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El destino de los parásitos

Angélica Lainez| Comunicadora, gestora y docente

 

La siempre elegante Yeon-kyo se sube a su automóvil. Ki-taek, su chofer, la lleva al supermercado. Minutos después de permanecer juntos en el espacio reducido del automotor, la mujer baja el vidrio de su ventana, se cubre la nariz y observa con desdén al conductor.

Es su olor lo que la molesta, algo que su esposo había descrito la noche anterior como “olor a rábano viejo”. Aquello que la perturba es el olor de la pobreza, un hedor impregnado en la piel de Ki-taek desde que tiene memoria, un hedor que no se quita y que no lo abandona.

Esta es una de las escenas más hostiles de Parasite (2019), la película surcoreana que ha ganado alabanzas de la crítica y de la audiencia en todo el mundo. La cinta, dirigida por Bong Joon-ho, también director de Memories of Murder (2003), The Host (2006), y Mother (2009), ganó la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes, el primer Globo de Oro a mejor película extranjera para Corea y este domingo 9 de febrero se hizo con cuatro de seis nominaciones en los Premios Óscar, en las que se incluyen Mejor película, Mejor director, Mejor película extranjera y Mejor guion original.

La dirección, la narrativa, las interpretaciones actorales, la dirección de arte y el montaje son algunos de los puntos más fuertes de Parasite, los dos primeros bajo la responsabilidad de Bong Joon-ho, un director que filma lo que escribe.

El cineasta surcoreano sabe cómo llevar a sus actores al límite y, a través de los textos que emergen de la boca de sus personajes, demuestra con exactitud lo que quiere dejar por sentado en cada escena y en la totalidad de su obra.

Con The Host (2006), Joon-ho ya demostró su capacidad para construir personajes y narraciones sólidas, su manejo de la tensión, pero, sobre todo,  sabe cómo relatar con claridad la historia que tiene entre manos.

La cámara acompaña a los personajes, recorre e introduce a los espectadores en sus mundos. Un montaje ágil, con la ayuda de slow motion y un soundtrack de orquesta, nos sumerge en los planes y deseos de los protagonistas. Acompañados de actuaciones como la de Song Kang-ho -el chofer que no puede huir de su hedor-, quien destaca por la dureza de su personaje y por ser un colaborador frecuente en la filmografía de Joon-ho, dotan a Parasite de la fuerza que la ha llevado a ser considerada por muchos críticos la mejor película de 2019.

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En el entrepiso de la casa de un barrio suburbano de Seúl viven Ki-taek, su esposa Chung-sook, su hijo Ki-woo y su hija Ki-jung.

La familia se sostiene doblando cajas para una pizzería. Un paneo a este escenario permite conocer mejor sus vidas. Subsisten en un espacio atiborrado de objetos personales en desorden, ropa tendida en la habitación y la acumulación.

Dos únicos tesoros: una medalla ganada por Choong-sook, la madre de la familia, en una disciplina deportiva, y una piedra, regalo de un amigo de Ki-woo que, según dice, trae prosperidad.

Hay una multitud de artículos en los diversos escenarios de la película; símbolos dispuestos en los encuadres, una serie de códigos que el espectador se lleva consigo y que le permiten ir desatando los apretados nudos de una trama que se oscurece a medida que se desarrolla.

Un primer vistazo a esta familia “tradicional” nos dispondrá a ver 132 minutos de una divertida comedia; pero no. En Parasite hay más, mucho más que humor.

Nos obliga a leerla con otros ojos, a desbaratarla, a reconstruirla, y desear verla en más de una ocasión. Bong Joon-ho construye un relato impecable sobre las diferencias de clases sociales, las relaciones de poder entre ellas y los tejidos familiares.

Critica con crudeza el sistema que nos rige; a veces con humor, otras con dolor, pero siempre sosteniendo con firmeza el hilo que cose y atraviesa toda la historia. Ki-taek (padre), Chung-sook (madre), Ki-woo (hijo menor) y Ki-jung (la hija mayor) se introducen en la casa de los Park, una familia adinerada que lleva una vida privilegiada y desvinculada de otras realidades.

Cuando Ki-woo empieza a trabajar como tutor particular de la hija mayor, introduce de a poco a su hermana y a sus padres en una serie de mentiras para lograr que cada uno de ellos sea contratado por sus millonarios jefes, sin que noten su vínculo.

Uno a uno se instalarán en el acaudalado hogar, y empezarán a vivir de ellos y para ellos. Estos organismos logran alojarse en el estómago de otra familia e intervienen en el curso de sus vidas, aunque su estadía no tarda en devenir en enfermedad. En Parasite, el amor filial sostiene las relaciones, lo hace todo más soportable, pero también puede convertirse en una pasión letal.

La complicidad familiar une a sus miembros en una cadena de solidaridad, esperanza, compasión, y sobrevivencia. Sin embargo, no serán los únicos personajes en esta situación. Moon-gwang, la ama de llaves de los Park desde que compraron la casa en la que habitan, y su esposo se deforman al límite de lo caricaturesco; este último se asila -sin sospecha alguna de los Park- en un búnker que sus dueños no saben que existe en la casa, sometido al exilio forzado como escape a sus impagables deudas.

Ambos representan el lumpen, otra especie de parásitos que viven de los Park, no solo porque toman su comida para sobrevivir, sino porque viven de las huellas y despojos de su vida cotidiana.

En este sentido, la casa de los Park actúa como un elemento que oprime y asfixia a quienes la habitan. Un espacio que provocaría la fascinación de Buñuel.“¿Cuál es tu plan?”, le dice Ki-woo  a su padre, en una escena de la cinta, luego de que una lluvia torrencial inundara su casa y lo perdieran todo.

Ki-taek no tiene una respuesta alentadora para su hijo, pues nunca existió un plan y jamás lo habrá.

En sus condiciones, muy pocas cosas dependen de sus voluntades, pensar en el futuro es incierto y, a veces, la esperanza no basta. Una realidad que Bong Joon-ho expone con crudeza en su cine, creando puntos de giro impredecibles, textos potentes, y un trabajo maestro en la construcción de las miradas que los personajes realizan sobre sí mismos y sobre los otros; otredad que genera una brecha insuperable entre ellos. Un cine distinto, lúcido y necesario. CP