Cuando recibí Días frívolos, de Maritza Cino, me sentí engañada. Esperaba un libro de poesía. Yo ya no me llevo bien con otras cosas. Luego me di cuenta de que era un libro sobre el tiempo. Y no hay forma de escribir el tiempo que no sea lírica. Y me tranquilicé.
«El cuerpo retorna leve y desnudo al evocar las pequeñas criaturas que cruzan la memoria, cada vez que transitamos al origen», reza el epígrafe.
Este es un libro sobre pequeñas criaturas. Y sobre la memoria. Néstor Braunstein tenía un libro, La memoria, la inventora. Recuerdo su seminario al mismo tiempo en que yo trabajaba en el MAAC. Cuando era un museo. O pretendía serlo. En ese contexto nos preguntábamos, desde Michel de Certeau: ¿Cómo sería una historia contada desde las ideas de este autor? ¿Qué sería una investigación, un informe, que asuma los afectos, el cuerpo que se enuncia al contar una historia? ¿Qué sería un texto histórico que «reproduzca el gesto poético, se sirva de él de una manera no poética»? Sería una historia que inventa. Una historia con gestos de literatura. Nunca logramos poner en escena, pero lo intentamos. Quedaron esas ideas escritas en alguna memoria institucional. Eran largas las discusiones en las que nos preguntábamos por qué se decidía a veces condensar, arbitrariamente, afectivamente, la historia, en objetos que se exponían o que no. En museografías que seleccionaban a unos y a otros no. El objeto lo sentíamos como un resto de la historia. Y qué es una presentación de un libro, sino los restos que han quedado —en uno como lector— tras la lectura del libro. Los restos del libro que leyó. Del libro que creyó leer. O del que uno cree que otros podrían querer leer. Hay una sensación museográfica en el comentario sobre un texto. Uno elige como hitos unos cuentos y otros no. En este caso, Días frívolos puede leerse como la historia de una persona. Y en cada página se exhiben objetos, personas, «cedulados» —como dirían los museógrafos— con pequeñas historias que los explican. Días frívolos es también como visitar un museo de una persona. Es como visitar un museo de objetos, personas como estampas que son revisitadas, a veces desde la nostalgia, a veces desde lo siniestro, de eso familiar que se vuelve extraño.
Días frívolos relata memorias, memorias-objeto, memorias-fragmento al parecer frívolas. Cotidianas. La voz narrativa parece ser una sola, lírica, pero a la vez es legión, en el sentido de narrar (y narrarse) desde muchas posibilidades.
Por un lado están los objetos memoria. Como en los museos. En los cuentos, hay muchos objetos que reemplazan las ausencias. El personaje que juega con muñecas como reemplazo de Salomé. Aquel que colecciona garfios involuntariamente, como si los garfios llegaran a ella sin pedirlo después de una iniciación «gárfica». El padre que colecciona tanquecitos, miniaturas de guerra, todos estos objetos que solo pueden ir a una guerra y no a un encuentro con una hija. La madre que pone velas a los santos.
También están los objetos como escenografía, una museografía de la memoria. La memoria como puesta en escena de una representación. En ‘Bodas de porcelana’ se representa una vida hogareña. Se monta una escenografía con ciertas muñecas a las que hay que dar atención.
Para Marcel Proust —citado por Walter Benjamin—, había una memoria voluntaria y una involuntaria. Las informaciones que proporcionan sobre el pasado no conservan nada de este en el caso de las voluntarias: «Vanamente intentamos revocarlo; todos los esfuerzos de nuestro intelecto son inútiles», dice Benjamin. En la misma línea, la escritura historiográfica crea a-topías, no-lugares, ausencias. Más que definiciones, las a-topías y no-lugares deben entenderse como posiciones que De Certeau asume en torno a lo que no tiene lugar. ¿Permitiría la literatura un espacio para esas ausencias? Escribir es hacer un «ejercicio de duelo», en la medida en que escribir la historia se funda en una no presencia y la escritura produce, construye representaciones de esos ausentes como una forma de evadir la pérdida. Alguna vez leí que, cuando Hans, un paciente niño, leyó el caso que escribió Freud sobre él, el pequeño Hans, él, ya mayor, no podía recordar nada de aquel relato. Y al parecer, al no identificarse con esa historia, pudo escribir un relato otro.
En Días frívolos hay las memorias de las vidas no vividas. Que son una forma de ausencias. Uno siente que lee Días frívolos como un álbum fotográfico con escenas del pasado. La memoria, inventora, parece explorar las posibilidades de un pasado otro: «Voces piratas llegaban con cuentos foráneos a plagiar su inconsciente». En algún momento, el texto dice: «La mitomanía siempre fue lo mío». En el cuento ‘Tiranosaurio’, Archi se transforma en un dinosaurio porque «quería ser él mismo. A fin de cuentas lo prehistórico había sido su obsesión». También está el cuento sobre Marina Nizo. Como no conozco bien a Maritza Cino, no puedo saber si es una Maritza-otra, pero explora posibilidades de un pasado distinto para sí misma. En ‘Días frívolos 2’, dice: «Todos jugamos a ser lo que no somos y a tener lo que nos falta».
En ‘Días frívolos’, indica que una vez al año se vuelve conventual, y se dirige a un caserío a contemplar, de alguna manera, el pasado. En tiempos de velocidades violentas, los momentos dedicados a la contemplación son casi un espacio de resistencia. En esta misma lógica de la contemplación, la voz parece anclada en ese pasado. Pero es como si fuese un pasado que incluye y a la vez expulsa: Padres que se protegen, se defienden de encontrarse con una hija con miniaturas de guerra; madres que dicen levántate y ándate. Tíos que dejaron de visitar: «Mi tía menor y yo, nos acercamos cada domingo a buscar el destino de la casa del sur», un sur que ya no existe.
Es necesario hablar de la parte gráfica y editorial, siempre bien cuidadas en la editorial Cadáver Exquisito. La tipografía y las ilustraciones aportan a los sentidos de nostalgia que proponen las letras. La selección de fotografías, el trabajo de ilustración, nos transportan también a un pasado. La ilustración de los tanques de guerra formados de papel no pasa desapercibida.
Paul Valéry decía que el recuerdo nos da tiempo para organizar. En Días frívolos hay etapas «históricas»: la etapa-garfio. La-hora-de-visitar-a-Enzo. La literatura sobre el recuerdo, re-inventar esa memoria, también organiza. Como cuando escribe Maritza: «Las palabras y las agujas curan». Pero son palabras, no agujas, las que se eligen.
Uno de los títulos de estos cuentos de Maritza Cino es ‘Necesitaba otra historia’. Días frívolos puede plantear la historia de una, de uno, como niño dinosaurio, cuidadora de muñecas, soldado de guerra en miniatura. Maritza revela que finalmente no se puede escapar de una historia, la de ser escritora: «Ese oficio de ida y vuelta sin ningún aviso ni posibilidad de otra historia».
Bibliografía
Benjamin W. (1961), Sobre el programa de la Filosofía Futura y otros ensayos, COLECCIÓN PRISMA. Editorial Arte: Caracas.
De Certeau, M. (1993). La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana.
De Certeau, M., & Giard, L. (2003). Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción. Universidad Iberoamericana.