Hablarle a un pez

«Voy a tener un año estupendo y voy a volver a París sin aguacero». Toty Rodríguez en Mi tía Toty

Querida:

Imagínate que alguien –se dice el milagro, pero no el santo– me pasó la película en la que tú haces de ti y la vi anoche, mientras me comía un arroz con huevo frito, en mi departamentito de soltera en Madrid. Toty, iré al grano: yo soy tú. Por supuesto, no tengo tu sobrenatural belleza. ¿Qué se siente, dios mío, ser tan hermosa? Qué estupidez llamarte guapa en pasado –ese fue que usa la gente, tan afilado como una daga– cuando tu belleza no tiene nada que ver con la edad ni con la piel ni con la tersura, sino con esa especie de luz melaza que emanas y que encandila y atrapa al que posa sus ojos sobre ti. Aun así, con mi atractivo modestito, soy tú. Primero me identifiqué con tu casa repleta —tu exageración de bolígrafos, tus remedios en la mesa de la cocina, tus anaqueles atiborrados (te amé en los detalles: tú buscando la taza y el platito que le correspondía), los retratos que de ti hicieron grandes artistas, tu ekeko, tus frascos de perfume— y recordé aquello de La Eneida: sunt lagrimae rerum, hay lágrimas en las cosas. En mis cosas también hay lágrimas, Toty, más de las que puedas secar en un día bueno, son tantas y se acumulan como la condensación cuando afuera hace mucho frío y ya no hay forma, no hay trapo que pueda enjugarlas. Pequeña Toty, lo que yo querría es envolverte en una colchita, acurrucarte en mis brazos y canturrearte La vie en rose o Don’t worry baby hasta que te duermas sin drogas. Toty, hija mía, cachorro a la intemperie del mundo. Más que un documental, yo lo que vi, te lo digo sinceramente, fue un espejo. Vi mi vida, Toty, lo que está siendo mi vida conmigo, lo que está haciendo mi vida conmigo. Te compadecí y te temí o, lo que es lo mismo, sentí piedad por mí misma y me di miedo. Vuelvo a los griegos, que lo supieron todo. Aristóteles en La Poética dice esto:

La tragedia es, pues, la representación (Mimesis) de una acción seria (Spoudaias), completa en sí misma y de una cierta magnitud; en un lenguaje embellecido con varias clases de embellecimiento, cada uno de los cuales tiene su lugar correspondiente en las diversas partes, en forma dramática y no narrativa, y que, además, mediante una serie de hechos que suscitan compasión (Eleos) y temor (Phobos), tiene por efecto elevar y purificar (Katharsis) el ánimo de pasiones semejantes.

Eso fue: la increíble catarsis de ver tu tragedia, la capacidad estremecedora, bella de una forma catastrófica del arte de mostrarnos dónde y cómo vamos a acabar. De conmovernos, pues. Uno se hace su destino, dices, y se te ve peleando con un carro desvencijado que da problemas y reenvasando vino de cartón en botellas de vidrio y comprando sábanas de mercadillo callejero y haciéndote tú misma la prensa de tus obras de teatro y poniéndole precio a tus cosas —hay lágrimas en las cosas— para venderlas por internet. Uno se hace su destino, dices, y le llamas a esa depresión de caballo, a ese monstruo que te arponea contra la cama un estado de ánimo de mierda, una chiripiolca. Cuando me coge la depre… pucha. Cortas la palabra para que no sea tan fea, pero es fea y es tuya: depresión. Yo lo que vi, Toty, hermana, fue a una mujer que optó por la soledad tal vez no tanto porque la quisiera, sino porque vivió —vive— un momento histórico en el que el compañero de vida no da la talla para ser eso, un compañero, sino que es una carga, un dueño, un problema. Eres yo misma —yo soy tú misma— cuando dices yo no soy lesbiana porque me gustan los hombres, pero qué insoportables que son, carajo. Y también eres yo, soy tú, cuando miras a Pedro, el hombre de tu vida, el humor de tu vida, tu mejor amigo, tu adorador que, sin embargo, se casó con otra. ¿Se pasa de puntillas por eso en Mi tía Toty, no te parece? Como para no hacer más sangre cuando, en realidad, esos segundos del almuerzo en el que te dijo que se casaría con otra seguramente te abrieron en canal como a una res. Yo así lo sentí porque yo también he amado lo que he perdido y he perdido lo que he amado. Qué brutas, ¿no? Cuánto podemos amar. Amar tanto que dejamos ir al ser amado. ¿No te da miedo esa capacidad descomunal de amar como tigre y como ángel y como mujer? Qué bestia el amor. Es un accidente del que nunca salimos completas. Por eso la cama, mullida como un ataúd, llama tanto: muertes pequeñitas para soportar la vida. Por eso el teléfono desconectado, ¿no ves, carajo, que estoy muriendo? ¿Cómo mierdas quieres que te conteste si ni siquiera puedo contestarme a mí misma? ¿Cómo hace el resto de la gente, Toty? ¿Cómo se levantan, se duchan, se visten, se preparan un café, llaman al electricista? ¿Cómo a nadie le parece que eso, vivir, es un disparate, un esfuerzo titánico, subir corriendo el Everest? ¿Cómo nadie entiende que estar despierta —despierta, Toty, despiertas— es tan extenuante que a veces resulta imposible? El problema no es enfrentar la vida, sino enfrentar qué ¿esto? ¿Para qué? Y sin embargo, mamita de mi corazón, nos levantamos, nos ponemos guapas, hacemos chistes, actuamos como niñas coquetas y vamos hasta a París a recoger nuestros pasos —qué miedo enfrentarse a los lugares en los que una ha sido feliz— y vivimos, ¿no? Unas veces mejor que otras. Qué valentía la tuya de mirar tu belleza a la cara, de abrazar a tus muertos, de repasar páginas de revistas que fueron modernísimas y hoy son objetos de colección. Hay tantas formas de estar out, Toty, qué hijueputa que es la vida. Y también qué valentía lo otro: mostrarte como eres, permitir que te filmen brava —cuántas cosas nos ha costado y nos costará ser así de bravas— o triste o muerta de miedo, dejar que muestren tu intimidad, lo noble y lo inmundo: abrigos de visón en una bodega llena de telarañas y humedades. Y, finalmente, Toty, amor mío, qué ovarios tienes al darnos esa imagen tuya hablando con un pez, el único sobreviviente de un cardumen doméstico, seres demasiado hermosos para la vida, criaturitas brillantes y frágiles que justamente por su belleza se usan para decorar y mueren de tristeza, de corazoncito delicado, de vivir en un ambiente demasiado sucio, demasiado frío, demasiado ajeno. Y tú, reina de un reino que nunca existió, le hablas a tu pez y le dices, como la mamá regañona que nunca fuiste, que no se vaya cuando le estás hablando. ¿Cómo no voy a amarte con todo mi corazón, Toty, si le pides a un pez que no te dé la espalda?