A Juan Pablo II no le hizo ninguna gracia que hubiera sacerdotes en el gobierno sandinista que se instauró en Nicaragua en 1979, luego de derrocar a Anastasio Somoza, el último de una dinastía que durante cuarenta años tuvo, por herencia, el poder en el pequeño país centroamericano. En 1983, Wojtila visitó el país Nicaragua. Al llegar al aeropuerto, saludó al gabinete y se paró frente al ministro de Cultura, Ernesto Cardenal, quien intentó besarle el anillo, como haría cualquier cura. Pero el papa se lo negó, en lugar de eso, le blandía el dedo enfrente de las cámaras de televisión. «Usted debe regularizar su situación», le dijo. Poco después, el Vaticano prohibió que los sacerdotes ocuparan cargos gubernamentales.
Cardenal, de 92 años, promovía una «revolución desprovista de venganza». Pero él no ha salido precisamente bien librado de ella.
Las cosas empezaron agitadas en el XVIII Festival de Poesía de Nicaragua, el pasado domingo, cuando la escritora nicaragüense Giococonda Belli, en el discurso de apertura, se refirió a una sentencia que acaba de recibir Cardenal por un juicio que había prescrito en 2010, y por el que debe pagar $ 800.000 a una exsocia por una disputa por una propiedad en el archipiélago de Solentiname, donde fundó en la década de los sesenta una comunidad de campesinos.
Se trata del mismo edificio que un día fue la escuela en la que el sacerdote y poeta promovía la alfabetización entre los habitantes de Solentiname, y que luego se convirtió en un hotel administrado por uno de ellos. Al morir este, su esposa fue designada para continuar la labor, pero en algún momento reclamó el hotel como herencia y exigió que se ponga a su nombre. Cardenal se opuso y de ahí se derivan varios juicios que se habían cerrado hace años. Pero uno de ellos fue reabierto y un juez falló en contra de él.
Además de Belli, que es la presidenta de la ONG Periodistas y escritores de Nicaragua (PEN), otros poetas e intelectuales se han pronunciado, y señalan una persecución política contra Cardenal, uno de esos sacerdotes de la teología de la liberación, que en la época de las dictaduras conectó las doctrinas de la Iglesia con un sueño revolucionario.