La cosa no va bien para la industria editorial, ni para la prensa escrita ni para una buena parte de las editoriales. Eso no es nuevo. Internet —¿el medio de medios?— llegó para acapararlo todo. Es interactivo, hipertextual, más rápido, más moderno, más barato —casi gratuito para el usuario—. Ofrece todo en un mismo lugar, que no es físico sino virtual, donde texto, sonido, imagen y todos los formatos de la comunicación no son más que bytes que pueden ser decodificados y reproducidos más allá de los límites geográficos y de circulación de sus propios productores, en una pantalla móvil o fija, grande o para llevar en el bolsillo. En defensa del papel, de las viejas tecnologías —o para entender, al menos, su rol en la era de la digitalización—, convine esta entrevista con el escritor y académico Jorge Carrión (Tarragona, España, 1976). Sin embargo, por la distancia entre Madrid y Barcelona (donde lo conocen como Jordi), donde reside, y a un viaje familiar que él tenía programado, esta charla se realizó vía Messenger. Y ahí tienen una primera paradoja.
Carrión es autor de libros de van de la literatura de viajes a la novela gráfica, la ficción, la no ficción y el ensayo: Barcelona. Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg, 2017), Teleshakespeare (Errata Naturae, 2011) y Librerías (Anagrama, 2013), que ha sido traducida a varios idiomas y fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo.
Con respecto a Librerías, le pregunto por qué escribir un libro sobre libros o, más bien, sobre lugares donde venden libros.
—Llevaba años acumulando información y viajes, si es que los viajes no son en sí información, y un día me di cuenta de que con todo ese material y aquellas experiencias, podía escribir una vuelta al mundo, una historia cultural de las librerías que fuera también una autobiografía del autor.
En su infancia, Carrión no recuerda librerías en el lugar donde nació, Tarragona, solo quioscos; pero en la adolescencia fue descubriendo las librerías de Mataró y Barcelona, donde ha pasado la mayor parte de su vida, aunque ha vivido también en Estados Unidos y Argentina, y ha escrito no ficción sobre sitios tan lejanos como Australia, como consta en su libro Australia. Un viaje (Berenice, 2008).
Su primer viaje al extranjero con amigos, por Gran Bretaña, ya estuvo marcado por las librerías: «Durante muchos años, fue una costumbre inconsciente —dice—, un vicio que no me confesaba ni a mí mismo».
Antes de 2013, cuando publicó Librerías, Carrión ya había pasado por las librerías parisinas de Shakespeare and Company y La Hune, la Librairie des Colonnes de Tánger, Bertrand y Ler Devagar en Lisboa, Stanfords en Londres, El Virrey en Lima, Lello en Oporto, La Central y Laie en Barcelona, la Antonio Machado en Madrid, la Librería de Ávila y Eterna Cadencia de Buenos Aires, City Lights y Green Apple Books en San Francisco y Strand en Nueva York, las librerías del Fondo de Cultura Económica de México DF y de Bogotá, entre otras. Si una librería, o un conjunto de ellas, puede representar a una ciudad, específicamente, ¿qué nos dice de ella?
—Por ejemplo —contesta—, si es una ciudad con discurso propio, con conciencia, con una historia escrita: se acostumbra a que los libros locales estén en la entrada, esa sección es muy elocuente. También podemos saber si la ciudad es cosmopolita, por el número de volúmenes disponibles en otras lenguas. Una foto que hice en (la librería) Colonnese de Nápoles (Italia) nos revela la dimensión teatral de la ciudad.
—Si consideramos que un libro puede ser un viaje —sigo—, ¿qué te ha dejado este viaje de años por las librerías del mundo?
—Librerías es una especie de documento de un proceso que no se detiene. No voy a ampliar de nuevo el libro (con las librerías que ahora conoce y las que conocerá), pero sí voy a seguir leyendo y viajando, de modo que no creo que ese hilo conductor de mi vida que son las librerías vaya a dejar de ser importante. En las librerías me he sentido libre y feliz, protegido, y sobre todo he aprendido mucho en ellas. Son laboratorios, redes que proponen conexiones inesperadas, invitaciones a seguir aprendiendo en casa.
—En la era de la digitalización, el mercado editorial se ha visto afectado de muchas maneras. A tu criterio, ¿cuáles han sido los cambios que ha producido este fenómeno?
—Los cambios son mínimos para una gran cantidad de profesionales y lectores, pero irán aumentando. Por supuesto que la datificación del mundo y la digitalización de los textos están alterando profundamente nuestros modos de escribir y de leer, pero el proceso es más lento de lo que los gurús tecnológicos nos quieren hacer creer.
Hace unos meses, Carrión publicó en sus redes sociales que por cuestionar a Amazon (y su impacto no solo en la industria editorial sino en el ámbito cultural y en lo que compete a las pequeñas librerías, los intermediarios y libreros) lo han llamado «retrógrado» y «ludita (tecnófobo)». Un alto cargo de una multinacional de telefonía incluso llegó a decirle, vía Twitter, que «Amazon es progreso». En el artículo ‘Contra Amazon: siete razones / un manifiesto’, publicado en la revista española Jot Down, escribió:
Amazon no es una librería, sino un hipermercado. En sus almacenes los libros están colocados al lado de las tostadoras, los juguetes o los monopatines. En sus nuevas librerías físicas los libros están colocados de frente, porque solo exhiben los cinco mil más vendidos y valorados por sus clientes, muy lejos de la cantidad y del riesgo que caracterizan a las auténticas librerías. Ahora se plantea repetir la misma operación con pequeños supermercados. Para Amazon no hay diferencia entre la institución cultural y el establecimiento alimenticio y comercial.
—¿El formato (papel o internet) condiciona la escritura o la afecta de alguna manera? —pregunto.
–Sin duda —responde enseguida—. La tecnología modifica la artesanía. En el cambio del siglo XIX al XX, se debatió la velocidad de la escritura como transcripción del pensamiento, con la taquigrafía o el dictado en voz alta. La máquina de escribir explica libros rollo como On the road (de Jack Kerouac) o estilos jazzísticos como el de Cortázar. Word, nuestro marco, explica el uso del cortar y pegar en muchos autores contemporáneos. Son ejemplos concretos de transformaciones por lo general muy sutiles y sin duda generalizadas.
—¿Y cuáles son los cambios para el lector? Hay estudios que demuestran que la capacidad de retener información es menor cuando se lee en internet…
—Aunque sea cierto que en los últimos siglos ha retrocedido la cultural oral y la pedagogía de la memoria, mientras que se ha desarrollado de un modo brutal la cultura visual, y en los últimos años nos hemos acostumbrado tanto al corrector de Word como a las búsquedas continuas en internet, delegando la memoria a las máquinas, también es cierto que ese tipo de pérdidas han sido lamentadas desde siempre. En la Antigüedad grecolatina ya había autores que decían que nada nuevo podía decirse. Por eso yo, como Reinaldo Laddaga en Estética de laboratorio, no creo que estemos en una época de declive, sino de renacimiento. Probablemente todas las épocas sean de fin y de principio, (eso) depende de tu mirada, de cuál sea tu opción.
—Así como desaparecieron los papiros, como soporte de la escritura, ¿podrían llegar un día en el que desaparezcan los libros de papel o los periódicos impresos?
—Sin duda. También desaparecieron los dinosaurios. Y se extinguen las estrellas. Seguro que ocurre. Pero nuestros nietos no verán esa extinción.
—Hace un momento mencionabas que los falsos gurús de la tecnología dicen que ese proceso es más rápido de lo que realmente será —le recuerdo.
—Lo grave —contesta Carrión para terminar— es que hace ya mucho tiempo que afirman que en 2010 o 2017 ya nadie leería el diario en papel o que la industria tradicional del libro habría ya perecido, y no ha ocurrido, y no han pedido perdón (tampoco). Simplemente han retrasado la fecha. Y siguen viviendo de esas conferencias tecnófilas e hiperbólicas, a menudo subvencionadas por gigantes tecnológicos. Ni apocalíptico ni integrado, en un punto medio, lo más informado posible, intento ver en mis libros las luces y las sombras de nuestro presente. En Librerías con las librerías y en Barcelona; en Libro de los pasajes, con las ciudades.
CRONOLOGÍA DE SUS LIBROS (Agrandar la imagen)
SUBNOTA
La bitácora seriéfila
En 2011, Jordi Carrión publicó Teleshakespeare, un largo ensayo que se posa en las series de televisión que se han producido en el siglo XXI. Pero ¿qué es lo que lleva a Carrión —cuya área de especialización son las letras y que da clases de Literatura en programas de educación de cuarto nivel en una prestigiosa universidad de Barcelona— a comentar sobre series?
Aunque las series de televisión no son nada nuevo y han existido desde hace más de cincuenta años, en este siglo que apenas tiene dos décadas ha habido una evolución, no solo en el género, sino en la forma en la que entendemos a la ‘pantalla chica’, en contraposición al cine (la ‘gran pantalla’): la caja ‘tonta’ se volvió la caja ‘inteligente’ gracias a producciones como Los Soprano, The Wire, Mad Men, Dexter, Six Feet Under, Battlestar Galactica, Deadwood… y la lista es larga. Carrión construye su ensayo que reivindica a las series como un género de importancia, desde el título del libro: Teleshakespeare. «Si nadie como Shakespeare supo retratar a la gente de su tiempo, nada como estas nuevas series de televisión retrata la evolución de nuestras sociedades, nuestros deseos, nuestras inquietudes. Shakespeare queda lejos, desenfocado. Hacemos zoom, nos acercamos, pero inmediatamente la imagen se pixela». Teleshakespeare se puede leer en la web de Errata Naturae, la editorial que publicó el libro.
En una entrevista publicada en el sitio web Hipermediaciones, el escritor Carlos A. Scolari le preguntó a Carrión si había tenido que superar algún prejuicio antes de comentar series de televisión. La respuesta fue: «Me ayudó la lectura de Afterpop, de mi amigo y colega Eloy Fernández Porta. Gracias a ella me di cuenta de que poseía un gran capital, el de todos los cómics que leí en la adolescencia, y que podía ampliar con mi nueva pasión, las series. Mi auténtica especialidad es la literatura, la literatura comparada, de hecho, y ese campo me dio las herramientas que yo necesitaba para analizar las teleseries y su mundo desde perspectivas interesantes».