Estas iniciativas pretenden abaratar el costo de los libros
“Los libros en Ecuador son caros” o “muchos de los autores que llenan las librerías del resto de América Latina no llegan al país” son algunas de las razones con las que se fecundaron alrededor de ocho proyectos de editoriales cartoneras en el puerto principal de Ecuador. Sin embargo, hoy solo una de estas cartoneras persiste en su producción.
Estas fueron gestionadas, en su mayoría, por un grupo de nuevos autores, algunos de ellos estudiantes de Literatura, Comunicación Social y carreras afines. Con portadas innovadoras pintadas sobre cartón y hojas fotocopiadas de poemas, cuentos y hasta de narrativa corta se plantearon incrementar el número de lectores guayaquileños.
Fueron un boom mediático. Estaban presentes en ferias de libros, nacionales e internacionales; organizaban lecturas y uno que otro taller con gente distanciada al quehacer literario. Pero la producción, a la fecha, está en para.
Cuestión de continuidad
Byron Muñoz, estudiante de Literatura de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, fue uno de los integrantes y mentalizadores de la primera editorial cartonera que nació en la ciudad: Camareta Cartonera. Posteriormente integró con otro dirimente de la editorial la One Hit Wonder Cartonera.
Para él, los inicios de las cartoneras estuvieron marcados por el entusiasmo de dos de los escritores que visitaron la ciudad en la Primera edición de la Feria del Libro que organizó el Ministerio de Cultura. Héctor Hernández, de Chile, y Yaxkin Melchy, de México, llegaron para, entre otras actividades relativas a la Feria, organizar un taller con el cual presentar al público una nueva forma de difusión literaria con un material barato y reciclable como lo es el cartón. Para Muñoz era una iniciativa que se mostraba social y culturalmente interesante.
En 2012 se registraron alrededor de ocho proyectos editoriales en Guayaquil. Hoy solo hay unoEn el ámbito social, había una oportunidad de trabajar con la gente que recoge basura -conocidos popularmente como chamberos- para comprarles el cartón, y posteriormente, siguiendo los pasos de la primera editorial cartonera en América Latina, Eloísa Cartonera, integrar a las familias en este proceso de producción artesanal. Esto nunca se gestó en las cartoneras locales.
En cuanto a lo cultural, Muñoz coincide con lo que dice Joyce Falquez, quien fue parte organizativa de Camareta Cartonera: el objetivo era dar al lector una opción más barata en cuanto a libros, con uno que no solo sea objeto-arte sino también más económico que los que distribuyen las editoriales formales.
Integrar y generar lectores
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) en un reporte sobre hábitos de lectura el 27% de los ecuatorianos no lee. De este porcentaje un 56,8% no lo justifica, simplemente tienen falta de interés.
Según este mismo estudio Guayaquil y Ambato son las ciudades en las que más se lee, con un 77% de una muestra de 3.960 viviendas a nivel nacional.
Nelson Bodero, quien tras su paso por las cartoneras está intentando sacar adelante un nuevo proyecto, considera que como en todo lo que es cultura o comunicación sus efectos no son tangibles hasta luego de cierto tiempo y en el caso de Guayaquil el mercado al que se apuntaba con las cartoneras es complicado.
Entre las razones por las que sus integrantes suspenden su tarea editorial surge la falta de organización entre sí; ellos reconocen que también confabula contra sus propósitos un afán de competir con otros grupos.
Las ediciones -dicen- carecen de una búsqueda que rescate autores cuyas obras sean poco difundidas y llegan a ser una compilación de autotextos que no son revisados rigurosamente antes de su publicación.
Las cartoneras apuntaban a generar nuevos lectores con un material que es obra y arte a la vez.
Un caso que podría demostrar lo contrario es el proyecto Matapalo Cartonera de Riobamba que se consolida en la difusión de textos de quienes a consecuencia de talleres empiezan a difundir sus propios textos, independientemente de que sean amas de casa, reos o niños.
En lo que aparenta ser una falencia editorial crean una fortaleza. “En esa diversificación de público e intereses reside uno de los factores para que Matapalo supere sus momentos de crisis y siga trabajando”, asegura Víctor Vimos, poeta y uno de los fundadores de Matapalo Cartonera. Vimos considera que el único compromiso que tienen es con la gente de a pie, aquellos para los que el libro sigue siendo un derecho lejano.
Las cartoneras son un mundo lejano a las librerías. Su inversión es reducida, pero también lo es su producción. Sus puntos de venta son limitados y no hay posibilidades de que se vendan en librerías por no contar con un Número Internacional Normalizado del Libro, o código ISBN (con sus siglas en inglés). Este es el único que permitiría comercializar un texto de la manera tradicional y en donde todos los que buscan libros podrían conseguirlos. Con ello se incrementaría el costo por libro, que actualmente está por los $5.
Ecuación: Escribir para publicar sin ser editorializado
Publicar normalmente en una editorial tiene un costo para el autor y es tal vez una de las razones por las que algunos de ellos, nacionales e internacionales, que además de haber publicado en otras editoriales, buscaron hacerlo con las cartoneras. Esto implica saltarse el proceso de revisión del material, llegar a un consenso con los gestores para el número de tiraje, aproximadamente de 150, y difundir su obra.
María Paulina Briones, parte de Cadáver Exquisito, una creciente editorial nacional, de las tradicionales y una de las pocas que no trabaja cobrando a los autores, confiesa su aprecio a las editoriales de cartón por la esencia de un libro único e irrepetible. Para Briones, “los libros cartoneros se ubican dentro de lo que son los nichos de mercado, por su tipo y temáticas (…) que se posicionaron entre las personas que no pueden acceder a libros tradicionales”. Uno de los problemas de la industria y con los que debe lidiar el lector es que si se tiene el dinero es posible publicar en cualquier editorial.
Briones afirma que ‘en apariencia así ocurre’, pues reconoce que también están las editoriales que quieren proteger la calidad y no publicar a todos los autores, aunque estos puedan pagar, y hay poquísimas editoriales que no cobran a los autores, pero publican lo que quieren. “Cabría hacerse algunas preguntas, dejo una sola en el tapete: ¿todo es publicable? o ¿vale la pena publicar siempre?”, apunta.