Lo peor que puede hacerse es un Metro bajo un centro histórico». La frase de Velasco resuena sobre calles estrechas y casas antiguas que se resquebrajan por la lluvia, inclemencia del tiempo que determina el estado de ánimo. Hay prisas, sobre todo para volver a casa, donde se escampa mejor, y las citas suelen postergarse. Pero quienes van a las charlas sobre patrimonio dicen, un poco resignados, que aunque el día fuera soleado la asistencia sería escasa. «De tanto mirar hacia el futuro, nos empeñamos en olvidar el pasado», resonará luego, en mi cabeza, mientras el trolebús avanza como puede.
Bajo San Francisco, las estructuras de cangahua (adobe) forman tres cámaras que se están anegando en las fotografías de los especialistas que se colaron allí el año pasado, cuando todavía no había llovido tanto. Y, según otro informe (el de Rescate Arqueológico de la Estación del Metro San Francisco) no se trata de un complejo arquitectónico, pero 107.695 piezas arqueológicas fueron trasladadas a repositorios mientras se decide la forma en que se exhibirán en un museo que la empresa Metro de Quito tiene previsto montar junto a la estación, sin costos adicionales a los previstos, descartando que en la zona vaya a hacerse un museo de sitio.
La museología, ciencia de conservar el pasado, ha cambiado con los años. En el siglo XIX era común que las piezas arqueológicas, por ejemplo, fueran removidas de su lugar de origen hacia repositorios de centros culturales, pero desde la segunda mitad del siglo XX se considera mejor para su preservación el que se mantengan in situ, lo que permite un mayor influjo en la sociedad y en la memoria, además de la conservación de su imaginario con un referente concreto: el espacio original.
El trole se detiene en el Centro Histórico tras un camión de bomberos que trata de evitar que la caída de un muro no sea un desastre. A los pasajeros, todos somnolientos, no nos sorprende, pero quienes no han conseguido un asiento se quejan, hasta maldicen. Otros, sentados, se acurrucan. Yo recuerdo un libro célebre, El Malestar en la Cultura (1930), en el que Sigmund Freud toma como ejemplo la evolución de Roma, la ‘Ciudad Eterna’, ‘el más antiguo recinto urbano’, para explicar sus tesis sobre la imposibilidad del olvido psíquico.
Salir de cualquier trancón en el centro es un suplicio. Esta vez, los bomberos hicieron que bajemos del trole media hora después de intentar contener la columna del edificio que, aunque no es patrimonial, se está cayendo. Camino hacia García Moreno y Pasaje Espejo. En la biblioteca del MET, copio un fragmento:
… No hemos de perseguir más lejos las modificaciones que sufrió la ciudad —escribió Freud—, preguntándonos, en cambio, qué restos de esas fases pasadas hallará aún en la Roma actual un turista al cual suponemos dotado de los más completos conocimientos históricos y topográficos. Verá el muro aureliano casi intacto, salvo algunas brechas. En ciertos lugares podrá hallar trozos del muro serviano, puestos al descubierto por las excavaciones. Provisto de conocimientos suficientes (superiores a los de la arqueología de inicios del siglo XX), quizá podría trazar en el cuadro urbano actual todo el curso de este muro y el contorno de la Roma quadrata; pero de las construcciones que otrora colmaron ese antiguo recinto no encontrará nada o tan sólo escasos restos, pues aquéllas han desaparecido. Aun dotado del mejor conocimiento de la Roma republicana, sólo podría señalar la ubicación de los templos y edificios públicos de esa época. Hoy, estos lugares están ocupados por ruinas, pero ni siquiera por las ruinas auténticas de aquellos monumentos, sino por las de reconstrucciones posteriores, ejecutadas después de incendios y demoliciones. Casi no es necesario agregar que todos estos restos de la Roma antigua aparecen esparcidos en el laberinto de una metrópoli edificada en los últimos siglos del Renacimiento. Su suelo y sus construcciones modernas seguramente ocultan aún numerosas reliquias. Tal es la forma de conservación de lo pasado que ofrecen los lugares históricos como Roma.
El médico austriaco hablaba de reliquias ocultas en la mente, a las cuales trataba, de forma terapéutica, a través de regresiones, esos retrocesos hacia estados psicológicos o formas de conducta propios de etapas anteriores en busca de tensiones o conflictos no resueltos. Pero la base de la metáfora es real, como nuestra historia.
La intervención arqueológica en San Francisco, que empezó hace poco más de un año, es una suerte de trepanación de una ciudad cuyo pasado no está resuelto. ¿Qué certezas hay sobre la historia precolombina?, ¿dónde se pueden encontrar si no es analizando en los sitios arqueológicos y los cambios que ha sufrido su entorno?, ¿cambiaríamos como sujetos si confirmáramos que lo que había antes de la Colonia era una civilización equinoccial?
La Academia Nacional de Historia funciona en un coloso de paredes blancas de la avenida Seis de Diciembre. La fecha que da nombre a esa calle es la de la Fundación Española de Quito (1534), que activistas anónimos suelen pintarrajear con consignas que cuestionan su importancia histórica. Adentro, hay un plano que retrata la ciudad hacia el año 1800, y sus historiadores suelen hablar del padre Juan de Velasco (1727-1792) con desdén. Él escribió sobre un Reino de Quito que hace más compleja esta historia, la de todos.
Las culturas que hubo aquí fueron borroneadas por conquistadores, incas y europeos entre los más conocidos, pero mantuvieron ciertas características, como en un palimpsesto. ¿Hay forma de rastrear eso?
Freud solía usar una frase como bálsamo para ciertos enigmas: «Preguntadle a los poetas». Mientras un equipo del Metro de Quito define un guión museográfico, voy a hablar con los historiadores… [Continuará]