mi genoma deletrea sin matices la palabra traición. Entre fiestas de espuma perdí la capacidad de leer el futuro en cada espejo de las bolas disco. Mira qué lejos se ve desde aquí el esplendor blanco del polen que se eleva sobre la pista. Mira qué remota suena la respiración del invierno en que aprendimos a congelar bengalas mientras nuestros ojos perdían el control.
Mientras yo te perdía.
Sesiones Quiñihual (Track 10)
Enciende un fósforo sobre dudas inflamables y me reta. Otra vez me está retando la Virgen Foco. Me desprende de sus brazos e ilumina el camino de tierra donde armo ramilletes de cardos secos. Detrás de las cercas del corral, me vigila la Virgen Foco. Como una lechuza entre banderas rojas se esfumará cuando suene la alarma. Ella musita una plegaria en su pecho,
pero desaparece sobre la ruta.
Taller de encuadernación japonesa
¿Alguna vez encuadernaste conmigo un álbum de insectos a las tres de la mañana? Hoy dibujo escarabajos en láminas de papel arroz. La memoria es un potro enfermo que marcha forzado hacia la casa colonial donde trabajábamos con agujas. ¿Quién de los dos gustaba de sentarse en el patio y personalizar el estudio del color a través de los hilos? Si las tapas de nuestro álbum fueran anaranjadas, elegirías textiles blancos para anudar lo que nunca podrá ser atado. Es un álbum de osamentas
y el óxido del cobre no ha cambiado tu rostro.