Gabo o el hábito de escribir para la eternidad

Usualmente, cuando se trata de celebrar una efeméride, se toman los 25, 50 o 100 años, nunca 90… A menos que se trate de Gabriel García Márquez, y los cumpla en olor de santidad (literaria). Nacido en 1927 como Gabriel José de la Concordia García Márquez en casa de sus abuelos Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel Nicolás Ricardo Márquez, en Aracataca, esa tierra tibia de la que son endémicas las mariposas de alas amarillas y son naturales las piedras gigantes como huevos prehistóricos, de su obra se ha dicho mucho, pero quizás no lo suficiente, como si fuera una lectura continuada en la que nunca, felizmente, se llega a la última página.

Este hombre, que pretendió jubilar a la Ortografía, enterrar a las «haches rupestres» y ganó el Premio Nobel con una obra literaria que inauguró en 1947 con el cuento La tercera resignación; que aprendió de los muertos insepultos como Juan Rulfo y se enemistó hasta los golpes con Mario Vargas Llosa, es recordado hoy en estas líneas por gente que sigue descubriendo en sus textos abuelas inmortales, mansiones de argamasa lunar y amores contrariados.

Mario Campaña, pensador y escritor ecuatoriano afincado en España, señala: «Es bueno recordar a García Márquez. Hubo una época en que los representantes culturales de la derecha en América Latina fingían burlarse de él y del realismo mágico y de todo lo que les sonaba a lo que llamaban “exotismo”; paralelamente expresaban su admiración estratégica y sin límites por Mario Vargas Llosa. García Márquez pagaba así su simpatía por la izquierda continental y su adhesión a la Revolución cubana; Vargas Llosa cosechaba su posición al lado de Thatcher y de la derecha internacional».

Ratifica que es oportuno «seguir comprobando que el activismo político de derechas, disfrazado de crítica, nada ha podido contra él. El tiempo y la solidez de la mayor parte de su obra bastan para resistir cualquier desvarío descalificador. Cien años de soledad (1967) y El coronel no tiene quien le escriba (1961) seguirán siendo grandes clásicos de la lengua castellana».

Para Luis Carlos Mussó, profesor de Literatura y escritor guayaquileño, «en mayor o menor grado, todos somos hijos de García Márquez, hemos crecido a la sombra de Gabo. Su literatura es potente en el sentido de que marca su impronta y es innegable el peso que ha tenido en la formación de autores de las hornadas posteriores».

Alexander García, periodista, también es un lector contumaz. Es paisano de Gabo pero vive en el Ecuador desde hace 17 años, y nació en Fundación, un pueblo ubicado a diez minutos de Aracataca. De la historia primigenia de esa zona del Caribe colombiano salieron algunos datos que recreó García Márquez en su obra cumbre, según él mismo contó algunas veces.

«En Cien años de soledad tomó toda la tradición oral, las supersticiones, los mitos y las costumbres de su pueblo —un acervo común en Latinoamérica, en contacto con la historia del hombre universal— y la volcó a una prosa inmejorable, sensual y musical, con la que nos robó a todos sus paisanos la posibilidad de escribir sobre esas cosas con las que crecimos, sobre todo quienes nos criamos en los pueblos de la Costa colombiana, tan similares a los pueblos montuvios de Manabí, por ejemplo».

Edwin Madrid también escribe sobre García Márquez, pero lo hace contraponiendo facetas políticas y literarias.

«A propósito de un artículo reciente de Vargas Llosa, sobre el populismo, donde este autor mantiene un sinnúmero de sandeces, conversando con un amigo le dije: Por el contrario, García Márquez, no solo fue Nobel de Literatura, sino que, además, fue una persona discreta, generosa y con lealtad en todos sus ámbitos. No se desdijo de su apoyo a la Revolución cubana, por ejemplo, y creó la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Esto, contrapuesto a la arrogancia de un escritor que quiso ser presidente del Perú, que se enredó en sus ideas políticas y que ahora intenta, a toda costa, hacernos creer que su neoliberalismo es la dulzura social».

Madrid enfatiza: «En la literatura no solo cuenta escribir bien, sino ver el mundo más allá de las narices, ser testigo crítico del tiempo para desnudar la realidad que vapulea a los más débiles. Esta es una enseñanza que me dejó el viejo Gabo. Y, desde luego, su literatura recupera las palabras con una manera muy americana de nombrar las cosas, con exuberancia verbal, como dijo en un Congreso Internacional de la Lengua Española: “Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino”».

María Auxiliadora Balladares cree que García Márquez dejó una obra para la posteridad que, incluso, puede servir para analizar la historia de nuestra región.

«Para mí es uno de los mayores escritores del siglo XX. Su obra piensa América Latina con un aliento histórico. Es posible que llegue el día en el que lectores de un futuro lejano se acerquen a una novela como Cien años de soledad y la lean como la narración de nuestro pasado mítico. La literatura continental necesitaba, en ese momento una forma del relato en la que se pudiera hacer un recuento de nuestra historia, porque el futuro se presentía difícil, porque la violencia estaba en todos los ámbitos de la vida, y porque se entiende que era preciso, en ese momento de tanta agitación política en todo el mundo, refundar América Latina, insuflar de alegría el porvenir».

«García Márquez es el narrador en el sentido que Walter Benjamin pensó esa figura. Le devolvió la posibilidad del encantamiento al acto de contar; recuperando la imagen arquetípica que utiliza Benjamin, volvimos a sentarnos alrededor del fuego para escuchar sus cuentos».

Para la también escritora Maritza Cino Alvear, sin duda, se trata de un «genio y maestro de los laberintos del lenguaje, revolucionó la literatura con su tono audazmente ancestral y exploratorio de nuestra identidad. La literatura del boom no es uniforme, sin embargo, su singularidad radica en una renovación formal que conecta con varias tradiciones, la de la vanguardia por un lado, por el otro con la literatura canónica europea y norteamericana».