Édgar Castellanos Molina integra la Fundación Música Joven y ha estado involucrado en el Quitofest desde sus inicios.
¿Continuará realizándose el Quitofest?
Una de las alternativas que se manejaba a inicios de año fue suspenderlo, pero lo gestionamos (asociados con Global Shows, que también asume parte importante de la deuda). Las pérdidas son enormes. Para lo que estamos acostumbrados y todo lo que representa el evento, hay un gran saldo. Estamos tratando de resolver eso, en 2018 veremos cómo se retoma el proceso pero tenemos que reenfocarnos, es complicado.
¿Por qué la audiencia no creció a lo largo de 15 años?
Son procesos complejos, esto depende incluso de los medios de comunicación que están aliados. Aquí, por ejemplo, siempre hubo escasez de eso. Ha habido muchas iniciativas, sí, pero el público no llega a identificarse con algunas cosas que suceden, entonces, falta esa cohesión, una cosa que los aglutine y resuelva estos problemas, pero yo creo que básicamente tiene que ver con la crisis económica también, a escala global.
Colombia tiene cada vez más shows…
Recordemos que somos un país dolarizado. En Colombia y otras partes son más manejables ciertos tipos de variables de oferta y demanda, el hecho de que tengan su propia moneda les ayuda a resolver ciertas cosas. Con el dólar se inflan muchos gastos, también hay bandas que creen que todo se resuelve, pero aquí escasea la moneda, no hay plata, así de simple.
Hay que ahorrar para los conciertos…
El público analiza súper bien a qué evento va a ir, en qué se va a gastar el dinero. Hemos tenido problemas con bandas que ya han venido al país, que son muy buenas, tienen una base de seguidores, y, cuando regresan, la gente lo piensa muy bien porque ya los vio.
Esto tiene que ver mucho con el atraso cultural que venimos arrastrando, no estamos listos para proponer nuestras propias cosas. El aspecto mercantil de negocio musical está en pañales aquí o ha retrocedido tanto que es complicado manejarlo.
¿Es significativa la aparente demanda de shows que aparece en redes sociales?
La gente está pensando en las grandes estrellas que deberían venir acá, pero el rato que se plantea eso, los costos son súper altos y no hay el público como para hacer eventos de ese tipo.
Hay conciertos, pero al estar tras Colombia en el mapa de tránsito de artistas, todo se complica, allá tienen mejor nivel de públicos.
Las élites culturales acá, quienes están más informados, son muy pocas personas. Entonces exigir que vengan artistas de renombre, como vienen ahora a Sudamérica, al Lollapalooza, Estéreo Picnic o los festivales de metal que se hacen en Colombia o Chile es muy difícil. Es súper complicado que pase por aquí una banda como Gorillaz o Slayer.
No existe una política de formación de públicos. ¿Hay forma de que surjan?
Las audiencias deberían analizar cómo están actuando y reaccionando. ¿Cuánto público logra irse a un concierto en Bogotá, Lima o, más allá, Santiago o Buenos Aires?, por ejemplo. Son pocas personas.
Se ha devaluado mucho la idea de la música como mercadería, la gente está hiperinformada, saturada de ofertas de bandas que, al trasladarse al negocio local, se tienden a subvalorar. Es triste que ocurra eso frente a las bandas que son de aquí.
Todavía no encontramos, como artistas o comunidad cultural, propuestas locales que sean lo suficientemente poderosas y que nos identifiquen para que compitan, si cabe el término, con ofertas externas.
¿Qué autocrítica le harías al Quitofest?
El problema del festival es que nació de las necesidades de sus inicios, de hace 15 años, que eran tener espacios, y tampoco podías poner bandas que recién estaban empezando. No es un festival para promocionar bandas sino para consolidar procesos. Eso no es tan simple de manejar porque hay que hacer seguimiento a los músicos. A veces se pierde la objetividad con respecto a ciertos estilos, los colectivos que nos asesoran también buscan que sus tendencias sean las importantes, pero hay varias detrás.