Imaginar lo maquínico
El imaginario en torno a las máquinas ocupa las narrativas de ciencia ficción. Así aparecen naves espaciales, dispositivos de teletransportación, computadoras, armas biológicas, etc. Sin embargo, a la ciencia ficción no se le define por las máquinas ni por las ciencias —aunque estas sean los encuadres con los que explica a un mundo distinto del actual—, sino por su impacto dentro de lo social, gracias al cual aparece algo nuevo, si nos atenemos a la definición de la ciencia ficción que hace Darko Suvin en Metamorphoses of Science Fiction (1979).
Ciertos cuentos de Abdón Ubidia se pueden analizar a través del encuadre de lo maquínico. Para comprender la representación que hace Ubidia de ciertos anhelos existentes en el mundo contemporáneo, podemos escoger dos modos de lo maquínico: lo abstracto y lo deseante, desde la conceptualización de Gilles Deleuze y Félix Guattari en El Anti-Edipo (2014); Mil mesetas (2002), de Deleuze; Derrames: entre el capitalismo y la esquizofrenia (2010) y Diálogos (2013) entre Deleuze y Claire Parnet.
Lo maquínico en Ubidia es la preocupación en cuanto a lo que reemplaza e impone en el mundo social, en relación a lo sensible —erotismo, afectos, amor, etc.—, y lo no sensible.
Ubidia, uno de los escritores más representativos de la literatura contemporánea ecuatoriana, incursionó en el relato de ciencia ficción desde una visión peculiar, mostrando universos y temporalidades paradójicas, más allá de lo fantástico. Sus cuentos de ciencia ficción se hallan reunidos en Divertinventos o Libro de fantasías y utopías (1989), El palacio de los espejos (1996), La escala humana (2009) y más recientemente Tiemp∞ (2015).
Quizá una pista es lo que dice en La escala humana: «La revolución electrónica y la revolución genética inventaron otro hábitat [para los humanos]. Un territorio sin límites». Dichas revoluciones, y antes, la industrial y la científica, de hecho, introdujeron nuevas ecologías, cambiando al ser humano. Se puede decir que, gracias a ellas, el mundo de la realidad cotidiana ya no es similar al de los antepasados. Aunque también habría que reconocer que, por efecto de la razón y la necesidad que llevaron a la invención de tecnologías, el ser humano se fue apropiando del mundo real hasta escindirse del todo de lo divino, materia que muchos estudiosos han discutido cuando se habla de modernidad.
Pero hay entender algo: la máquina deviene en tecnología cuando en esta aparece un filum, o un deseo, tal como sugieren Deleuze y Guattari. Dice Deleuze, en diálogo con Claire Parnet: «Máquina, maquinismo, ‘maquínico’: ni es mecánico ni es orgánico. La mecánica es un sistema de conexiones progresivas entre términos dependientes. La máquina, por el contrario, es un conjunto de ‘vecindad’ entre términos heterogéneos, independientes». La máquina es anterior a la tecnología y a lo social. Pero se perfila en el horizonte cuando inscribe un «agenciamiento maquínico [que hace posible] la vecindad o no con el ser humano, los animales y las cosas».
Una secuencia de la película 2001, odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, lo sugiere: el mono coge un hueso que es instrumento, luego arma y finalmente hace una nave espacial. He aquí la vecindad de las cosas heterogéneas. Tal vecindad implica el agenciamiento comer-matar-transportarse, lo que denota lo maquínico-tecnológico, es decir, alguna revolución que traduce el deseo para instaurar una ecología ruptural respecto a cualquier forma social anterior. Por algo, José Ignacio Ferreras, cuando habla de la ciencia ficción en su obra La novela de ciencia ficción (1972) —tomando en cuenta la obra de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818)—, y cuando explica su naturaleza, señala su aspecto ruptural en cuanto a la visión inocente de la ciencia y la tecnología.
Máquinas ficticias con agenciamientos
¿Cuáles son las ficticias máquinas que inscriben agenciamientos, descritas en los cuentos de Ubidia? Un breve catálogo es el siguiente:
1) Un espejo que congela la imagen como si fuese fotografía, a través del cual se puede ver lo que nadie quiere ver, en ‘De los nuevos espejos’, en (Divertinventos).
2) Un reloj que mide el pulso y el tiempo de un individuo, anticipándole su muerte, en ‘Relojes’, en (Divertinventos).
3) Una grabadora que registra y guarda los recuerdos, haciendo que un individuo se despersonalice, en ‘De los recuerdos bien grabados’ (El palacio de los espejos).
4) Una computadora que usa cerebros de humanos no-vivos para funcionar, en ‘De la felicidad interior’ (La escala humana).
5) Una computadora capaz de predecir y anunciar los próximos minutos de vida un usuario, en ‘De la extrema seguridad’ (La escala humana).
6) Un software que permite al usuario ir a su pasado y ver la causa de ciertas situaciones, en ‘De los programas de rejuvenecimiento instantáneo’ (La escala humana).
7) Un aparato capturador de fantasmas y de almas, en los cuentos ‘De amores y fantasmas’ y ‘De las almas virtuales’ (La escala humana).
8) Una impresora cuadridimensional capaz de imprimir el tiempo y hacer réplicas de uno mismo en miniatura, gracias al cual otro puede poseer su cuerpo y su vida, en ‘La impresora de cuatro dimensiones’ (Tiemp∞).
9) Un chip que contiene los datos del universo con el cual se puede manejar el futuro a discreción, en ‘El nuevo aleph’ (Tiemp∞).
10) Un sistema compactador de música y otros con el cual se puede escuchar o leer, en pocos minutos, piezas que requieren más tiempo, en ‘La impresora de cuatro dimensiones’ (Tiemp∞).
11) Un sistema digital en un automóvil que tritura y desintegra a un ladrón sin dejar huella del procedimiento, en ‘Del seguro contra robos de autos’ (Divertinventos).
El distanciamiento cognitivo —estrategia por la cual la realidad actual se ve extraña y distinta— implica un novum, es decir, una perspectiva nueva, como nos sugiere Suvin, cuando caracteriza a la ciencia ficción.
Ubidia nos plantea máquinas conocidas (reloj, computadora, software, etc.), pero nos dice de ellas otras cosas: nos hacen ver cosas que no vemos, temporalizan la vida personal humana, extirpan la memoria, los recuerdos, nos muestran el futuro —o pueden se utilizadas para cambiarlo—, capturan el espíritu, imprimen la vida para replicarla en objetos, hacen maleable el tiempo y el espacio, hacen desaparecer al cuerpo humano. Lo nuevo en estas máquinas es su uso invertido. O, mejor dicho, en lo nuevo están deseos, filums, que en la narrativa de Ubidia se traducen en agenciamientos como:
a) cambiar la percepción (hacer de la vida cosa material), extinguir el límite de la vida y la muerte;
b) usar lo sensible (materializar el alma), extinguir el cuerpo material;
c) comprender que pasado y futuro son lo mismo (materializar todo en el presente), recodificar el cosmos como futuro.
La máquina abstracta
En estas representaciones, en efecto, la idea de la máquina como transversal: se trata de la representación de máquinas actuales cuya naturaleza se transforma en otra ficticia y desde ella en tecnología futurista. He aquí el esquema: máquina social-agenciamiento-máquina abstracta.
Y entramos al tema de la máquina abstracta. La noción de libro en Deleuze y Guattari en Mil mesetas es una máquina generada por otra, la máquina abstracta; su agenciamiento es la literatura. Entendámonos: el agenciamiento no es ideología —y esto es lo que los autores de tal término sostienen—, sino que es un inconsciente, digamos, ‘colectivo’ que dota de sentido, que permite la ‘vecindad’ entre máquinas y cosas, entre máquinas y seres humanos. En su literatura de ciencia ficción, Ubidia presenta sus preocupaciones respecto a cómo las tecnologías han desmaterializado al ser humano, es decir, lo han vuelto poshumano, lo que dice además en el prólogo de La escala humana.
El libro o el cuento de ciencia ficción son máquinas pequeñas que están empalmadas sobre otras grandes máquinas (la constatación inicial de Deleuze en Derrames). La gran máquina abstracta que implica el deseo social hace que se le traduzca en el dispositivo cuento o libro. Ubidia evidencia tal deseo en mesetas discursivas como:
a) la humanidad se desterritorializa en la gran máquina, volviéndose cosa;
b) el cuerpo se virtualiza en máquina-software, lo que lo convierte en cuerpo sin órganos;
c) se relativiza el espacio-tiempo, con lo cual la literatura de ciencia ficción muestra el trazado del deseo de la eternidad.
Deleuze y Guattari en Mil mesetas apuntan que una «máquina abstracta se relaciona con el conjunto del agenciamiento: [es decir] se define como el diagrama de ese agenciamiento». Entonces, vendría a ser la totalidad de imágenes que fluyen, que explotan e implosionan, como preocupaciones o como llamadas de atención, a los relatos de ciencia ficción, en nuestro caso.
La máquina deseante
Pero ¿qué hace que tal máquina produzca mesetas, superficies de significados como si fueran las huellas de agenciamientos maquínicos? Es la trasposición en máquina deseante. Notemos unos casos:
En el cuento ‘De los nuevos espejos’ (Divertinventos), el reflejo de un acto criminal o el de un acto sexual entre dos amantes o la niña que explora su cuerpo está avecindado con el espejo que hace fluir tales acciones, si es que por ellas entendemos «producciones».
En ‘Relojes’ (Divertinventos), el reloj digital que entrega el relojero al narrador, está acoplado con la muerte, es decir, es el tiempo de la muerte que chupa la energía del individuo.
La grabadora de los recuerdos en ‘De los recuerdos bien grabados’ (El palacio de los espejos), hace que el cerebro sirva a una máquina para producir un ser sin esencia.
En ‘La impresora de cuatro dimensiones’ (Tiemp∞), una mujer regala a un librero su réplica para hacerle fluir su amor no correspondido.
Se puede constatar en estos ejemplos que la máquina abstracta, es decir, el mundo de la ciencia ficción, con su amoblado científico-técnico, permite fabular sobre las consecuencias perversas de las máquinas.
¿Pero son perversas? Una máquina deseante es la vida no edípica del inconsciente, nos dicen Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo. Se entiende por Edipo «lo reprimente y lo reprimido», según estos, pero si hay en el inconsciente una entraña que no se puede penetrar o cambiar es, de acuerdo a ellos, lo constituyente de la máquina deseante. Si se recuerdan las imágenes finales de La naranja mecánica (1972), de Kubrick, posiblemente el lector se dará cuenta de este sutil enlace entre máquina deseante y máquina abstracta.
La máquina deseante conecta y hace conectar; hace que a la máquina abstracta se pliegue un sujeto; hace promover deseo; hace desear y ello constituye el flujo productivo. Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo señalan que tal máquina implica un «corte absoluto con respecto a lo que reemplaza». En los cuentos de Ubidia constatamos que la tecnología corta la vida haciendo que el individuo sea el engranaje de la máquina productiva que causa la no-vida, el bloqueo con lo humano. De hecho, Deleuze, cuando dialoga con Parnet, enfatiza que el hombre es una de las piezas de la máquina.
En Comprender los medios de comunicación, Marshall McLuhan ya había mencionado que el hombre, gracias a que abraza a las tecnologías, sirve a estas como servomecanismo, lo que le hace autoamputarse y modificarse. Su frase célebre es «el hombre se convierte […] en los órganos sexuales del mundo de la máquina». La máquina siente a través de un individuo. Los filósofos franceses, en El Anti-Edipo, sin citar a McLuhan, lo parafrasean cuando dicen que las máquinas deseantes suponen sexualidades que se perciben como máquinas-deseo que se desembarazan del padre.
El humano y el hombre
En términos de Ubidia, en sus cuentos de ciencia ficción, este es el corte: la transformación, el solapamiento del humano en hombre. Según Ubidia, en el cuentario La escala humana, el humano es la especie y el hombre su concepto. En el cuento ‘Opiniones de un Neardental’, el narrador nos dice que el humano es la especie conectada con la naturaleza y la Tierra, mientras que el hombre es el que mata a sus semejantes. Ubidia plantea dos tipos de máquinas deseantes que conectan o que empalman: la naturaleza y la máquina social. Parafraseando a Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo: el humano es la máquina-órgano empalmada con la máquina-fuente, la naturaleza; y el hombre es la máquina-órgano incorpórea que bebe de la máquina-fuente tecnología. El poshumano es el hombre como cuerpo sin órganos, es decir, puro deseo, según apunta Deleuze en su diálogo con Parnet.
Para comprender lo anterior, centrémonos ahora en dos cuentos. En ‘Del seguro contra robos de autos’, la máquina automóvil tiene en su interior otra máquina productiva: un ladrón roba el auto; este se sella mecánicamente con el individuo en el interior; se enciende una voz que le dice que de allá no podrá escapar, mientras una aguja hipodérmica lo paraliza; al final el asiento se pliega y el ladrón es «perfectamente triturado, comprimido, y disuelto en un poderoso ácido inodoro»; luego, el interior del automóvil se recompone borrando toda huella. En este cuento, la máquina abstracta automóvil-seguro interioriza la máquina deseante trituradora de ladrones. El relato muestra el proceso aséptico de abolición de la perturbación social. El lector se constituye en el agenciamiento porque el autor-escritor ha transferido el deseo, el inconsciente colectivo de una vida social sin perturbaciones. ¿Se trata de una ciencia ficción que describe cómo el anómalo es comido por una máquina sexual?
En ‘De los robots biológicos’, el narrador discurre sobre las anotaciones de su profesor, un científico, quien ha logrado crear piel artificial, cuyo uso no sería solo para los hombres, sino para hacer muebles y otros objetos. Pero si en la piel como nueva tecnología hay una promesa, el narrador nos lleva en sus delirios a pensar en la fabricación de diversos órganos humanos también para los fines de un objeto, como, por ejemplo, baterías de cerebros para ponerlos en computadoras o baterías de riñones para purificar sangre que servirá como combustible mecánico, etc. Se trataría de la revolución biológica maquínica, en la que la máquina abstracta del capitalismo hace producir al cuerpo, lo vuelve objeto, le extrae, gracias a la inteligencia científica, lo sensible —la piel, los órganos— para volverla máquina deseante: no importa la humanidad sino el cuerpo humano como lugar productivo de piezas de reemplazo. El lector ahora se ve enfrentado en su agenciamiento, ya que el escritor le hace mirar, como si estuviera ante un espejo, la monstruosidad de su propia naturaleza como engranaje de la máquina del capital. ¿La ciencia ficción muestra desde el lado siniestro cómo el ser humano es la piel de la tecnología?
La máquina del capitalismo
En estos cuentos hay un hecho fundamental: toda máquina es productiva. Deleuze y Guattari la identifican con el capitalismo, y la del capitalismo es una máquina en apariencia perpetua, que subsume humanos y los transforma en hombres. Esto produce la idea del deseo de la eternidad y esta idea, de por sí, en los textos de Ubidia es ya problemática. Hay dos cuentos que son reescrituras uno del otro: ‘De la genética y sus logros’ (Divertinventos), y ‘Del tiempo y las edades’ (Tiemp∞). En ambos, una pareja es modificada para vivir el ciclo de la vida en forma de una cinta de moebius, es decir, una repetición constante. Quien haya visto los grabados de M. C. Escher puede darse cuenta del problema, es decir, que la pretensión del ser humano de no morir implica que este desea su recodificación.
Estos cuentos citados nos ponen en el problema de cuán desesperante es para el hombre volver a ser humano, tratando de escapar de la maquinaria que impone la revolución genética que ya no toma lo sensible, sino la codificación misma del ser. En otras palabras, parecería que Ubidia deconstruye los diagramas maquínicos de Deleuze y Guattari, haciéndoles notar que sus máquinas esquizofrénicas estarían antes que las máquinas sociales que, según estos últimos, harían emerger las máquinas abstractas y deseantes. Su búsqueda es, en efecto, una nueva patria distante, una utopía verdadera en la que el humano no quiera la eternidad y ame lo que es. Esto lo declara al inicio de Divertinventos.