El pasado que regresa como fantasma

Dar un paso adelante implica retroceder dos. Es el costo de repasar la historia. Mientras Gabriela Alemán avanzaba en la ejecución de su última novela, Humo, cada vez regresaba la mirada hacia más atrás; hacia un pasado lleno de incertidumbres, hacia los orígenes recientes de un país, Paraguay, lleno de silencios obligados. Doce años de escritura y diecinueve versiones en las que cambiaba el punto de vista fue el saldo de ese proceso.

La narración pudo tener este inicio: en la mañana del primer domingo de agosto del 2004, la vida de miles de paraguayos dejó de ser la misma. Un feroz incendio en el supermercado Ycuá Bolaños, ubicado en las afueras de Asunción, la capital, provocó la muerte de cuatrocientas personas.

No se había limpiado ni hecho el control de uno de los canales de ventilación de ese centro comercial, hasta que saltó la chispa de una cocina y se prendió toda la grasa del lugar. La gente comenzó a salir, en un inicio, controladamente porque el fuego solo se produjo en el área de comidas. Luego, las llamas lo devoraron todo.

El guardia del sitio anunció al dueño del centro comercial lo que sucedía y este exigió que bajaran las puertas para que la gente no se fuera sin pagar. Y se quedaron: muertos, ahogados, quemados, asfixiados. Cuatro-cientos cuerpos postrados tras el humo.

Ese era el punto de partida de la obra de Gabriela, el cual cambió con el tiempo, pero se mantuvo en otros tramos de la novela. El horror, el desconsuelo y lo que descubrió sobre esa tragedia la impulsaron a auscultar en las venas profundas de Paraguay que, a la vez, son las venas de un continente con los mismos pasados oprobiosos. También, la movía el afecto que tenía con ese territorio, donde estudió filosofía, jugó basquetbol profesional en el Club Olimpia e hizo danza contemporánea entre 1986 y el 1988, a finales de la dictadura de Stroessner.

«Una amiga que estudiaba en el preuniversitario conmigo luego se convirtió en psicóloga de un colegio paraguayo que se llamaba Cristo Rey. Cuando pasó lo del incendio, ella me contó que a los dos meses del incidente, dos de sus estudiantes —de clase media, cerca de 15 años, sin ningún problema anterior— se suicidaron. Averiguando lo que pasó, la abuelita de una se había muerto en el centro comercial y la otra tenía un primo que también murió allí. Eso fue muy fuerte y provocó el arranque de la historia, que luego cambió», dice Gabriela en una cafetería de un centro comercial del norte quiteño, a pocos días de que Humo saliera de imprenta.

Cuando la noticia apareció en los medios de comunicación internacionales, lo que posicionaban era que la avaricia del dueño produjo el incendio, pero había algo más. «Automáticamente cuando escuché la noticia, lo primero que pensé es que el dueño era del Partido Colorado (quienes han estado en el poder por extensos períodos desde su fundación, en 1887)», dice la autora mientras arquea al infinito las cejas.

*

Antes de estudiar filosofía, Gabriela ingresó a la carrera de periodismo en Paraguay y, en la primera clase, le dijeron: «ustedes tienen que ser objetivos, reportar la verdad, pero nunca, nunca, pueden hablar de tal persona, y de tal otro tipo, y de este tampoco». Era la época de la dictadura de Stroessner, que duró 35 años, y había dos periódicos en el país: uno era del cuñado del dictador paraguayo y el segundo, de otro de sus parientes.

«Toda la gente que estudiaba conmigo en el primer año de la facultad de periodismo había nacido con Stroessner y no conocían otra historia. Así funcionaba Paraguay y lo sigue haciendo, de alguna manera, ahora. El único intervalo que hubo del Partido Colorado fue Lugo y ya viste lo que le pasó. Entonces, yo en mi cabeza decía: ¿por qué no dijeron que el dueño de Ycuá Bolaños es del Partido Colorado? Y ya sabes la respuesta. Él nunca fue a la cárcel; el único que estuvo cuatro años encerrado fue el guardia y ya salió. ¡Nadie pagó!, ¡nadie pagó!».

Cuando en 2015 el papa Francisco visitó Paraguay, los familiares de los muertos del incendio de 2004 se plantaron frente a la caravana, pero esta fue desviada y el Pontífice nunca los vio, nunca llegó a escuchar los testimonios de la gran tragedia del Paraguay contemporáneo de la que nadie habla.

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—¿Me vas a contar? —pregunta Pablo.

—¿Qué?

—No podés ser tan imbécil, Nacho. ¿Sabías o no?

—¿De qué lo que hablás?

—Del centro comercial.

—¿De qué?

—De Ycuá Bolaños.

—Qué vas a saber nada vos.

—Qué aparato que sos, ¿no te das cuenta que el escritorio de Andrei está justo encima de este y que el sistema de ventilación lleva todas tus conversaciones hacia arriba? —le dice, ya sin saborear la bebida.

Nacho se para, lo mira a los ojos y luego se aleja hacia la ventana que da al jardín. Tose, se mueve y después se da la vuelta, se demora en hablar.

—Yo no hice los planos, si eso es lo que te interesa.

—¿Y? —le responde su hermano.

—Un capataz estuvo a cargo de la construcción. Yo gua’u solo supervisaba.

—¿N’déra? Te vas a lavar…

—¡Claro que sabía! Pero ¿para qué crees que sirve el dinero? Si yo le ahorro al contratista, él me da un porcentaje. Así funciona, ¿entendés? Yo tuve que pagar el veinte por ciento de comisión para que me dieran el contrato, por algún lado tenía que compensar picó.

—Con cuatrocientas vidas luego tenías que compensar.

—Yoko no di la orden de cerrar las puertas. Yo solo intentaba llegar a fin de mes.

—E’a, ¿no eran tu padrino y tus socios, sus amigos, luego los que se encargaban de que llegaras a fin de mes?

—Nambre.

Pablo no responde, no evade su mirada pero tampoco responde. A Nacho le sobreviene la sensación de estar cayendo.

—Yo no lo pedí, si querés saber. Lo odiaba. Desde que fue mi padrino, Andrei me alejó y ya nunca fue igual

—Nacho responde con otra voz.

La voz de un niño.

Humo, Capítulo XII

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¿Cómo se puede hablar de Paraguay sin abordar el pasado de Alfredo Stroessner, sin explicar qué eran los Colorados? Gabriela Alemán volvió en el tiempo hasta que llegó a la Guerra del Chaco, que fue el momento en que Stroessner comenzó a subir de rango y así se va desarrollando una historia que trastocó el porvenir de un territorio donde se habla español y guaraní, donde se habla mucho y se escucha poco.

«Paraguay es un planeta desconocido para el resto del mundo, y es maravilloso. Fue el primer experimento de los jesuitas para esta idea de tierra utópica que fueron las misiones hasta que los expulsaron. Fue el sitio donde la hermana de Nietzsche, Elisabeth Förster-Nietzsche, intentó fundar una nueva Alemania. Paraguay es delirante», dice Gabriela mientras recuerda el texto periodístico que escribió sobre la fundación de la colonia Nueva Germania en Paraguay y que resultó ganador del Premio de Crónica organizado por Ciespal.

En ‘Los limones del huerto de Elisabeth’, la crónica galardonada, la autora dice: «En 1886 Paraguay era el futuro. La tierra donde se refundaría Alemania, lejos de la contaminación judía. Ese, por lo menos, fue el razonamiento que Bernhard Förster siguió y que su esposa Elisabeth Nietzsche alentó. Las catorce familias que llegaron al puerto de Asunción el 15 de marzo de 1886 siguiendo el descabellado plan de Förster simplemente se dejaron embaucar. Algunos porque creían en su ideal racista, otros porque huían de la crisis económica alemana, especialmente visible en la zona de Sajonia, de donde provenía la mayor parte de familias».

En Humo, Gabriela recupera la fascinación por ese lugar donde el mundo posó la mirada, donde el mundo quiso inaugurar una extensión más de su miseria.

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En 1884, Nueva Germania, fundada por el Dr. Förster y Elizabeth Nietzsche.

En 1887, una misión solitaria de la South American Evangelical Society.

En 1930, trescientos setenta y tres anabaptistas de la Unión Soviética.

En 1926, mil setecientos sesenta y cinco menonitas provenientes de Canadá. En dos años se habían formado catorce aldeas.

Tierras para todos.

Humo, Capítulo XII

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Humo, publicada por Penguin Random House, va intercalando la historia reciente de esa nación latinoamericana —con énfasis en el conflicto entre Paraguay y Bolivia, entre 1932 y 1935— con la historia particular de su protagonista, llamada Gabriela como la autora, quien utiliza, o más bien arrastra y olvida a cada momento, un bastón durante toda la narración. Diferentes voces y recursos literarios se van encontrando en esta novela que salta incesantemente en el tiempo, pero que, al final, logra conectar el pasado con el presente.

«En estos últimos años habrás visto como una ola creciente de la autoficición, de la autobiografía que a mí me tiene un poco cansada. Así que decidí que la narradora de la obra se llamara Gabriela, pero para burlarme de toda esta idea de que uno solo puede hablar desde el pupo. Pero no. Uno también puede hablar de uno mismo y, a la par, hablar de todo este país, de toda esta órbita de corrupción que parece no cesar en Paraguay», dice Gabriela, quien sabe, está segura, que «no mirar al pasado hace que este vuelva como un fantasma, como un monstruo a devorarte».

¿Cómo se puede hablar de Paraguay sin hablar de Alfredo Stroessner, sin explicar que eran los Colorados? Gabriela Alemán volvió en el tiempo hasta que llegó a la guerra del Chaco, que fue el momento en que Stroessner comenzó a subir de rangos y así se va desarrollando la historia de todo un continente.