Fernando Nieto Cadena, duro con la poesía

Hay algo en los poemas de Fernando Nieto Cadena que nos obliga a repensar la existencia, a meditar sobre las funciones del lenguaje; y luego nos decimos: precisamente eso es lo que debe hacer la poesía. La suya es una de las voces más potentes de la poesía en castellano.

Nació accidentalmente en Quito en 1947, pero quien se lo recordaba corría el riesgo de remover su furia. Siempre se sintió guayaquileño. Era de una hornada de autores que buscaban formular procesos distintos en las letras nacionales. Cursó la especialización de literatura en el Instituto Superior de Pedagogía en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y conoció, entre otros, a Francisco ‘Paco’ Tobar García, eje del mundo teatral y literario de la PUCE. Leyó con emoción a poetas como Jorgenrique Adoum (al que tenía en altísima estima), Carlos Eduardo Jaramillo, Efraín Jara Idrovo, Rubén Astudillo y Euler Granda.

Cuando regresó al puerto en 1970, circulaban ideas de izquierda entre los jóvenes universitarios y gestores culturales. Como muchos, sentía esperanzas de que los fieles de la balanza ideológica se equilibrarían en favor de una opción de avanzada. Dictó cátedra en la Universidad Técnica de Babahoyo, donde fue colega de Carlos Calderón Chico, Iván Carvajal, Joaquín Hernández y Carlos Rojas. La salsa fue acompañante de sus andanzas guayacas y banda sonora de sus poemas.

En 1978, pensó en un taller como el que había levantado Miguel Donoso en México (país que había visitado cuatro años antes), y las reuniones empezaron de forma esporádica, con algo de caos entre lecturas y comentarios. Nieto Cadena deploró la falta de sistematización para organizarlas.

Pensaba que si de un taller salía al menos un escritor, la tarea estaba cumplida. La nómina de conjurados (que empezaron a convocarse en distintos espacios) incluía a los Villavicencio, José Luis Ortiz, Edwin Ulloa, Héctor Alvarado, Hugo Salazar, Velasco Mackenzie, a quienes se sumaron los más jóvenes Fernando Balseca, Raúl Vallejo y Fernando Itúrburu.

El mito del bar Montreal estaba gestándose, aunque correspondió más a los postreros coletazos de Sicoseo, que fue como se llamó el taller. Había que dar su parecer a través de manifiestos y la mejor manera fue una revista. Pese a no comulgar necesariamente con sus ideas desacralizadoras de la literatura, Rafael Díaz, presidente de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, hizo que la imprenta de la Casa fuera la cuna de la publicación. Para Nieto Cadena, Sicoseo fue «más una aspiración de utopizar el presente porque el futuro siempre estaba a la vuelta de la esquina».

Por entonces, Nieto Cadena se asentó en México. Primero en el DF, luego fue a Campeche en busca de tierras más llanas y al final, prefirió Villahermosa (Tabasco), donde se dio tiempo para asistir al béisbol, una de sus pasiones, y a la lucha libre (estuvo en la épica despedida del Santo).

En México fue coordinador general del sistema de talleres literarios del Instituto de Cultura de Tabasco y profesor en el Centro de Estudios e Investigación de las Bellas Artes. Sus clases partían del punto de vista de un escritor. Hizo nuevos amigos como Juan de Jesús López, colaboró con publicaciones como A que sí, Bohemia, Cambio, Café de nadie, Casa de las Américas, El Pochitoque Aluzado, Puesto en combate, Sicoseo, y Tierra adentro. Se llevó una sorpresa cuando su poemario Los des(en)tierros del caminante ganó en 1989 el Premio Nacional Jorge Carrera Andrade, concedido por el Municipio de Quito al mejor libro de poesía publicado el año previo. Fue incluido, junto con poetas como Mario Santiago Papasquiaro, en la antología Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego (1979), compilada por Roberto Bolaño y prologada por Miguel Donoso.

El estilo de Nieto Cadena garantiza la ambigüedad lírica mediante estrategias como mantener sintonizada su palabra con esos correlatos que son las representaciones sociales de una comunidad. Tales estrategias se evidencian en la ausencia de puntuación —que el lector proponga sus propios ímpetus y ritmos—, un tono violentamente confidencial en los apóstrofes, la yuxtaposición de discursos y una conexión con formas poéticas superadas que provocan el equívoco:

Si aún no percibes esta nota de estar encalzonado por tus nalgas / no sé cómo mierda quieres que te reitere mi totalitario amor / Será mejor que busque en las estrellas / ese pañuelito blanco donde puse tu nombre / porque llevas un rato ratón en la intermitencia de mis arrebatos / porque hace ful de tiempo no hay otra / palabra que las letras de tu nombre / zafa huachafero arranca sale vuela date brisa huachafero / Qué cosas tiene la vida camará.

En su obra se percibe un aire erotizante que le da consistencia a todo aquello que es menester convocar, para volver a poseerlo en su estado original. Hay una distinción entre ese tiempo edénico y adánico, y el tiempo que pretende recobrar dicho terreno con su mirada:

Te escribo como el niño que nunca fui, que yo no supe ser // Quito y Guayaquil no eran ciudades, / eran pedazos de un viaje lento que nunca terminaba, // ¿Qué será de mi abuela? / Creo que no fui a su entierro, pero vi los carros, los vestidos negros… / ¿Por qué lloraban ellas, por qué no me dejaban jugar con el tambor? // Miraba los lanchones, los buses, el reloj público, / el Royal Dumbar Circus (entonces ya podía deletrear los letreros).

Algunas de sus publicaciones son Tanteos de ciego al medio día (1971), A la muerte a la muerte (1973), De buenas a primeras (1976), Prólogo para la introducción de una imposible elegía a un gatoglobo por más señas (1977), Somos asunto de muchísimas personas (1985), y Duro con ella (1996).

Nuestro poeta, conocido en sus 30 como el ‘Gordo’ Nieto, fue afectado por la diabetes y su organismo se deterioró considerablemente. Fue hallado muerto en su departamento, y el mito del Fernando Nieto Cadena que cada uno prefiere empieza a escribirse; porque hay algo en los pasos de este autor que nos inclina a repensar la poesía.