El crítico en su cerco

En una pequeña parte del documental Extraña forma de vida. Una historia abreviada de Enrique Vila-Matas se cuenta sobre el temor y la espera que se produce en un autor, después de publicar su libro, ante la crítica. En este caso, quien narra la anécdota y el autor aguardaban juntos a las tres de la madrugada por la llegada de El País con la valoración del crítico del diario español sobre su novela. Esa espera, ese afán de hallar una valoración auténtica del otro lado de la obra, y esa relación entre un autor, un crítico de un diario y los lectores (la audiencia invisible) prácticamente no existe en nuestro país.

Hace quince días, en esta misma columna, mencioné que «si bien en los once Encuentros sobre Literatura Ecuatoriana Alfonso Carrasco Vintimilla, y en los catorce Congresos de la Asociación de Ecuatorianistas, los escritores y académicos han proporcionado crítica literaria (puntos de vista, argumentaciones, materiales para discutir nuestra literatura), esto no cambia el hecho de que lo que ha existido, mayormente, en lo que a reflexión literaria se refiere (en revistas, diarios y webs), es un periodismo cultural flojo intercalado con reseñas seudocríticas elaboradas por circuitos de amigos».

Para ampliar esta idea, debo decir que desde el año 2002 he asistido a los Encuentros sobre Literatura Ecuatoriana Alfonso Carrasco Vintimilla, donde he podido escuchar y participar de discusiones académicas sobre nuestra literatura. En esos cinco congresos, que tienen lugar cada tres años en Cuenca, he podido revisar y recoger libros valiosos como Ciudad tomada y ausente. Los paradigmas del imaginario urbano en la narrativa latinoamericana de Manuel Villavicencio, y Hugo Mayo y la Vanguardia de Jackelín Verdugo Cárdenas. Citados aquí, para dar apenas dos ejemplos de los importantes materiales que han circulado libremente, junto con las Memorias que reúnen los ensayos de los invitados, y que son entregados a quienes participamos de estos encuentros académicos1.

Esa crítica literaria que produce impecables —muchas veces— ensayos, vive dentro de un cerco académico, se mueve en revistas especializadas, en libros publicados por editoriales universitarias, ya que muchas veces nacieron en forma de tesis de maestrías y doctorados de literatura. O en prólogos o estudios introductorios de libros de algunos autores fallecidos. Como sucede en el caso de la hermosa Colección Archivos donde aparecen las Obras Completas de Pablo Palacio, coordinada por Wilfrido H. Corral, publicada por el Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala en asociación con la Unesco y el Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes de México. O la Obra Completa de Severo Sarduy coordinada por Gustavo Guerrero y Francois Wahl.

Para disfrutar de esa crítica especializada se debe tener algunos conocimientos previos. Por eso es consumida mayormente por estudiantes de literatura, escritores y, por supuesto, los mismos críticos. Ningún lector que no haya sido previamente ya un lector formado (o en plena formación académica) se acerca a estos documentos sin el espíritu de avanzar en alguna investigación. De hecho, un lector de —por ejemplo— Padura o Hammett no empezó leyendo una tesis sobre la novela negra. No funciona así. Por lo que es absurdo e irresponsable ponerse del lado del error.

Y el error está en no aceptar que la crítica ecuatoriana en forma de libros, encerrada en altas paredes de centros universitarios y en poquísimas librerías, resulta ajena, inaccesible y, hasta cierto punto, solamente vinculante con la realidad teórica de su materia. Debates que, como he dicho ya, interesan a quienes vivimos con este amor a cuestas.

Sin embargo, seamos claros en este tema: sin literatura no hay crítica. No hay duda en ello. No fue primero el crítico y luego el escritor. Aquí no hay cabida al dilema del huevo o la gallina. Sin embargo, sin la crítica (o sin un crítico), un escritor no mejora2.

Pero no solamente un documento sobre la poesía de Aurora Estrada y Ayala, o un compendio de apuntes sobre la literatura ecuatoriana publicado en forma de libro es per se crítica literaria. De hecho, es crítica y estudio, así como puede ser elevado a la categoría de teoría, más adelante, por alguien que encuentre imprescindible su valor. Pero hay otros ejemplos: las aproximaciones ensayísticas y libres de Antonio Gamoneda publicadas en su libro El cuerpo de los símbolos, o Canciones allende lo humano de Jorge Riechmann son dos libros poderosos que, siendo reflexiones de creadores sobre su trabajo, bien pueden emplearse en las universidades dentro de cátedras que atienden dicho tema.

En todo caso, la reseña o comentario de una obra, dentro de un medio masivo como un periódico, es también un ejercicio de crítica. El que en nuestro medio esto no exista, no significa que no exista del todo. Lo que cabe preguntarse en nuestro medio es cuántos académicos mantienen una columna en revistas como Vistazo o diarios como El Comercio y la emplean para comentar libros una vez por semana o una vez por mes. Respuesta: poquísimos. Y aunque algunas veces comentan los libros de nuestros autores, casi siempre la emplean como tribuna para contarnos su mirada sobre algunas preocupaciones de otra índole.

En todo caso, en nuestro país los medios masivos como los diarios no han sido utilizados en favor de comentar libros y fomentar así nuevos lectores, entregando herramientas para que un lector (o potencial lector) pueda evaluar y aprovechar su ejercicio3. Una reseña de un libro en un diario (o en una revista) siempre será asumida como una valoración crítica. Indistintamente de si el lector puede o no identificar si quien firma la reseña es miembro de La Real Academia de La Lengua Ecuatoriana.

Marcados en ese abandono, los periodistas culturales, muchas veces sin argumentos, armados con las pocas materias de literatura que cursaron en la universidad, se ven empujados a realizar el ‘trabajo sucio’. Por supuesto, los medios no emplean críticos literarios en sus filas de trabajadores. Y para qué hacerlo en un país sin lectores. Por eso no es difícil darse de frente con un comentario de una periodista cultural donde habla sobre la novela de su amiga escritora, de modo halagador y con escasos argumentos. Haciendo pasar su comentario flojo como una crítica ante los ojos del lector común (que es a quien yo me dirijo en esta columna). Recuerdo haberme encontrado hace muchos años con una página entera en un diario, dedicada a un primer libro destacado como una revelación, de un poeta que nunca más escribió y cuyo libro nadie recuerda. Un botón de muestra.

En mi columna anterior, dije que esto puede dar paso a que un periodista cultural se convierta mañana en jurado de un premio de novela, sin haber escrito jamás un libro. Alguien podrá decir que me equivoco, porque un buen lector puede ser también un buen jurado. Siguiendo esa lógica absurda, un buen espectador de películas, puede mañana ser jurado en el festival de cine de Cannes. No se debe justificar lo injustificable. Ni siquiera un egresado de la escuela de literatura o de cine puede ipso facto ser jurado por haberse graduado con buenas notas. Hay algo que se llama trayectoria, y eso lo dan el tiempo y el esfuerzo auténtico. Y es la trayectoria del jurado lo que da valor a un premio.

Marcados en ese abandono, los escritores se voltearon hacia la crítica. Solo por citar algunos nombres: Mario Campaña, Leonardo Valencia, Miguel Donoso Pareja, Jorge Dávila Vásquez, Bruno Sáenz, Iván Carvajal, Javier Ponce, entre muchos otros. Poetas y novelistas que han escrito ensayos sobre cultura y literatura, y preparado estudios sobre determinados temas, pero que ciertamente prefieren ser reconocidos como poetas y novelistas antes que como críticos literarios. A diferencia de autores como María Augusta Vintimilla, Cecilia Ansaldo, Hernán Rodríguez Castelo y Wilfrido H. Corral.

Donde impera el desconocimiento, el audaz hace su reino. Y es así como en ausencia de una verdadera crítica en diarios, se han filtrado en los medios promociones que se hacen pasar como contribuciones de crítica literaria; y el periodismo cultural ha hecho eco de cadenas de comentarios sin aplicar análisis. Lo que incluso ha dado pie a que muchos utilicen el poco espacio público que ciertos medios ofrecen a la literatura para mejorar sus relaciones sociales. Este espacio (al igual que algunas revistas de la CCE), por ejemplo, sí acepta dichas colaboraciones.

Por eso, acierta Pablo Salgado, en su columna de la semana pasada cuando menciona cómo CartóNPiedra se convirtió, por mucho tiempo, en un espacio donde se publicaban los textos de presentaciones de libros como reseña crítica. Textos elogiosos, por supuesto. Textos que, repito, para el lector común tienen un valor auténtico.

Lejos de ser ese país donde haya miles de lectores, escritores bien remunerados por su esfuerzo, y donde los críticos no sigan aislados dentro del cerco académico —escribiendo ensayos especializados en una lengua que solo es entendida por ellos, como quien habla con dios4—, escogemos mentirnos, promover la alabanza, sostener así nuestras relaciones sociales y laborales, engordando la mediocridad que desde hace muchísimo tiempo sigue empachando conciencias.