Chuck Berry y la revolución del rock ‘n’ roll

El fundador de Apple, Steve Jobs, dijo una vez que «la creatividad se trata de conectar cosas». Esta cita cobra absoluto sentido en la evolución de la música popular del siglo XX, cuando, si se quiere, se combinan expresiones culturales que, por asuntos ajenos al arte, permanecían con una brecha social marcada, como las cuestiones raciales, por ejemplo.

A principios del siglo XX, Estados Unidos estaba dividido entre la población blanca y los negros que se asentaron, en su mayoría, en el sureste de ese país. Con la revolución industrial, la música popular llenaba los salones de baile, los teatros y las radios, lo que hizo posible que las iglesias negras formaran conjuntos y pudieran desarrollar el gospel, género de corte religioso en el que afloran cánticos de una intensidad admirable. Los negros tenían un talento para la música popular que no podía ser difundida por el separatismo de la población blanca, pero eso cambiaría radicalmente.

A mediados de la década de los treinta, el género que primaba en los salones de baile «under» era el boggie-woogie, caracterizado por contar en su mayoría con músicos negros. Básicamente eran ritmos compuestos por un contrabajo y marcados por un frenetismo en el piano. Uno de sus máximos exponentes fue Albert Hammons, autor de ‘Boggie Woogie Stomp’, lanzada en 1936, en la que se aprecia una especie de ritmo proto-rock ’n’ roll que estalla en acordes de piano con la fórmula de doce compases, prestada del blues.

Según algunos musicólogos, hay una ligera similitud entre la forma en la que tocaba Hammons y parte de la Trigésimo Segunda Sonata de Beethoven; para ser precisos: la tercera variación de la segunda mitad, en la que (algo más de un siglo antes) se aprecia una progresión de acordes semejante al estilo del boogie-woogie.

En 1939, casi como en una búsqueda por perfeccionar el sonido, sale a la luz ‘Roll ‘Em Pete’, de Joe Turner y Pete Johnson, un dúo que formaría la estructura del futuro rock ’n’ roll, en una conjunción perfecta entre el piano y la voz. Ya aquí había una especie de rock ’n’ roll, pero no con ese nombre, sino bajo la clasificación de rythm & blues. La crítica y la industria lo interpretaron como el fin de los años treinta. Como toda década que acaba, se sentía algo diferente para la que estaba por venir. Sin embargo, los cuarenta tuvieron un retraso algo inesperado debido a la Segunda Guerra Mundial. Lo positivo, dentro de lo que el término permite, fue que se acortaron (a veces a menos de la mitad) las orquestas de jazz de los clubes. Pasaron de ser de entre ocho a diez a cuartetos o quintetos, incluyendo al vocalista. Con esta reducción, los guitarristas empezaron a ganar espacio.

En 1944, una voz femenina daría un brinco más hacia la estructura del rock ’n’ roll con ‘Strange Things Happening Everyday’, en la que el protagonismo de la guitarra crecía de la mano de Rosetta Tharp. El impacto cultural de esta música negra se evidenciaba cada vez más en la gente blanca, a pesar de la vasta brecha social con los negros. Sin embargo, dicho obstáculo no duraría mucho tiempo, pues los blancos pronto empezaron a combinar sonidos con los ritmos negros. Prueba de esto es ‘Move it on Over’, de Hank Williams, un cantante de country que compuso este tema en la estructura de los doce compases de blues (con un corto y modesto solo de guitarra, dicho sea de paso). Para 1954, el baile swing y los conjuntos con guitarras se habían tomado los salones y la radio de Estados Unidos a un nivel más amplio. El fenómeno ya estaba dejando de ser exclusivo de ciudades como Chicago o Cleveland, donde la población negra tenía más presencia. Parte de esta expansión fue el tremendo éxito de ‘Rock Around the Clock’, de Bill Haley and his Comets, siendo la primera del género en llegar al número uno en ventas en EE.UU.

La revolución de lo que se considera como rock ’n’ roll se consolidaría con un afroamericano, devolviéndole el protagonismo de los orígenes de este género. En 1955, salió un disco con el tema ‘Maybellene’ de un desconocido artista que recientemente había dejado el trío en el que tocaba: Chuck Berry. Esta canción mezclaba el country y el boogie woogie con un piano y una guitarra ligeramente distorsionada, con un solo que empezaba a configurar el sonido del rock futuro, característico por el protagonismo de este instrumento.

Si siguiéramos este detalle cronológico, entrarían en escena personajes icónicos como Little Richard, Jerry Lee Lewis y el propio Elvis Presley. Y, dejando de lado su contribución (que no necesita detalles), vamos hasta 1958, año en el que definitivamente el rock ’n’ roll se estableció con un himno que rompió la brecha entre negros y blancos para consolidar finalmente un género que se erigió como el más popular del siglo XX y que sigue vigente hasta hoy.

Si ‘School Days’ (1957), también de Berry, mostraba la fiereza de una guitarra eléctrica como el instrumento de moda e incitaba a rendirle culto al género («hail, hail, rock ’n’ roll», cita uno de sus versos finales), ‘Johnny B. Goode’ es la pieza maestra, el santo grial del rock ’n’ roll. Y es aquí donde la creatividad de conectar cosas dio frutos: Berry combinó el blues negro y el country blanco en un sonido sin precedentes en la cultura estadounidense. Por primera vez dos expresiones folclóricas de grupos tan separados se unían y daban inicio a un fenómeno masivo y lo suficientemente intenso para poner a bailar a la juventud blanca y negra.

Chuck Berry, quien admiraba profundamente a Nat «King» Cole y la leyenda del blues, Muddy Watters, fue llamado entonces el ‘Padre’, porque el ‘Rey’ era Elvis Presley, aunque cuenta la leyenda que en esos años Chuck Berry pasó por las oficinas de Sun Records, disquera de Elvis, donde tuvieron esta conversación:

CHUCK: Vengo a ver al Rey.

ELVIS: Y aquí está, tú eres el auténtico rey del rock ’n’ roll.

Es preciso decir que Elvis llevó el género a una popularidad tremenda debido en parte al mercadeo de su figura artística en el cine. Era un buen músico, pero más que nada era un sex symbol y un ícono del entretenimiento con una voz privilegiada. Si bien tuvo un talento que hizo del rock ’n’ roll un asunto mainstream, Chuck Berry inventó el género por dos razones: dio con la fórmula de transponer la tan utilizada línea de dos notas del piano del Jump Blues directamente a la guitarra y, por consecuencia, ser el primer guitar hero, un camino que recorrerían músicos como Jimmy Page y Slash.

Johnny B. Goode’ forma parte del disco de oro de la nave espacial Voyager 1 —lanzada al espacio en 1977 y actualmente fuera del Sistema Solar—, junto con otras icónicas canciones que son consideradas piezas maestras de la cultura popular del siglo XX. De hecho, el propio Carl Sagan, una de las figuras de la divulgación científica más renombradas del siglo XX, le envió una carta a Berry felicitándolo por su sesenta aniversario en 1986: «‘Johnny B. Goode’ está a dos billones de kilómetros de la Tierra. Este disco perdurará, al menos, un billón de años o más… Feliz cumpleaños número 60, con nuestra admiración por la música que le has dado a este mundo».

La repercusión de este tema formó parte de una icónica escena de Back to the Future (en la que se produce una de las paradojas temporales más famosas del cine). Hacia el final de la película, ambientada en 1955, el protagonista, Marty McFly, toca en vivo ‘Johnny B. Goode’ junto a la banda de un tal Marvin Berry, supuesto primo de Chuck, a quien llama para hacerle escuchar la canción y decirle: «¿Recuerdas ese nuevo sonido que estabas buscando?». En la vida real, el músico trataba de dar con un sonido conciliador que uniera a jóvenes blancos y negros.

Chuck Berry configuró todo lo que se podría conocer como rock ’n’ roll. Desde el X Shot (pose característica de Berry con las piernas dobladas) hasta la teatralidad en el escenario que plasmó con su duckwalk. Le dio a la guitarra el protagonismo que tendría para siempre en la música. John Lennon dijo una vez (en los archivos del Beatles Anthology) que él no sabía tocar la guitarra porque no podía imitar lo que hacía Chuck Berry, un hombre que no se consideraba un rockstar, y al que no le importaba no cerrar los conciertos con otros artistas, aunque fuera él la estrella principal.

El legado del ‘Padre’ es inconmensurable y fue crucial para el futuro del rock. De hecho, en 1962, Mike Smith, uno de los productores de Decca Records —una de las mayores disqueras de Reino Unido en los sesenta— rechazó firmar un contrato con The Beatles luego de grabar una maqueta, porque «los grupos con guitarras estaban pasados de moda». En ese demo está ‘Memphis, Tennesse’, uno de los éxitos de Chuck Berry que influenció el sonido beat de los cuatro de Liverpool y que sería vital para el primer disco de los ‘Fab Four’, Please, Please Me, en el que se evidencia la influencia del estadounidense desde la primera canción, ‘I Saw Her Standing There’. Berry también influyó en Keith Richards, de The Rolling Stones, desde su técnica en el blues rápido hasta las poses en el escenario. Y la lista seguiría sin parar.

Este año está prevista la salida de Chuck, el álbum que rompe con el silencio del músico por más de 38 años. Se esperan reversiones de clásicos y temas inéditos. El álbum, que está dedicado a su mujer, tiene la participación de Charles e Ingrid Berry, sus hijos. El disco saldrá ahora como un homenaje póstumo, no solo a Berry sino al rock ’n’ roll.

El disco de oro de la Voyager contiene sonidos de la naturaleza de la Tierra y saludos en más de 55 idiomas, pero solo hay un registro en el que se puede escuchar a qué suena el frenesí. Parte del legado que Chuck Berry viaja en una cápsula del tiempo que dice ‘Johnny B. Goode’. Si los extraterrestres existen, tal vez algún día puedan moverse al ritmo del rock ’n’ roll.