‘El niño del floripondio’ lleva 40 años deslizándose por la danza ecuatoriana

¿Qué mejor manera de celebrar una vida en la danza sino danzando? De seguro esa fue la premisa que el maestro de algunas generaciones de bailarines tuvo para subirse esta vez al plató.

Kléver aparece en el escenario con la cabeza rapada y los pies descalzos, sus facciones huesudas y fuertes denotan su experiencia en la danza y en la vida. Sin embargo —y a pesar de sus 60 años— se considera a sí mismo como un niño, con carencias afectivas que aún reclama, representaciones borradas del pensamiento y otras muy bien imaginadas y plasmadas en el movimiento, en el espacio vacío en el que la creatividad estalla. “Mi padre nunca me vio bailar”, dice en el video que antecede a la obra que celebra sus 40 años de trayectoria. Y es que para un bailarín, la presencia de sus padres allí, frente al escenario, con la mirada atenta y los aplausos prestos, alimenta el cuerpo y las ganas de seguir derrapando el piso. Bailar para la vista paterna —aunque sea reprobadora— resulta la liberación total de una decisión de vida.

El niño del floripondio —como tituló a su obra— puebla las tablas con la nostalgia que produce el reencuentro consigo mismo y el volver al camino bailado, tan contradictorio como placentero con la única herramienta imprescindible para la danza: el cuerpo.

La obra transita por algunos estadios de su vida —todos atravesados por la flor del floripondio— donde su parte blanca y su parte india se funden en su cuerpo bajo el cosmos, las mutaciones a través del tiempo, la lluvia de planetas, de hojas, ojos y besos; el reflejo de sí mismo, el perfume de la melancolía y el retroceso necesario de recordar el camino danzado.

En poco más de una hora, el niño que nació en las faldas de los Ilinizas y que a los 19 años buscó nuevas historias en la capital, se desliza sobre sus 40 años en la danza contemporánea.

Este niño siempre supo que quería ser artista y luego de un paso efímero por el Conservatorio Nacional de Música, la danza le asaltó y le atrapó.

En 1974 se inició en el naciente Instituto Nacional de Danza y 2 años más tarde se enroló en la Compañía Nacional, también adquirió experiencia y conocimiento en su paso por tierras mexicanas donde fue alumno de Javier Francis y Luis Fandinho.

A su regreso creó el primer grupo independiente de danza del que emergieron Susana Reyes y Nelson Díaz. Más adelante con Yaradanza convocó a Wilson Pico y María Luisa González, para hacer montajes conjuntos.

En 2001 creó la escuela Exploradores de la Danza y 6 años más tarde pasó a ser maestro y coreógrafo del Ballet Contemporáneo de Cámara. En estos espacios, como en otros independientes —en los que ha primado la pasión por generar propuestas de calidad— ha formado varias generaciones de bailarines.

Con más de 20 coreografías a su haber se ha consagrado como uno de los precursores de la danza contemporánea en el Ecuador. Sin embargo, nunca ha dejado de ser un niño, el niño que se deleita con el néctar del floripondio.

 

 

¿Es El niño del floripondio un resumen de su paso por la vida?

A medida que me acercaba a los 60 años, me di cuenta de que el tiempo pasa volando. Ya había querido hacer un resumen de mi vida, pero también es un resumen del vía crucis que me tocó vivir por ser un hombre del campo.

Me fui de Toacaso (Cotopaxi)a los 19 años y aunque siempre quise ser artista, la danza me sorprendió y me atrapó. Eso fue una conquista porque tuve que convencer a mis padres de que era una buena decisión. Cuando ya me inicié en la danza fue que mi papá no me supo entender, a pesar de que me había graduado en el Colegio Montalvo (eso ya era un mérito para cualquiera), tuve que convencerme y convencerlos por mucho tiempo.

Esas circunstancias son las que reflejo en la obra.

 

¿Qué significa el floripondio en la vida? Dentro y fuera del escenario.

La planta del floripondio siempre estuvo presente en mi infancia; en el ir y venir de las tareas del campo tomaba ese néctar minúsculo y dulce que me deleitaba. Pasaba mucho tiempo trepado en ese árbol jugando. Ya en la obra juego con el ‘Hijo del viento’ y el ‘Narciso’ que se quiere morir; reflejo estos abismos de contemplación de muerte y los diferentes estados del alma le dieron a esta coreografía esa característica del desahogo. Y en algún momento decirle a la muerte: ya estoy listo, llévame.

 

Salir de Toacaso tan joven y casi en contra de la voluntad de sus padres, ¿fue una huida necesaria?

Por supuesto que es un escape. Me aburría de la limitación del pueblo. Además, mis padres siempre fueron muy rígidos. Es por eso que todavía sufro y pido cariño. También fue la ansiedad de encontrarme con lo desconocido: la ciudad y mi encuentro con las mujeres. En esa época lo máximo que hacía era salir a Latacunga en mi bicicleta y la verdad no era mucho.

Salí a Quito a descubrirme a través de lo que no conocía.

 

La obra se presentó como la lucha y fundición entre sus dos partes: la parte india y la parte blanca. ¿Cómo representa lo mestizo dentro del movimiento?

Los temas con los que he trabajado siempre han estado ligados a la identidad, el mestizaje, la conquista, el poder, el buscar quién mismo soy. En la obra lo resuelvo de muchas maneras con elementos como los ponchos (tan nuestros) y, por ejemplo, con un blue jean —un objeto traído de fuera— como para unir las dos partes.

Me enfrento al espejo y digo ‘esto es mío’ y ‘esto soy yo’. En esa parte empieza a sonar la canción de los Andes, que es insigne en nuestra cultura.

 

Siempre ha dicho que es un ‘chagra’. ¿Qué significa esta categoría para usted?

Los chagras somos todos los que no hemos nacido en Quito, aunque hay acepciones más específicas. Para mí es motivo de orgullo ser del pueblo. En la danza, ser del pueblo me ha sido muy útil porque yo trabajé allí y las acciones son distintas a las de un citadino. Siento que el cuerpo de un muchacho del campo tiene más posibilidades por el mismo contacto con la naturaleza.

 

Los movimientos de la obra revelan algo de melancolía. ¿El proceso duele?

El proceso de crear es único para cada obra y guarda muchas cosas. El proceso fue doloroso, así como la reflexión sobre el camino andado.

La danza fue apareciendo como una relación entre los símbolos. Sin embargo, la danza terminó siendo un desahogo y un placer al moverme en las diferentes emociones y sensaciones que rememoro y sigo viviendo.

 

¿Qué representan los pasillos dentro de la obra?

Es un homenaje a mi madre y a la mujer en general. Un homenaje al amor-dolor, porque así lo he vivido yo.

 

Hace 10 años dejó el Frente de Danza y se dedicó a proyectos independientes. ¿Cómo siente que ha evolucionado su trabajo?

Me refiero precisamente a los últimos 10 años porque entonces empecé en los escenarios independientes. Pasé como 4 años con El arrebato, que era danza urbana, me subía casi a todos los edificios y las iglesias de Quito, pero luego me fui al Ballet Contemporáneo de Cámara.

Para mí esa experiencia fue beneficiosa después de los años, estaba contento porque se creaba por primera vez una compañía de danza contemporánea. Era la primera vez que trabajaba con un grupo de bailarines profesionales muy bien formados, a quienes les pude entregar lo mejor de mí.

Por otro lado, soy un poco reacio a lo institucional, en mi caso, tengo mi propio método para formar bailarines. Para bailar conmigo se debe tener autenticidad e identidad.

 

Al haber formado tantos bailarines, ¿cuál es la responsabilidad de un maestro?

La palabra maestro me deja sin aliento e inmóvil. Es por eso que toda mi vida he compartido mi entrenamiento con los bailarines y aprendices, entonces más bien yo soy un compañero más —un compañero viejo— que les puede orientar y guiar.

No me asumo maestro, no soy tan vanidoso para esas cosas. Soy un bailarín en ejercicio, tengo 60 años y sigo bailando.

Así he formado a mucha gente que ha saltado a grandes escenarios. Me muevo estratégicamente para suavizar el impacto de esta responsabilidad.

Mi premisa es: “Yo te guío, pero hazte cargo de tu proceso de formación, no dependas de un maestro”.

 

Entonces, ¿cuál es el compromiso personal de un bailarín?

“No imites al maestro, no quiero que seas una copia mía”. La danza no se aprende de afuera, la danza está en cada cuerpo y lo único que hay que hacer es descubrirla, porque cada cuerpo es diferente. En este sentido existen dos partes del compromiso: el primero es entrenarse rigurosamente, tener autodisciplina si no, simplemente no sirves para bailarín.

Además en la danza contemporánea estás conminado siempre a crear, estás exponiendo tu intimidad. La otra parte es desarrollar esta creatividad y dejar que fluya esta intimidad con el otro.

¿Cuál es la relación de la danza con las otras artes?

Tienes que aprender y ver todas las artes. Las diferentes disciplinas deben ser investigadas para obtener elementos que alimenten la creatividad. Leer, ir a exposiciones de pintura, de escultura, escuchar música. Todo lo que miren mis ojos lo puede inventar mi cuerpo.

 

En ese sentido, ¿el cuerpo de un bailarín es un ente reinventado?

Es un supercuerpo, el cuerpo cotidiano —con el que sales a pasear— no sirve para la danza. El bailarín tiene que reconstruir cada una de las partes de su cuerpo, tiene que hacerse otra forma de caminar, de oír, otra forma de equilibrio. Yo conmigo mismo, otra forma de verme.

 

¿Cómo se reinventa y fluye el cuerpo de Kléver Viera?

Todos los días, con el entrenamiento y con principios básicos como la concentración. Para eso tienes que cancelar con el mundo. En la clase y en el escenario no existe nadie más, los problemas y quimeras se quedan fuera. Solito con tu cuerpo y tu intimidad, el espacio vacío te permite fluir.

 

¿Cómo contempla la idea de muerte?

Todos tenemos unacompulsión de muerte. Pero nadie está listo para morir, solo especulamos sobre ella. Yo la enfrento desde el escenario, no le puedo mentir sino que dialogo con ella cada vez que bailo.

Para mí, es un ejercicio dentro de la danza porque te aplaca el ego y te pone los pies en la tierra. Entonces digo que hace ver la realidad y apreciar lo que está y lo que no.

Siempre trabajo bajo esta frase: la muerte se sienta a verte bailar el resumen de tu vida, luego te abraza y te lleva.

Si la muerte llega, que le pille ¿bailando?

No me he puesto a pensar sobre eso, pero definitivamente sería un regalo morir así. Yo, por mi parte, seguiría bailando eternamente, ya sin las limitaciones del cuerpo.