Una planta puede contener mundos, remitir a la infancia o limpiar algún recuerdo que estaba empolvado. En la última muestra de la galería Más Arte, Raffaella Descalzi y Lucía Falconí usan las diversas formas de las plantas para reactivar su memoria, para resaltar la feminidad y para exponer —mediante diversos soportes y materiales— una mirada íntima sobre el paisaje natural. En las obras de Mudando la memoria, que estará abierta hasta el próximo 3 de octubre, hay un diálogo estético entre ambas artistas que pertenecen a diferentes generaciones, pero cuya vida está conectada por la amistad y la academia.
Raffaella estudió Artes Contemporáneas en la Universidad San Francisco de Quito, donde Lucía fue su profesora y tutora de su tesis de licenciatura, que se basó en los textos de Zygmunt Bauman. Desde ahí surgió una amistad y una sensibilidad compartida en el arte que, sin proponérselo, está plasmada en Mudando la memoria. Luego de su formación de pregrado, Raffaella partió hacia Valencia para hacer un máster en Producción Artística. Allí se concentró en reflexionar sobre la memoria y el paisaje a partir de la propuesta de Joan Nogué.
«El espacio geográfico es, en esencia, un espacio existencial. Y, en este espacio, los lugares no son simples localizaciones; no son solo el cruce de un eje de coordenadas conformado por paralelos y meridianos. Son mucho más que eso: son porciones del territorio imbuidas de significados, de emociones y, por lo tanto, llenas de significados para los seres humanos», escribía Nogué en un artículo titulado ‘Sentido del lugar, paisaje y conflicto’.
Este concepto de espacio —como un lugar donde aflora la experiencia afectiva— se siente en los cuadros de Raffaella, pues ella retrata a las plantas en relación a los conflictos que le produjo estar fuera de su país cuando vivió en Valencia. Al estar lejos de su territorio, a la joven artista se le instaló una añoranza por su hogar. Era la primera vez que Raffaella se separaba por un tiempo prolongado del país y, sobre todo, de su casa en Pifo, un lugar donde predomina la naturaleza. En contraste, en Valencia se encontró con edificaciones que la oprimían. Sin embargo, esa sensación de asfixia logró superarla cuando encontró un refugio en las flores de la ciudad española. Ella decidió hacer recorridos y tomó fotos de cucardas, buganvillas y geranios, que eran las mismas plantas que tenía en su casa.
En la obra ‘Fugida’, que significa huida, los colores de esas tres plantas se sienten con fuerza, a diferencia de la serie ‘Memorias del jardín’, formada por tres monotipos en los que se divisa un jardín con rejas, con plantas que parecen estar estancadas.
«La flor era un símbolo de mi niñez, un refugio, mi lugar seguro y donde también he sentido tristeza. En mi trabajo no me propongo hacer una búsqueda científica, botánica, en eso coincidimos con Lucía. Nosotras buscamos que la flor represente una sensación, que en mi caso era de añoranza, nostalgia», dice Raffaella durante una visita guiada a la muestra.
Lucía, al igual que su alumna y amiga, partió hacia Múnich en 2014 para hacer una maestría en Arte y volvió a Ecuador en 2016. En Alemania, la artista se vinculó con la botánica por casualidad. Casi a los ocho meses de estudio, Lucía empezó a usar porcelana líquida, cuando, de repente, trabajando con ese material, produjo involuntariamente una hoja. La forma de esa planta le remitió a sus recuerdos de infancia, a sus visitas en la niñez a la selva ecuatoriana. Allí vivían sus abuelos, en medio de la exuberancia de la selva, con bichos y murciélagos como vecinos. Esa naturaleza, en Napo, era amenazante, pero a su vez sublime.
A la par de esas primeras imágenes que se le activaron repentinamente, Lucía visitaba con frecuencia el jardín botánico de Múnich, que es de los más viejos de Europa y donde hay una gran diversidad de plantas de todo el mundo. Las que más le interesaban de ese sitio eran las orquídeas y las que estaban en la parte del bosque tropical, lleno de hojas grandes, con mucha identidad. «Uso las formas de las plantas en vez de las personas, no como símbolo, sino como sujetos en medio de relaciones. Las flores y las plantas son los sujetos de mi obra», dice Lucía, quien a la hora de dibujar no hace bocetos. Simplemente usa la memoria o traza una palabra para recordar la idea de lo que quiere crear.
Al igual que Raffaella, a Lucía no le importa si la flor tiene un nombre científico. Solo le interesa la sensación —de odio, amor o desesperación— que despierta en ella la planta. La artista usa flores por la rareza de sus formas. «Muchas veces son muy agresivas, otras veces son muy suaves. Me interesan esos dos estados, dependido del tema. Para pintar, ya no uso tanto el estado anímico como Raffa, que es más joven. Ahora escojo el tema, y trabajo».
En la obra ‘Japón’, un óleo sobre tela de gran formato, Lucía representa a la naturaleza con todos sus matices y en su color primigenio, el verde. En esta pintura, se observa a un árbol bien trazado que está plantado en el extremo inferior izquierdo de la tela. Sobre él aparecen líneas blancas desordenadas que emulan diversas hojas.
Para ambas artistas, quienes remarcan su lugar de enunciación mediante sus obras, el machismo es algo latente en el mundo del arte. «El machismo, cuando vienes de Europa, te pega fuerte. Siento que acá somos una aldea en temas de igualdad de género. Tenemos la concepción de que lo masculino son líneas rectas, cuadradas, rígidas, y sentía que cuando hablaba de flores me tomaban a menos», dice Raffaella. «Nosotras no negamos la feminidad sino que la resaltamos En mis esculturas hay temas femeninos y masculinos, en tensión, en disputa», concluye Lucía.