Desde hace algunas semanas ha causado revuelo una declaración de una chica venezolana que dijo que los ecuatorianos son feos e indios. Feos e indios… Y cómo ha dolido esta frase, tanto, que incluso se ha solicitado que quien la dijo sea declarada persona no grata en el país, y se ha generado una ola de odio y de xenofobia impresionante hacia nuestros hermanos venezolanos. Solo por dos palabras… Y estoy segura de que aquello de ‘feos’ ha afectado a la mayoría de la población menos que lo de ‘indios’, porque nuestra sociedad es tan básica y acomplejada que interpreta esto como un insulto. Si, como sociedad, fuéramos más maduros y estuviéramos conscientes de nuestra identidad, decirnos ‘indios’ no sería un insulto. Y esa palabra, que habla de lo que es parte de nuestra identidad, no hubiera desatado una cadena de otras tantas palabras hirientes, groseras y xenófobas hacia quienes llegan a nuestro país buscando un refugio ante lo que pasa en el suyo.
Los días posteriores a que se hiciera ‘viral’ la declaración de esta chica (muy desubicada, es cierto, porque es mejor guardarse ciertas apreciaciones), las redes sociales y los espacios de comentarios de los medios se llenaron de insultos. Empezó a aflorar lo peor de los ecuatorianos, lo que demuestra que sí hay muchos ‘feos’, con una mente tan chiquita que no son capaces de dar a las cosas su verdadera dimensión.
El hecho de que esta chica haya dicho lo que dijo no era una justificación para demostrar lo groseros, insensibles, acomplejados e intolerantes que podemos llegar a ser. No es una justificación para insultar ni para generalizar, y mucho menos para despreciar a toda una colectividad que trabaja y se esfuerza lejos de su casa.
Lo más triste es que estas cuestiones no son aisladas. Los insultos y las actitudes despectivas hacia el otro, al que viene de afuera, suelen ser muy comunes en nuestro país. Cada vez que se da una ola migratoria, suelen escucharse frases que tildan a los extranjeros de ladrones, de narcotraficantes, de prostitutas, de vividores, etc., etc., etc.
Nos olvidamos de tantas veces en que la gente de nuestro país ha tenido que dejar todo e irse a vivir afuera. Nos olvidamos de la discriminación que sufren tantos compatriotas. Somos incapaces de ponernos en los pies del otro, y juzgamos a todo un colectivo por dos palabras desafortunadas o por un solo individuo que no lo representa. No podemos ver más allá de nuestro pequeño ego herido, y hacemos que las palabras delaten lo pobre que puede ser nuestra mente.
También, como dije al principio, es muy triste que una palabra como ‘indio’ nos parezca un insulto. Como si no supiéramos de dónde venimos, como si la ‘blanquitud’ y la ‘pureza étnica’ fuera lo que nos caracteriza. Por suerte somos una mezcla de muchas cosas, de muchas etnias, de muchas culturas, de muchos procesos, que no solo se revela en nuestra apariencia física, sino también en nuestras costumbres, en nuestra lengua, en nuestra cultura. Y esa mezcla es lo que nos hace valiosos. No deberíamos perder el tiempo en insultar al otro por venir de donde viene, ni por hacer lo que hace, cuando estas circunstancias (la procedencia y las actividades) son tan dignas como las de cualquiera de nosotros.