Poesía y resistencia contra lo deleznable

En el mundo contemporáneo, la velocidad es el medio que lleva y mutila a las palabras y al lenguaje que les da vida, en cuanto las reduce y apoca a su mera eficacia, con el fin de llegar en forma previsible a ese individuo anónimo, por lo general corto de luces, que somos todos y nadie; alguien que sostiene en sus manos un artefacto que hasta hace unos cuarenta años era inimaginable: el celular y su infinidad de inesperadas alternativas en programas y opciones, que determinan que ese adminículo (y no el individuo) sea la pieza insustituible de la modernidad por su maravilla, y a la vez, por su inmanente poder de sujeción.
Hablar de poesía, en la segunda década del siglo XXI, es un anacronismo. Pero es aquí y ahora que debemos señalar su papel preponderante. Desde de la Edad Media (en el siglo X hasta mediados del XIII), la poesía viajaba a través de esos seres conocidos como juglares o trovadores, que deambulaban por plazas y mercados, por villas y pueblos, y quienes, además de entretener con sus largos relatos o canciones habladas, crearon la resistencia que comunicaba lo más elevado del espíritu humano: luchar contra el olvido y mirarnos —así sea por un instante— como nosotros mismos.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, un espíritu nuevo de reconstrucción pareció embargar a la humanidad. Se pensó que la convivencia, el trabajo y el esfuerzo común podrían llevar el bienestar a esa sociedad que buscaba restañar sus heridas. Fue un corto tiempo de optimismo, que duró hasta que los banqueros volvieron a llenar sus arcas en casas amplias y abiertas al público. Y, de nuevo, la mezquindad humana mostró sus garras y los señores de la guerra dirigieron desde el norte sus pasos hacia Corea y a Vietnam, llevando ramos florecidos de ambición y de muerte. Ese fue el telón de fondo que antecedió a Humberto Vinueza.
Nacido en Guayaquil en 1942, y radicado en Quito, el poeta mostró desde joven una empatía por la vitalidad y fortaleza que emanaba de los sectores populares, y también por las injusticias en que vivían los campesinos, obreros e indígenas del país.
Con un temperamento decidido y cercano a las luchas que mantenían estos sectores, abrazó como propias las causas de la solidaridad y la justicia. Lleno de entusiasmo, viajó a Rusia para estudiar ingeniera agronómica en la Universidad Patricio Lumumba, impulsado por ese vasto país donde la Revolución rusa abría sus puertas a los jóvenes de América Latina y del mundo.
Nuestros países, desde los más pujantes hasta los más anónimos, trepidaban bajo esa corriente sísmica que se llamó Mayo del 68, provocada por los estudiantes de París, que buscaban, como el cauce desbordado de un río, arrasar —a través de la sensibilidad, la inteligencia y la desobediencia civil— con los pilares de un poder basado en la desigualdad, las arbitrariedades del Estado y aquella educación retardataria en que se sostenía el establecimiento.
En la década de los setenta, Humberto Vinueza trabajó junto a los indígenas y campesinos de la Sierra ecuatoriana, involucrándose en proyectos que intentaban alcanzar una reforma agraria en el Ecuador. Estos vínculos directos con la realidad alertaron una sensibilidad crítica y un humor mordaz que se plasmó en su primer libro, Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro (1972), que sería —junto con el trabajo del poeta Rafael Larrea— la obra transformadora y que iba en contravía de la poesía al uso que se escribía en Ecuador y en gran parte de América Latina.

 

miss Ecuador miss Ecuador
le digo a la estatua de la independencia
que siempre ha estado de espaldas
al palacio de gobierno

Alejada, por supuesto, de esa intención mendaz y edulcorada, de genuflexión falsa ante una y mal llamada «patria», que no era más que el disfraz con que se cubría la visión de un país pobre y explotado.

 

aquel borracho me recuerda el himno nacional

Aparecieron luego títulos como Poeta tu palabra (1989). Alias lumbre de acertijo (1990), con el que recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade en 1991; Tiempos mayores (2001), Constelación del instinto (2006), Árbol de los vínculos (2011).
Publicó la antología Noticias del polen en Caracas en el 2011. Verso travesti en edición bilingüe (italiano/ español) en 2014. En 2012, recibió uno de los galardones más importantes de poesía en América Latina, el Premio José Lezama Lima de Casa de las Américas de Cuba, por su libro Obra cierta. Antología 1959-2006.
La historia, como reflejo de los habitantes que la pueblan y la hacen posible, alcanzó en su poesía nuevos y deslumbrantes matices.

 

y si él no vuelve
¿cómo podré ocultar el amor
vestida así de alocada amante
si en Quito por la libertad y por la gloria
todos andan desnudos?

 

Su poesía está marcada por la reflexión de mirar detrás de las palabras y lo que ellas connotan, apoyada por pensadores y filósofos marxistas o de la más ambiciosa claridad, Lukács, Derrida y Guattari, entre otros.

SOY UN MENSAJE DE LA HENDIDURA

del resquicio
del frenesí que se disfraza de tiempo errático
con las invertidas muletas de la coherencia

un signo de antes de la noción de ansiedad
en diálogos constelados
viajando en el torrente del cielo

soy la contraseña de alguien
que en algún lugar en este instante
necesita otra voz abierta hacia todo

y otra edad felina que ronronee
con perfumada sutileza entre las flores

 

Humberto estuvo con los jóvenes escritores y artistas que se movían en grupos de conjurados, llenos de pasión desacralizadora en revistas y publicaciones que circulaban como pequeñas pero fulminantes bombas caseras: los Nadaístas en Colombia, los del Techo de la Ballena en Venezuela, El Corno Emplumado en México y, en especial, con los Tzántzicos en Ecuador, esos reductores de cabeza que irrumpieron en Quito con Ulises Estrella, Francisco Proaño, Alejandro Moreano, Simón Corral, Raúl Arias, Alfonso Murriagui, Abdón Ubidia, Antonio Ordóñez…
Vendrían otras revistas y grupos en los que Humberto participó directamente, como La Bufanda del Sol y El Frente Cultural, que con el tiempo conformarían la actual literatura del Ecuador. Fue por esos años que recibí de sus manos un saco de lana color mostaza, el cual usé durante largo tiempo, en ese estado de alegre incertidumbre que, como colombiano indocumentado, viví en Quito. Pero, lo más importante, fue el grueso tomo que me obsequió, Las guerras campesinas en Alemania, de Carlos Marx, publicado en Ediciones Progreso de Moscú, el cual me entregó como el libro en el que estaba cifrada la más rica e inesperada poesía.
Desde el principio, se vinculó al proyecto político que inició el Ecuador en 2007, cuando formó parte del primer Ministerio de Cultura, institución tan esperada en el ámbito de artistas y gestores. En la segunda gestión del Ministerio, se intentó establecer una acción programática como verdadera política de Estado, que devino en un ejercicio continuo de erráticas acciones burocráticas.
También desplegó su trabajo como asesor en política con otras entidades, hasta su alta designación durante varios años como embajador de Irán y Pakistán, de donde regresó con la misma alegría y vitalidad de siempre. Los días pasaron en el reencuentro con su ciudad y sus amigos, hasta el 15 de marzo de 2017, el día en que terminó de revisar y preparar con el editor Ramiro Arias los dos tomos antológicos de su obra, que la editorial Eskeletra pondrá en circulación en su homenaje.
En una de las últimas entrevistas que concedió, este poeta dijo lo siguiente: «Busco y exijo en la poesía la exactitud de una emoción o un pensamiento de lo cotidiano, de lo sublime, del amor, de la muerte, de la soledad, del abandono». Esta frase, sin lugar a dudas, sintetiza la obra de Humberto Vinueza, quien marcó la esencia de su poesía como quien ve a su país en un espejo, con la reflexión y el poder que exigen las palabras.