Una lengua desaparece cuando ha muerto la última persona que la hablaba como lengua materna. Son pocos los que visitan el cementerio de las lenguas muertas, y quienes se asoman a revisar estas tumbas son lingüistas o antropólogos que lo hacen por curiosidad científica, para entender el proceso que ha llevado a esta desaparición o para intentar recuperar algo de la cultura de la que es parte. Aunque no se las logre resucitar, en ocasiones es posible recuperar documentos que dan cuenta de su existencia. Sin embargo, otras lenguas se olvidan, los epitafios se borran y las lápidas se cubren de hierba hasta desaparecer. Y lo más triste es que no se trata ‘solo’ de la desaparición de una lengua, sino de la extinción de una cultura.
Una de las principales razones por las que desaparece una lengua es la imposición de grupos poderosos sobre otros más débiles. En la historia de la ‘civilización’, no son raros los episodios en los que a los dominados se les ha prohibido hablar en su propio idioma, porque la lengua cohesiona a una comunidad, permite a sus miembros llegar a acuerdos, conspirar, rebelarse. Cuando el dominador quiere imponerse sobre una cultura cuya lengua no conoce se siente amenazado ante la imposibilidad de entender lo que dicen los otros. Así, cualquier vestigio de cultura se va perdiendo poco a poco.
Esto ha sido evidente en la historia de nuestro país. Desde la Conquista española (y antes, con las múltiples conquistas indígenas) se trabajó incansablemente en la eliminación de las lenguas originarias, empeño que siguió hasta bien entrado el siglo XX.
En nuestro país han muerto varias lenguas y otras se encuentran en peligro de extinción, pues cada vez son menos quienes las hablan como lenguas maternas. Esto se debe en muchas ocasiones a la migración o al desplazamientos de las culturas originarias. Al ubicarse, voluntaria o involuntariamente, en un sitio que no es el suyo, tienen que integrarse a este y comunicarse en la lengua que ahí se habla. A veces la comunicación en la lengua originaria se mantiene en el ámbito familiar, pero no pasa de ahí, y al no existir ya una vida de comunidad la lengua y la cultura van desapareciendo. Obviamente, hay lenguas más fuertes que otras. En el caso de la cultura kichwa, por ejemplo, hemos visto que son cada vez mayores los intentos por revitalizarla, sobre todo porque sus propios hablantes se esfuerzan para que no desaparezca y se integre a la cotidianidad de la comunidad. También es importante lo que se ha hecho para unificar su escritura, y, por último, la creación literaria y el surgimiento de medios de comunicación en esta lengua hacen que se fortalecezca.
Sin embargo, es necesario que pensemos qué sucede con el resto de nuestras lenguas ancestrales. ¿Qué se hace por preservarlas? ¿Cómo es la relación de las comunidades con las lenguas? ¿Existen políticas lingüísticas y culturales para que no desaparezcan? ¿Nos importa, como país, que las lenguas se preserven? Hay muchas preguntas, ojalá pronto pudiera ver la luz alguna ley relacionada con políticas lingüísticas en nuestro país, para que lingüistas y antropólogos no tengan que investigar los procesos que han llevado a otras lenguas a morir.