Esperando a Godot: Allí donde eso cae, crecen mandrágoras

La agrupación Dagateatro, de origen venezolano, adapta al microteatro la clásica obra de Samuel Beckett. Antes de llegar a Ecuador, los actores fueron detenidos en una plaza de Maracaibo, porque la policía no entendió que se trataba del ensayo de una obra teatral.

 

¡Beckett en formato microteatro! Pareciera un absurdo para una obra del absurdo, mas no, la inclusión de Esperando a Godot -a cargo de la agrupación Dagateatro, de raíces venezolanas, con actuaciones de Luis Glod y César Fereira, quien también dirige- en la cartelera de Microteatro GYE, en el complejo escénico La Bota, es un acierto de la productora Daemon que merece ser comentado.

 

La obra trata, en brevísima síntesis, de la espera que mantienen dos marginales, Vladimir (Didi) y Estragón (Gogo) por la presencia de un sujeto llamado Godot, quien jamás llega, pero aun así esperan. Históricamente se ha tejido un sinnúmero de lecturas en torno a esta pieza, y la que vimos se suma a esa lista.

 

Se elige como contexto histórico la Segunda Guerra Mundial, quizá para ser fieles al acontecimiento que ejerció gran influencia en la dramaturgia del autor irlandés, y, a partir de ese marco se abre el drama. Los protagonistas -y a la postre, únicos presentes- aparecen como dos presidiarios, evidenciado por sus vestuarios, sin embargo la idea no se estanca en el arquetipo, inmediatamente se advierten otros matices, como la impostación y el maquillaje, ambos sugiriendo cierta ancianidad que nos hace pensar en cuánto tiempo llevará su encierro, pero se añade a la forma de los personajes una corporeidad sorprendentemente enérgica, ágil y expresiva que denota una firme preparación actoral y le confiere a la ficción nuevos significados.

 

Entonces empieza a fluir el texto en potentes voces con respetuoso apego al original, lo que se suma meritoriamente a la adaptación acorde a los tiempos de microteatro, y es cuando los rasgos del absurdo empiezan a cobrar sentido. Se establece una relación entre Didi y Gogo, extraña por incoherente, bizarra por pueril, extravagante por violenta y tierna, una relación deformada por dos seres que también se muestran deformados y deformadores de una realidad adversa, pero tan insoportablemente presente que los transforma en esperpentos, y esa estética colorea la puesta en escena.

 

¿Dónde están las causas de tal efecto?”, preguntamos en nuestro habitual diálogo posterior a la representación. “Un hecho radical en el montaje fue el haber sido arrestados después de haber ensayado una función en una plaza de Maracaibo por confundirnos con agitadores callejeros, nuestra ficción fue atravesada por la teatralidad de la realidad”, responde César. Pienso yo: Cuando te detienen da igual si eres un refugiado, un soldado, un rehén, un manifestante, un migrante o un artista, lo que esperas es recobrar la libertad, como esperan Vladimir y Estragón la llegada de Godot.

 

Esperando a Godot está cuidada en todos sus aspectos escénicos: las luces, la música, la sonorización… Mención especial tiene la escena fragmentada por luces estroboscópicas mientras se escucha un discurso hitleriano aprobado por las masas. Este efecto compone una imagen próxima a los documentales que testimonian, en blanco y negro, las angustias sufridas por los presos del Reich. En ese contexto, un famélico árbol ofrece sus ramas para ahorcarse como un posible escape, según propone Gogo, a lo que Didi replica: “Allí donde eso cae, crecen mandrágoras”, flor especial asociada con la curandería y la magia.

 

Al terminar la función continúa la conversación, en la que nos acompaña Montse Serra. Seguimos charlando fuera del teatro, y nuevos pensamientos se abocan, entonces caigo en cuenta de que al día siguiente, 27 de enero, se recuerda el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, y me atrevo a pensar que en la vida nada es casual, todo es causal, hasta la magia, y si el teatro también es magia, allí donde esté crecerán mandrágoras.