Dante Anzolini quiere un nuevo público para la Orquesta Sinfónica de Guayaquil

Dante Anzolini se paró frente a los 85 músicos de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil (OSG) sin conocerlos. Dirigirlos era parte de la audición con la que un jurado evaluaría su desarrollo musical, para decidir si se convertiría en el director titular. De los temas que le dieron para su presentación, escogió la Sinfonía n.º 6 en La menor de Gustav Mahler. La agrupación no la había interpretado nunca, «pero él supo levantar con calidad la sinfonía, como hacen los grandes estrategas en el fútbol con jugadores buenos de los que no se sabe cómo operan juntos», dijo el oboísta de la Sinfónica, Jorge Layana, después de la función.

La primera y única vez que Anzolini había estado en Ecuador, antes de participar en el concurso de selección del director titular de la Sinfónica de Guayaquil, a mediados de febrero, fue en un concierto con la Youth Orchestra of the Americas, como parte de una gira por distintos países de la región. Desde entonces inició un contacto con varias personas del medio musical en el país, sin imaginarse que este sería uno de los lugares en que pronto se radicaría por un tiempo prolongado, para asumir un reto que había estado evadiendo.

Anzolini nació en el barrio Roma, de Berisso, un pequeño poblado argentino copado de inmigrantes exiliados de Europa por la guerra. Sus padres viajaron de Italia y habitaron el sur de América Latina. «Esa fue siempre la capital del inmigrante», dice Anzolini al recordar que cerca de la casa en la que creció estaba el club checo, el árabe y más allá el judío. Su padre, por si faltaba más, fundó el club italiano. En el lugar en el que creció, había una mezcla de culturas e idiomas. Mientras, en su casa se hablaba el friulano y el italiano, de la escuela y de su madre chilena aprendió el español.

Aunque no tenía un piano en su casa, a los 5 años empezó a tocar uno prestado, en la casa de un dentista amigo de la familia. A los 7, lo admitieron en el conservatorio. A los 11, empezó a componer, y su padre le regaló una radio en la que sintonizaba la música que quería. Y a los 15 escuchó por primera vez una orquesta en vivo y lloró.

Antes de dejar América Latina e iniciar su carrera musical en Estados Unidos solo tenía un día libre a la semana.  Era profesor de la universidad, profesor del conservatorio, clavecinista de una orquesta, pianista y director en el Teatro Argentino, «honestamente -dice Anzolini- casi no dormía y tenia un solo día libre, los lunes». Ese día lo ocupaba para viajar por cuatro horas hasta la casa de Mariano Drago Šijanec, uno de sus maestros fundamentales. Tomaba dos trenes, un omnibus y varias cuadras a pie para recibir clases de  música en su casa. El mismo año que empezaron las clases, Drago falleció. «Fue la ultima gota del vaso para animarme a dejar América del Sur para siempre. Ninguno de sus alumnos pudo estar ahí. Creo haber sido el último que tuvo...».

Estudió dirección orquestal con el Maestro Eleazar de Carvalho en la Universidad de Yale, institución en la que recibió dos Masterados (1989, 1990) y donde fue nombrado abanderado de la Music School para la entrega de títulos de 1989. Antes de estudiar para dirigir, se empeñó en dominar varios de los instrumentos que se tocan en una orquesta. Sabe viola, violín, oboe, percusión. Anzolini cree en la función de director de orquesta como un prisma desde el cual se articula todo.

Su experiencia como director de orquesta podría pensarse de forma rotativa. Dirigió orquestas para estrenos especiales, como la American Composers Orchestra, la Orquesta del Beethovenhalle de Bonn, las de Asturias, Granada, Valencia, la del Estado de Sao Paulo (Brasil), la Orquesta Sinfónica Nacional de Argentina, la orquesta del Teatro Argentino de La Plata, la Orquesta del Teatro de Klaipeda, y la Orquesta de Cámara de Klaipeda, en la ex- república soviética de Lituania.

Hace poco, Anzolini estrenó la ópera ‘Appomattox’, del compositor estadounidense Philip Glass, en la National Opera of Washington. Durante seis días llenó la sala del Kennedy Center. El año pasado abrió la temporada de conciertos en Montevideo, Uruguay, con la Filarmónica de esa ciudad, e hizo su debut en Torino y Milán dirigiendo la Orquesta y Coro del Teatro Regio en el estreno italiano de ‘Akhnaten’, también de Glass.

Actualmente, radica en Estados Unidos y hace base en países como Austria, donde es el principal Director Invitado de la Orquesta de Linz.

Cuando supo del concurso para dirigir la Orquesta Sinfónica de Guayaquil decidió postularse por la modalidad que planteaba: un jurado de perfil académico, conformado por miembros de distintas particularidades y las posibilidades de que una trayectoria larga como la suya tuviera ventaja en la evaluación. Le interesó venir a Guayaquil porque aquí podía trabajar en forma estable, algo que —dice— ha estado evitando por muchos años.

«Mi interés es dejar cierto tipo de impronta en un grupo específico, en un país en el que se habla un idioma entre los idiomas que hablo», dice Anzolini desde Estados Unidos, en una llamada telefónica con este diario.

Desde ese país coordina con el director encargado de la Sinfónica, el maestro Patricio Jaramillo, un proceso de transición que le permita implementar su propuesta de trabajo luego de posesionarse —lo que está previsto que ocurra el próximo 3 de abril—. Su plan está copado de formas para diversificar el público de la Orquesta, involucrarlo en barrios y sostenerse con el repertorio clásico pero también con nuevos formatos que se escriben a nivel local.

Está elaborando una pesquisa de autores académicos ecuatorianos. Le interesan Gerardo Guevara y Luis Humberto Salgado. Prepara también una convocatoria a través de la cual pueda aproximarse a temas inéditos, leerlos con la orquesta y elegir algunos para tocar en concierto. «Mi intención es atender esa tradición filosófica y clara de las Orquestas del mundo, pero también que haya una relación con la cultura del lugar donde uno está. Uno no puede dejar de hacerlo, involucrarse es un mandato ético, yo creo en eso», dice Anzolini.

Ha pensado que es fundamental desarrollar una serie de pequeños concursos para jóvenes músicos a través de los cuales puedan intervenir en las temporadas del grupo. Además, está planificando hacer, al menos, una ópera al año. Quiere traer solistas extranjeros para que dicten clases magistrales a jóvenes. Busca tender puentes, mover lo nacional con el exterior.

Anzolini pretende esparcir esa emoción que sintió a los 16 años, cuando escuchó por primera vez en vivo a una orquesta. Quiere llevar la OSG a todos los barrios posibles, conectar a los músicos jóvenes con los clásicos y, de alguna forma, brindarle a alguien más aquella posibilidad que él mismo tuvo en su época de adolescencia. «Este tipo de cosas, debo admitir, me cambiaron la vida. Si no, yo seguiría en el barrio pobre en el que nací», dice Anzolini.