El arte urbano se afinca en la mirada del museo

Abril, una pequeña de 9 años con sonrisa franca y tímida, cogió un stencil e hizo un dibujo sobre una pared de Guayaquil pensando en ‘Nadie se me baja de la patineta’, el logotipo —desinstitucionalizado por un grupo de skaters— para una muestra de arte urbano, la primera de su tipo en la ciudad.

Yo también pinto, Poske, ven a ver —le dijo emocionada a un artista mexicano que hace grandes murales en su país para que observara lo que ella, a su edad, es capaz de hacer.

Lo llevó a la pared que había pintado unas horas atrás.

¡Mamá, mamá, ya no está! —dijo Abril triste cuando llegó.

No importa hijita, haces otro —le contestó la madre para consolarla.

Otro no, mamá. Era ese —le respondió Abril enojada.

«Y sí, era ese», dice María Fernanda López, la mamá de Abril, una académica de la generación de los rebeldes ochenteros, con mechas californianas y los brazos llenos de tinta. Fernanda asumió la curaduría de esta muestra en la que resignifica el emblema de una época de nepotismo roldosista, cuando Abdalá Bucaram popularizó aquella frase de «Nadie se me baja de la camioneta».

A López le gusta aclarar que curó esta serie sin pensar en un texto de palabras complicadas, poblado de referentes lacanianos y freudianos que, como pasa en otras exposiciones de arte contemporáneo, aglutinan bajo una misma noción una serie de obras que, tal vez, son siempre distintas. Esta muestra, en particular, no se enfoca en una serie de objetos conceptuales. Su valor central se fija en las dinámicas que establece con la calle.

En esta primera muestra colectiva de skate art guayaco, López trabajó durante cinco meses en compañía de una serie de autores que transitan la ciudad en patineta, a quienes entrevistó para conocer sus orígenes, sus cambios generacionales, cómo se involucraron en el skate y luego cómo algunos de ellos, con sus patinetas rotas, empezaron a generar una nueva narrativa visual por fuera de los circuitos de exposición de arte, en los lugares más democráticos posibles: las paredes de la ciudad.

En esta historia, López se encontró con que, tal como ocurrió en Estados Unidos, los primeros skaters guayacos salieron del mar, arrojados de la ola surfer, con posibilidades económicas para comprar sus patinetas, objetos planos con ruedas que se pusieron de moda en California en la década de los sesenta. La población eventualmente va mutando. Poco a poco, el panorama rompe brechas económicas y las posibilidades para ser skater se multiplican. Cada quien se puede armar su tabla con $ 80. Ahora la escena está muy vinculada con la ideología y la narrativa punk, pero también con el cómic y el cine de suspenso.

A pesar de que varios aspectos de la cultura skate se modificaron con los años, una de las constantes, hasta ahora, es la ausencia de mujeres patinando. La mujer en el entorno skate es siempre «la grupi de alguien más, la novia de uno de los skaters, la que acompaña y no la protagonista», dice María Fernanda López. En esta muestra de hombres, AndreaMoreira, de 27 años, madre y estudiante de Artes Visuales en la Universidad de las Artes, es la única mujer del grupo y empezó como todas: primero fue espectadora. Siempre le gustó ver, pero no se animó hasta que hizo un viaje a Perú y encontró más como ella, mujeres que quisieron patinar y lo hicieron.

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Miguel Montaño es un artista visual mexicano, ochentero, de pantalones cortos, zapatos de marca Vans (que lo auspicia) y gorra. Lo llaman Poske. Llegó a la ciudad convocado por la idea de agrupar prácticas contemporáneas, dibujos y gráficas particulares en un sitio de acervos del pasado, como suele desarrollar su trabajo. El museo, esta vez el Nahim Isaías, normalmente dedicado a conservar objetos coloniales, exhibe también aquellos registros con los que él ocupa las calles.

Cuando aterrizó en el aeropuerto Simón Bolívar de Guayaquil, Poske avanzó en taxi hacia el centro y lo primero que vio fueron las paredes blanqueadas, sin consignas políticas, sin grafitis ni murales que le contaran lo que estaba ocurriendo. La ciudad está en silencio. Pensó que en esa ausencia «tal vez la ciudad o estaba muy en equilibrio o tenía alguna otra cosa maquillándose».

Cree que es fundamental que la gente se exprese en las calles de manera orgánica, porque cuando las propuestas para hacer murales en el espacio público surgen desde gobiernos o funcionarios, «el pensamiento queda condicionado y el arte urbano en la ciudad pierde su razón de ser».

En Guayaquil, esa ciudad que Poske visitó y que a primera vista no le dijo nada, el arte urbano podría volverse una ficción cuando autoridades locales abran la convocatoria para definir los lugares y los discursos que pueden intervenir en el espacio público. El proyecto para hacerlo está en proceso y lo llevaría la Fundación Siglo XXI para la Regeneración Urbana. Su gerente, Wilfrido Matamoros, cree que esta es una vía para que no haya grafitis. El arte urbano, entonces, pasaría de la protesta a una medida para evitar la contravención.

Para María Fernanda López, la cultura skater y los modos en los que opera el arte urbano son dos de las expresiones urbanas que más frente le han hecho al prohibicionismo en cuanto al uso del espacio público en Guayaquil. Cuando ella, que nació en Quito y transitó varias academias mexicanas, llegó a esta ciudad, fue convocada por el Municipio, desde donde le pidieron un proyecto de arte urbano. Presentó varias alternativas, entre ellas un programa para definir una Bienal sobre el tema y la Escuela de Arte Urbano. Ha confirmado que algunos colegas también fueron convocados. En todos los casos, se perdió el contacto después de un año, cuando el Alcalde de la ciudad anunció que el proyecto se llamaría Guayarte y ya casi estaba listo.

«Dicen que el sistema de selección es con artistas de todas las edades. Eso no puede pasar por artistas de todas las edades, un proyecto de arte urbano como el que hay en Quito y, que ahora lo genera Luis Auz, debe tener más filtros. Este ha sido un municipio con larga data criminalizador de las prácticas artísticas de la calle y de todo lo que está en ella. Tiene un discurso político de criminalización con el espacio público y ahora saca Guayarte», dice López.

Para ella, la propuesta que le pidieron, como a sus colegas, tenía como fin recoger los términos de referencia para lanzar el concurso a compras públicas y finalmente hacerlo con la empresa que quisieran. «¿Cómo vamos a competir nosotros como personas naturales con una empresa que hace murales a gran escala? No es posible, así no se puede hacer un proyecto de esta naturaleza», dice.

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Pepe Castro, un hombre delgado de un poco más de 1,60 metros, que a sus 37 años viste de gorra, jeans, zapatos anchos y camiseta a rayas, parece mucho menor de lo que es. Estuvo preso un par de veces por patinar en la calle; en una de esas ocasiones, por montar su patineta sobre los pasamanos de una parada de Metrovía. No tardaron en golpearlo y encerrarlo en el cuartel de la policía local junto con vendedores ambulantes o mendigos que llegan por orinar en la vía pública.

Pepe empezó a patinar a los 14 años y desde entonces los objetos en los que se sienta, come o duerme los ve como rampas que solo tienen sentido si se usan para patinar. Hace algunos años, empezó a utilizar tablas recicladas para darles formas y colores que perdieron con el uso. Su obra es patinar e intervenir el objeto que usa, su circuito no se detiene ante el prohibicionismo para ocupar el espacio público.

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Nadie se me baja de la patineta se presentó después de que Daniel Adum, un artista que se autodenomina ‘sinceptual’, lanzara un libro sobre su propia historia de intervención en el espacio público. Adum convocó casi en secreto a amigos y conocidos para pintar con cuadritos de colores varias paredes de Guayaquil. Empezó hace cinco años, hasta que el Municipio cubrió todo con pintura gris y él enfrentó una demanda de la autoridad. La obra tuvo su efecto ante una respuesta de poder.

Para López Jaramillo, en Guayaquil, cuando se habla de arte urbano aparece el nombre de Adum como un hito, pero tiene sus reparos porque considera que su obra es totalmente «autorreferencial y de un egocentrismo absoluto que no ha acompañado otros procesos similares de la ciudad. Lo he invitado a pintar y no ha venido. Si hubiera un interés real, no importaría con quién pinte», dice la curadora.

Esta muestra aglutina todo lo que se ha hecho en el espacio público de manera sostenida, como una reacción constante en la ciudad y como algo que no está registrado en libros ni en prensa, al menos hasta ahora. Lo siguiente tras el cierre, el 30 de junio, es inaugurar la cátedra de Arte Urbano en la UArtes y la Escuela del Skate, y continuar construyendo desde la periferia.