Luego de la II Guerra Mundial, John Berger (Londres, 1926) cambió la pintura por la escritura: «Había demasiadas urgencias políticas para pasarme la vida pintando», decía. Desde la narrativa, cambió los formalismos de su generación para mirar y percibir el arte. Entendió que estar a la vanguardia requería ser transversal. Fallecido el pasado 2 de enero, será recordado como un marxista sin partido, pintor, crítico de arte, cronista, novelista y —aunque lo negaba— como poeta. Berger fue un pensador que no necesitó alinearse a las multitudes para ser uno de los más influyentes de su tiempo.
Pasó su infancia en internados. Con sus padres se veía los sábados. Y aunque aseguraba que se sentía amado, al mismo tiempo tenía la sensación de ser un huérfano. Y el pasado noviembre, en una entrevista con diario El País, propuso formar una conspiración de huérfanos:
Rechazamos toda jerarquía, damos por sentada la mierda del mundo e intercambiamos historias sobre cómo, pese a todo, sobrevivimos. Más de la mitad de las estrellas del universo son huérfanas, no pertenecen a constelación alguna y arrojan más luz que todas las estrellas de constelación.
Su primera novela fue Un pintor de nuestro tiempo, que narra la desaparición del exiliado húngaro Janos Lavin, al volver a Budapest en 1956. Ahí, Berger aborda la relación entre arte, política y capitalismo a través del protagonista:
Mientras más corrompa la sociedad burguesa el espíritu creativo del pueblo, más rara será la experiencia de la creación imaginativa. El pueblo acabará por creer que la creatividad se funda en un secreto mágico. Y la consecuencia directa es que se empiece a buscar ese secreto en la vida privada del artista; una búsqueda abocada al fracaso, pues, de hecho, ‘el secreto’ es de una sencillez colosal.
En 1972 ganó el premio Booker Prize por su libro G, que resignifica a Don Juan en clave feminista y marxista, y en el que describe una violenta carga de caballería contra obreros y familiares en Milán en 1898. En protesta contra Booker-McConnell, el conglomerado de agronegocios que entrega el premio, y al que Berger culpaba por la pobreza en los pueblos del Caribe, el autor declaró, mientras recibía el premio, que la mitad del dinero sería para producir un libro sobre las personas explotadas por ese tipo de empresas, y la otra mitad iría para Panteras Negras, con el fin de «ayudar a resistir una mayor explotación».
Ese mismo año salió la serie televisiva Ways of seeing (Modos de ver), un ensayo ilustrado en el que aborda el arte como un proceso, en el que la mirada condiciona la interpretación de una obra. En la serie, que luego se convirtió en libro, analiza cuatro aspectos de la interpretación de la pintura al óleo: su origen relacionado con el sentido de la propiedad, el uso continuado de la mujer como objeto pictórico, la relación entre la herencia visual de la pintura y la publicidad y, finalmente, la transformación del significado de la obra original en el marco de sus múltiples reproducciones.
En los sesenta, dejó Inglaterra y comenzó su nomadismo por localidades periféricas de Francia, Suiza e Italia. A fines de los setenta se instaló definitivamente en la Alta Saboya, en la frontera entre Suiza y Francia, para escribir la trilogía De sus fatigas. «Su producción literaria, afortunadamente, recorre todo su abanico existencial, como si hubiera estado escribiendo hasta el último aliento», dice en Página/12 la periodista argentina Silvina Freira.
En La libertad de Corker (1964), a través de un relato minucioso, aborda el valor de la amistad masculina; la soledad, un mundo en el que conviven la frustración y la esperanza; el fracaso de los valores que dominan la sociedad. En Una vez Europa relata cinco historias de amor como un alegato contra la destrucción de la vida rural. «Tal vez mi aversión por el poder político, sea cual sea su forma, demuestra que soy un mal marxista. Intuitivamente siempre estoy al lado de aquellos que viven dominados por ese poder», dijo tras publicar esta obra que, como tantos de sus libros, constituye un relato de sus intereses. Su obra se expande al cumplir 90 años, en noviembre de 2016, con Rondó para Beverly, homenaje a su esposa Beverly Brancof, fallecida en 2013.
Tras su muerte, el periodista y escritor Manuel Rivas dijo que el compromiso de Berger era escribir. «A esta idea del compromiso habría que añadir: Y todo lo que escribes te compromete. Berger llevó al extremo la condición germinal y sensorial del lenguaje. La arqueología habla de la línea de lo inaccesible: no se puede ir más allá en la búsqueda. Berger traspasaba esa línea con una íntima complicidad del activismo del sentir y del pensar».