El caso de Roma y la hegemonía del español peninsular

Hace una semana, la lengua fue noticia con la queja del director mexicano Alfonso Cuarón contra Netflix, acerca de los subtítulos en español insular de su película Roma. Es decir, varios giros propios de la variante mexicana del español se habían “traducido” a la variante del español de España. Si bien la polémica que se generó por esta queja, y que halló mucho eco en las redes sociales y en los medios, derivó en que Netflix quitara esa subtitulación, este hecho da cuenta de la fragmentación de nuestra lengua “común”.

 

Traducir” una película hablada en español mexicano al español de España demuestra lo fragmentados que estamos como comunidad hispanohablante, pues que se quiera traducir una película de una variedad a otra quiere decir que se está buscando establecer una diferenciación en nuestra lengua. Lo que se demostró con este hecho es que el español válido es el peninsular y que cualquiera de nuestras variantes americanas está supeditada a este. Por “español” válido se entiende, entonces, solo a una variedad y se ignora la fuerza y la representación de los diversos españoles que se hablan de este lado del océano. El hecho de traducir una película de una variedad a otra también es una apuesta política, que da cuenta de la hegemonía que aún sigue ejerciendo el español peninsular.

 

Esta hegemonía no se da únicamente en este caso particular, sino en muchos otros casos. Por ejemplo, lo podemos encontrar en los libros de texto para enseñar español a extranjeros. Es muy común en este tipo de libros encontrar alusiones exclusivas a la cultura y a la variedad de España. Se insiste, por ejemplo, en el uso del vosotros sobre el ustedes, y se omiten cuestiones como el voseo, mucho más común en diversos países donde se habla español. Esto ocurre, por supuesto, porque el mercado editorial de estos libros, y el de los institutos que enseñan y evalúan las competencia en español, está radicado en España.

 

También ocurre en el campo editorial en general. Por la fuerza económica de los grandes grupos editoriales, asentados en España, las traducciones que nos llegan corresponden al español peninsular, y presentan varios giros ajenos a nuestras variedades. Lamentablemente, el mercado hispanohablante de este lado del océano es visto como periférico, pese a que cuenta con la mayor cantidad de hablantes del español. En algunas ocasiones, los textos se encuentran adaptados a ciertas variedades más “fuertes”, como la mexicana o la rioplatense, pero más allá de eso no encontramos mucho.

 

Sin embargo, es interesante que la discusión acerca de esta hegemonía y de las incidencias políticas del español sean llevadas con más frecuencia y más fuerza a los foros de discusión. La cuestión no es invisibilizar a una variedad o a otra, ni siquiera se trata de abogar por un español neutro que tampoco se representa, se trata de entender que somos una diversidad, y que en esa diversidad está nuestra riqueza. Se trata de entender que no hay un español “mejor” o “más importante” que el otro; que debemos respetar las manifestaciones y las particularidades que representan a cada una de nuestras regiones.