Cuando lo cotidiano se vuelve antipoesía

Fernando Nieto Cadena dejó de redoblar esfuerzos para no derrotarse en esta guerra a muerte que, decía, es la vida. La semana pasada lo encontraron muerto en su casa. Solo. Con el cuerpo a punto de descomponerse, pues llevaba ya dos días sin vida. Vivió en México desde hace casi 40 años. «No sé muy bien por qué, tal vez por problemas amatorios», dice Jorge Velasco Mackenzie sobre el exilio voluntario de su ‘yunta’ de Sicoseo, de viajes y relatos. Es miércoles y Velasco, desde la playa, el lugar de su autoexilio, se entera de que Nieto Cadena ha muerto por una inoportuna llamada periodística.

Cuando Nieto Cadena apenas empezaba a escribir le profetizaron lo que haría toda su vida solo por la pinta. «Alguna vez —dice en uno de sus textos— en mi precaria irresponsable insobornable patibularia renecia premonición de poeta en ciernes, una mujer se dio el lujo de vaticinarme este oficio de pesadumbres. También un amigo lo hizo después de un partido de fulbito en media calle entre autos, carretillas y bicicletas que imprudentes se cruzaban justo cuando estaba —al fin— por anotar mi primer gran gol de toda mi vida. Ella y él, cada uno por su sombrita se fue con su pres-pres a cuestas. Ella buscó la puerta falsa que tanto deplora el reportero de crónica roja. A él le cruzaron el pecho de arriba abajo con una daga nerviosa que solita se abrió camino hasta llegar a las intimidades estomacales. Alguna vez debía decirles que tuvieron razón al verme cara de poeta».

El escritor que se proclamaba ecua-mexicano fue parte de una generación que creyó que la poesía no debía responder a la estética del canon europeizado. Estaban influenciados por la agitación de la Revolución cubana, por las dictaduras que se expandían en el continente, por lecturas marxistas y las propuestas humanistas de Jean Paul Sartré. En el grupo Sicoseo, el cual integró —entre finales de los setenta e inicios de los ochenta— junto con Velasco Mackenzie y Fernando Artieda, se declaró parricida. Juntos se dedicaron a salsear, a mirar la marginalidad con la palabra y, al mismo tiempo, «ser duro con ella y sin descanso», como versa en uno de sus poemas.

Nieto Cadena compartía con Velasco y Artieda una vibra tropical. A pesar de haber nacido en Quito, un dato que Velasco Mackenzie ha revelado solo tras su muerte, siempre dijo que había nacido en Guayaquil. Tal vez esa convicción lo convertiría en, como diría el otro amante de la palabra, Luis Carlos Mussó, «el más guayaquileño de todos los poetas».

Para Nieto Cadena la guayaquileñidad se entendía como un estado de ánimo «más que un pernicioso regionalismo. Hablo de estado de ánimo de la misma manera como el inefable Gabo habla de que Macondo más que un lugar es un estado de ánimo. Ni más ni menos», escribió.

El trabajo de estos tres autores se cruza en momentos cívicos para la tradición popular, como la muerte de JulioJaramillo y al mismo tiempo en su forma de pensar la ciudad. Velasco describe los márgenes que habita desde la narrativa y una ficción que a ratos se vuelve apocalíptica. Artieda trabajó una poesía en prosa, descarnada, en la que abunda el léxico callejero. Nieto Cadena, por su parte, se preocupó de incorporar estos rasgos desde el poema conjugado. «Nuestra obra propuso un cambio de las estructuras sociales del país. Tratábamos de enfrentar poesía con poder», dice Velasco Mackenzie desde la playa, con la nostalgia de un tiempo que creyeron en la escritura como una utopía.

Nieto Cadena estaba invadido del afán de ser un «animal puro», como sostiene en una entrevista con Martha Rodríguez, para un libro, en el cual se analiza la influencia de Sartré en los autores locales.

En las lecturas universitarias, un momento propicio para descubrir su obra narrativa, es inevitable comprender juntos a Nieto Cadena, Artieda y Velasco Mackenzie, y asociar los personajes que, como doña Encarnación y la cantina que fue el Gema, se cruzan entre los poemas de Nieto, el hablar popular de Artieda y los devaneos cartográficos de la obra de Velasco Mackenzie en un esfuerzo por describir la ciudad que los juntó y que simula un tiempo de rumba que ahora parece perdido.

Para el escritor Francisco Payró, la suya, la poesía de Nieto Cadena «es más bien lo que, para efectos de una ya manida clasificación metodológica a la que él no tiene porqué acogerse, una antipoesía. De ahí que esta pueda asociarse fácilmente a una lista de nombres entre los que, para el contexto latinoamericano, los de Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Enrique Lihn y Pablo de Rokha son ya a estas alturas ineludibles».

El poeta ecuatoriano ErnestoCarrión lo considera otro de los olvidados por el canon y la crítica ecuatoriana, como lo fueran en su momento David Ledesma y Hugo Mayo, y lo es en la actualidad Francisco Tobar García. «Tiene uno de los trabajos líricos más contundentes que he leído —dice Carrión—. Sus poemas, además de revolver en su interior los ruidos urbanos, la cotidianidad y la filosofía más callejera e inteligente que hay, son por momentos verdaderos archipiélagos de sentido que se expanden con una libertad absoluta, conformando finalmente para el lector un inusitado collage extrañamente esencial y cautivador».

El poeta manabita Pedro Gil conoció la poesía de Nieto Cadena en un taller de escritura con el escritor Miguel Donoso Pareja. Con sus poemas tuvo la posibilidad de mirar otro tipo de poesía, en la que se es capaz de jugar con el lenguaje cotidiano para volverlo universal. Para Gil, Nieto Cadena es el mejor poeta ecuatoriano de los últimos cuarenta años.

Velasco Mackenzie piensa que la obra de un escritor no concluye nunca cuando es auténtico. Cree que la obra de su amigo, el ‘gordo’ Nieto, enflaquecido por la diabetes de sus últimos años, lo sobrevivirá. O como el mismo Nieto diría «uno entiende las cosas mejor pasando el tiempo se ratifican las ideas concebidas al marcharse la fiebre, se constatan las verdades ocultas que uno sospechaba desde chico».