No hay muchas vueltas que dar, al parecer. ‘Milagroso altar blasfemo’, la obra del colectivo boliviano Mujeres Creando que se expone en la muestra La intimidad es política, ha sido tema de conversación desde que la Conferencia Episcopal Ecuatoriana publicó un comunicado en el que expresaba su rechazo a ese mural que mostraba, entre otras cosas, a una virgen transexual, otra para los abortos y un papa que se agarra la virilidad, mientras pone cara de maldad. El fin de semana anterior, hubo una marcha de creyentes afuera del Centro Cultural Metropolitano (la institución que alberga la muestra). Habían llegado al lugar para rechazar el mural. Pero ¿eso necesariamente significa —como han dicho algunos— que esta obra logró su cometido? Es cierto que se ha hablado muchísimo de ella, pero siempre por la tangente.
Numerosas publicaciones en medios impresos y digitales tienen un discurso parecido: la obra no es buena, pero tienen derecho a expresarse. Un columnista quiteño (en un diario de Guayaquil) se apresuró a atribuirle una «ínfima calidad» artística al ‘Milagroso altar blasfemo’, antes de llegar a la parte donde coloca su primer pero, pues de todos modos dice que el colectivo —palabra a la que, por cierto, le coloca unas comillas— tiene libertad para expresarse. Luego de decir esto llega a su segundo pero, a partir del cual rechaza que una muestra así se realice con dinero de los contribuyentes (el Centro Cultural Metropolitano es una institución pública adscrita al Municipio de Quito), una postura problemática: si se impusiera el criterio de que algo debe dejarse de hacer porque uno de los dueños de la plata —es decir, cualquiera que pague impuestos— se opone, entonces nada se podría hacer desde lo público. Es curioso, de pronto Ecuador, un país en que las galerías y los museos no son precisamente los espacios más populares, se ha llenado de críticos de arte que no dan demasiadas explicaciones sobre por qué la obra no tiene valor.
Pero ¿cómo se comenta sobre el valor artístico de algo que no se ha analizado? El nombre del colectivo Mujeres Creando ya dice algo: es un movimiento social feminista anarquista de mujeres con intenciones reivindicativas, como muestran las frases incluidas en el mural. Se trata de lemas a favor de la igualdad, en contra de los feminicidios o del aborto clandestino y en defensa del derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos. El que se pintó en Quito es el segundo altar blasfemo de Mujeres Creando (el primero se hizo en Bolivia, y habrá un tercero en Chile). Tal vez quien minimice el valor de la obra se refiera a la técnica, pero todo tiene una razón de ser, como detalló el colectivo (explicar una obra es un gesto de generosidad que no siempre se ve en las exposiciones).
Hacia el final, el manifiesto que acompaña la obra dice: «Los desafiamos a arrodillarse ante este altar para probar el efecto de estas imágenes sobre sus corazones y dejar volar sus pensamientos hasta que las figuras hablen y bailen con ustedes». Así que bailemos:
‘La virgen de los ovarios’, protectora de las aborteras, está crucificada en la figura de unos ovarios, tal como se los dibujan en las láminas escolares (desde la infancia aprendemos ciertos valores que oprimen a las mujeres); con la estética de los dibujos de Guamán Poma de Ayala, el cronista catequizado, han dibujado a la ‘Virgen trans, ni hombre ni mujer’ (la idea del indígena convertido recuerda a la única salvación que ofrece la Iglesia a los GLBTI: abandonar su estilo de vida, y con ello su identidad); la ‘Virgen dolorosa del feminicidio’, rodeada de ángeles femeninos, llora por las asesinadas, y reivindica la libertad que sus feminicidas les quitaron (en una sociedad en la que ha sido necesario tipificar ciertos asesinatos como feminicidio porque se trata de crímenes de odio contra la mujer); la ‘Virgen de Copacabana’ cambia el cetro de mando por el trinche del pecado (en una sociedad en la que es totalmente normal que se juzgue a los que no viven según la palabra, en especial si son mujeres). En la parte de abajo del mural, aparecen un papa que se ríe mientras se agarra el pene sobre el que reside su poder (las mujeres no pueden ser autoridades de los hombres dentro de la Iglesia); un Cristo que carga con una cruz de penes (porque el machismo es incompatible con su mensaje de amor y perdón), y en el centro se lo muestra amarrado —por el pene, obvio— al poder de la institución.
Es comprensible que un creyente ofendido diga que no es arte, sino blasfemia. Pero este término, de todos modos, se lo atribuye el mismo mural sin que nadie se lo señale. Y esto es central. La apropiación, dice Ana Rosa Valdez —curadora y editora de paralaje.xyz, medio digital especializado en arte— es una práctica común del arte contemporáneo: la estrategia del mural se basa en el uso de la iconografía católica, en imágenes de la época de la Colonia (las ilustraciones de Poma de Ayala) y en la visualidad de la cultura popular de América Latina.
La crítica real que se le podría hacer al ‘Milagroso altar blasfemo’ no va por el lado de ‘faltar el respeto’. Sobre la intención de que sea una obra provocativa, apunta Valdez que «recurre a elementos que han sido demasiado utilizados desde los sesenta». Sin embargo, esa es una zona un poco gris, si lo pensamos desde el punto de vista del país en el que se ha montado el mural: «Estamos en un contexto —explica también Valdez— en que ese tipo de obras sí son novedosas para ciertos públicos».
La obra ya no es accesible por un tema supuestamente patrimonial; se le critica que sea expuesta en una institución pública, cuando la mayoría de la población es católica, y se dice, sin sustentarlo, que no es arte. Todos los anteriores son comodines para no aceptar que no estamos dispuestos a ver —mucho menos discutir— problemas que son reales y que se derivan de un discurso religioso.