En estas semanas de campaña electoral, hemos sido testigos de un par de debates entre los candidatos a la Presidencia. ¿Debates? Con ese nombre rimbombante y engañoso nos los vendieron los organizadores. Lamentablemente, los debates no han funcionado como tales, sino como simples rondas de preguntas con respuestas cronometradas, en las que cada uno de los candidatos se dedicó a atacar a los otros sin argumentos reales y convincentes, y a hacer ofrecimientos que fácilmente podremos leer en sus planes políticos. Nada nuevo ni orientador. El debate no existió y quienes destinamos nuestro tiempo a escuchar los programas (ni siquiera nos han agradecido por subirles el rating) quedamos más o menos en las mismas, desorientados, con una sensación de tiempo desperdiciado.
El diccionario de la Asale define el verbo debatir de la siguiente manera: «Dicho de dos o más personas: Discutir un tema con opiniones diferentes». A su vez, discutir se define como: «1. Dicho de dos o más personas: Examinar atenta y particularmente una materia. 2. Contender y alegar razones contra el parecer de alguien». Si recurrimos a estas simples definiciones, nos daremos cuenta de que no aún no ha habido un debate verdadero. La discusión no se ha dado porque no se escucha con cuidado lo que dice el otro para rebatirlo con inteligencia; tampoco se presentan argumentos que defiendan el propio parecer y orienten al elector. Recordemos que el ataque al otro es una falacia y las falacias, si bien son un tipo de argumentos, tienen como intención conducir a un error, desviar la atención hacia temas personales e intrascendentes.
Desde la Grecia antigua, cuando se empezó a cultivar la ciencia de la argumentación, se ha tenido claro que no existen razones mejores o peores que las otras, sino mejor argumentadas. En los debates, en cualquiera, pero sobre todo en los que preceden a los comicios, es importante que se presenten argumentos capaces de sostenerse por sí mismos y de convencer a los otros. Es necesario que a partir de la escucha de lo que el otro tiene que decir se genere un argumento lo suficientemente fuerte que pueda destruir, con lógica y no con falacias, lo que ha expresado el contendiente. De lo contrario, estamos frente a la repetición de palabras vacías y ‘razones’ retorcidas.
Dentro del debate cumple un papel importantísimo el moderador. Este tiene por tarea encauzar la discusión hacia el tema planteado, hacer repreguntas que lleven a los contendientes a dar respuestas bien argumentadas y convincentes. Si el moderador, como hemos visto, se limita a plantear un tema y ‘lanzarlo al ruedo’, es muy probable que el diálogo que implica el debate no exista. Tal vez este es el momento de volver a leer a los padres del arte de la argumentación y rescatar la esencia de estas prácticas, que tenían como intención orientar al público hacia decisiones bien pensadas. Es importante retomar los argumentos y olvidarnos de las falacias, de lo contrario los debates no son más que un subgénero de los dañinos talk shows, que no contribuyen a nada, excepto a elevar el rating de los medios que los transmiten.