Carrión: «Me interesan las obras que cubren con ficción espacios borrados de la historia»

Más de 20 libros publicados, una vida dedicada a la poesía, y un premio que reafirma un cambio en el panorama literario del Ecuador. Así podría sintetizar la vida literaria de Ernesto Carrión Castro, un escritor que llega a los 40 este año, y que decidió hacer el único trabajo para el que es bueno: la literatura. Esto quiere decir, saltar al vacío por segunda ocasión, la primera caída, tal vez, para escribir, la segunda, para dejar de trabajar en cualquier otra cosa que distraiga su concentración en la escritura.

Las conversaciones con Carrión no son tan seguidas, pero sí largas cuando ocurren. Las últimas han sido de espaldas a su biblioteca que tiene una doble presencia viva: detrás de ella, hay un gran mural de la ‘Gran Ola de Kanagawa’ de Hokusai, una imagen del mar en una tempestad que da la impresión de amenazar a los libros o simplemente protegerlos. La ola y los libros en una dinámica constante y hacia un costado más agua: la piscina como antesala al río Guayas.

El día en que llego para conversar con Ernesto, a propósito del premio Casa de las Américas, encuentro a Ezequiel, su segundo hijo, de 4 años, y le pregunto si sabe que su padre ha ganado un premio. Elocuente —Zequi es un gran conversador—, me dice que claro, pero que no es el Alfaguara todavía. Nos reímos todos, y nos desviamos un poco, precisamente, para seguir conversando con este pequeño personaje, esta vez sobre cine. Yo no he visto Rogue One, él me dice que no le gustó mucho, pero que como a sus padres, tal vez a mí me encante.

Isabel, la esposa de Ernesto, se lleva al niño ya en pijamas, él promete volver. Intuyo que en el futuro tendré muchas cosas que conversar con Ezequiel. Nos caemos bien y para eso no hay explicaciones.

Ernesto se recuesta en su sofá y empezamos. Eso sí, jamás terminamos, porque estas conversaciones son continuas, y cuando volvemos a vernos retomamos el hilo y seguimos. Pasa lo mismo en sus libros. Unos personajes entran y salen de escena, reaparecen en otras historias, de a poco su universo se ha ido creando.

Incendiamos las yeguas en la madrugada es tu sexta novela, y tu carrera como escritor de ficción empezó, digamos hace dos años. ¿Cuánto tiempo le dedicas a la escritura?

No tengo un horario determinado para escribir y esto ha sido así desde hace muchos años. Puedo escribir en la madrugada, como puedo escribir por la noche. Algunas veces, cuando la actividad familiar y la situación laboral lo permiten, por las mañanas. El tema está en el tiempo. Escribir un libro, usualmente, me toma un par de meses. Esto sucede así porque el libro aparece como una fuerte necesidad vital, que me genera una ansiedad, que no supero hasta terminarlo. He intentado escribir pausadamente, porque tengo un problema de columna que se me agrava si estoy sentado mucho tiempo pero no me es posible, mi propia mente se rehúsa a ello. La historia, una vez que se ha configurado, me persigue, me acorrala a cualquier hora hasta que la escribo. Luego puedo pasarme tres o cuatro meses sin escribir ni una línea. Solamente leyendo. Y el ciclo se repite.

En algunas entrevistas has dicho que Manual de ruido cierra tu período poético y que ahora te interesa escribir solo narrativa. ¿Qué es lo que te dio la poesía y qué posibilidades ves en la escritura de novelas?

Manual de ruido cierra la obra titulada ø. Esa fue una obra en la que me gasté 16 años de mi vida. Sin embargo, dos libros de poesía más aparecieron, libros que no deberían existir, pero que su existencia demuestra cómo la literatura se nos impone y cómo la realidad es la que hace literatura a costa de nosotros. Uno de ellos es Como un caracol nocturno en un rectángulo de hielo, libro que narra la experiencia de la depresión como una enfermedad que al mismo tiempo puede aprenderse a sobrellevar con poesía; y el otro libro es Revoluciones cubanas en Marte que trata sobre el asesinato de mi padre acontecido en 2014.

La poesía me dio la comprensión de la intuición como una de las herramientas más poderosas a la hora de escribir. Ya que es la intuición la que te dice hasta dónde llega un poema o cuándo se debe terminar de corregir un libro. Trabajo del mismo modo mis novelas como cuando construía un poemario, como esbozos que luego van estirándose, montando sus propios brazos y piernas hasta que llegan a caminar.

Si revisas con atención mis libros de poesía descubrirás que también guardan historias, a pesar de lo delirante del lenguaje, se ensamblan como una sola pieza narrativa. Mi obra poética es la historia de la gran nada, del gran vacío, del punto suspendido que es un hombre, cualquier hombre.

Con la novela, veo la posibilidad de expandir esa mirada o precisarla sobre ciertos temas (desde lo íntimo hasta lo histórico y político), hallando también el modo de seguir indagando en una realidad que sigue sostenida por verdades a medias.

¿Qué es lo que hace interesante a una obra de ficción?

Cada quien puede escoger lo que le gusta de la ficción. Y para quienes la escriben, hacerla como mejor les parezca. Asumo la ficción desde los espacios en los que invade la realidad. Y me refiero a la realidad que tú y yo vivimos. Poco me interesa abrir una novela que suceda en un país con un nombre inventado. Personalmente, a mí no me interesa. Las novelas están formadas por historias. Historias que queremos leer y asumir como reales. Aquello hace de la verosimilitud (que no es para nada lo mismo que la verdad) una cualidad imprescindible en una novela. Por eso una novela, cualquier novela, así esté hablando de marcianos, debe estar escrita de un modo verosímil. El lector no es tonto. O, al menos, eso creo yo.

Me parecen interesantes las obras que cubren con ficción espacios borrados de la historia. O que modifican nuestro modo de entender cierta realidad asumida. Me refiero entonces a la ficción desordenando la realidad. No creo en los libros bien escritos en los que al parecer no importa mayormente la trama, y que al cerrarlos no nos dejan nada, porque han sido escritos bajo ciertos parámetros, como quien urde una fórmula. Siento que esos libros son campanas huecas. Sospecho que a falta de una historia, han sido elaborados con capas y capas de palabras bien organizadas, pero que por lo mismo carecen de alma. Esos libros han nacido muertos. Tampoco quiero decir con esto que la ficción tenga alguna misión, porque no la tiene. Ningún arte la tiene. Pero un creador tiene al menos la obligación para consigo mismo de crear algo que ha surgido por pura necesidad vital y no comercial. Para lo comercial, dentro de la palabra escrita, hay libros de superación personal.

¿En qué otro trabajo literario estás en este momento?

Actualmente solo estoy leyendo, pero como sabes la lectura es también un espacio de creación. Tengo algunos proyectos en mente. Unos más desarrollados que otros. Y van por muchos lados. Por ejemplo, uno, que me parece que se desprendió de la novela Tríptico de una ciudad en el que aparece narrado brevemente el encuentro en Panamá entre los dos Guevaras (Ernesto Guevara y Carlos Guevara), va precisamente sobre la figura de este último. Carlos Guevara Moreno, apodado el ‘Capitán del Pueblo’, es un personaje que me llama la atención por la contradicción que encierra su relato (luchó en la Guerra Civil Española del lado republicano, y a su retorno al Ecuador pasa de ser comunista a convertirse en un perseguidor de comunistas, levantando posteriormente un partido político popular de corte facistoide). Me parece que detrás de él se cierne una posible mentira, además del aparente temor que le tenía Velasco Ibarra.

En un diálogo en la Universidad de Las Artes, durante Libre libro, te preguntaron sobre declaraciones que hiciste sobre la calidad de la literatura ecuatoriana. ¿Por qué te parece que hay obras sobrevaloradas?

A mi parecer, la literatura nacional está plagada de supuestos. Y con esto no pretendo ofender a nadie. Sabemos sobre las sensibilidades de los literatos. Se trata aquí de mirar el real panorama de nuestras letras. Prefiero acudir al ejemplo que da Elizabeth Costello en la novela de J. M. Coetzee, del mismo nombre. Hay un momento en que ella —Elizabeth— explica que «la novela inglesa» existe porque la escribe básicamente gente inglesa para otra gente inglesa. Y lo mismo sucede con la novela rusa. Pero que no sucede así con la novela africana. Dice que la novela africana ha sido escrita para los extranjeros que la van a leer, así sus temas sean sobre la cultura africana. Lo que nos dice Coetzee —en boca de Elizabeth Costello— es que en África, al no haber un mercado de lectores que consuma la novela escrita por africanos, estos escogen escribir para lectores extranjeros, lo que hace inexistente la verdadera «novela africana». En Ecuador no existe un mercado de lectores, como sucede en otros países (México o España, por ejemplo). En Ecuador lo que ha sucedido (como lo dije hace algunos años con el caso de la poesía) es que se ha escrito muchas veces para otros escritores o críticos que están ubicados en posiciones de influencia desde donde se determina lo que es la literatura nacional. Pero cabe preguntarnos: ¿bajo qué parámetros se decidió que X novela de X autor es la «literatura nacional»? ¿Quiénes decidieron por nosotros?

Elizabeth Costello, en la novela de Coetzee, termina comentando que lo mismo sucedía en Australia hasta que su país alcanzó una población lectora con madurez, lo que hizo que los novelistas empezaran a escribir para australianos. En nuestro país esto no ha sucedido aún. No tenemos un mercado de lectores. Lo que da cabida al compadrazgo y a la manipulación de ciertos medios y periodistas culturales junto a críticos literarios, que son los mismos escritores. Basta comprender lo que digo con este ejemplo: X autor publica su novela, y aunque está en las librerías pocos la consumen. Pocos lectores llegan a la librería y piden su novela. Sin embargo este X autor aparece reseñado en todos los medios culturales del país, diarios, revistas, webs, etcétera. Así nace la primera falacia literaria con la que nos hemos acostumbrado a vivir: el escritor nacional. Un escritor que no existiría sin la amistad que mantiene con las personas que distribuyen la información de su producto. Volviendo a tu pregunta, está sobrevalorado todo en una realidad que es especulativa con los contenidos literarios. En una realidad que está forjada por un grupúsculo de amigos de algunas de las tres ciudades más importantes del país, que se reparten la cultura, decidiendo qué es una buena novela, qué es un buen poemario, alimentando ese falso gusto por la «literatura nacional».

Las editoriales nacionales están publicando a muchos autores jóvenes y no tan jóvenes, y los libros ecuatorianos empiezan a leerse también fuera del país. ¿Por qué crees que está ocurriendo esto y por qué no pasaba antes?

Las editoriales independientes apuestan a esto porque nadie más lo hace. En nuestro país, casi todas las llamadas editoriales son imprentas en las que el autor paga por sus ediciones. Por supuesto, es difícil publicar muchas veces sin la ayuda del autor. Pero esto debería cambiar. Para eso —y para muchas cosas más— hay un Ministerio de Cultura. Estas editoriales independientes deberían recibir —bajo cierto análisis sobre su funcionamiento— fondos estatales para publicar libremente, sin supervisión de contenidos, a autores emergentes y a otros asentados en su oficio. Es gracias a estas editoriales independientes que están siendo leídos algunos de los poetas y narradores más interesantes del país. Hay libreros que viajan a un montón de ferias internacionales cargando con los productos de estas editoriales, en un intercambio saludable y generoso.

Varios concursos literarios se declararon desiertos, el año pasado, por ejemplo, el Miguel Donoso Pareja, y este año La Linares, que a pesar de esto entrega una mención única para tres novelas, y reparte el premio económico para las tres. ¿Qué crees que evidencia este tipo de situaciones?

Particularmente no creo que deba declararse desierto un concurso. Pienso así, porque me parece que se debe evaluar sobre lo presentado. Y que no es posible que no exista un trabajo, entre 60 u 80, con calidad literaria que lo amerite. Tómese por ejemplo las bienales de arte, los salones de julio, etcétera. Alguien siempre resulta ganador. Este argumento de declarar desierto un premio supone, para mí, una especie de filtro, por no decir que denota algún tipo de censura. La censura no es, pues, exclusivamente sobre los contenidos, puede darse también sobre las formas o caer incluso sobre la misma persona que presenta su libro a un concurso. Lo que menos necesita la literatura nacional es una falta de estímulo de ese calibre. Peor tratándose de concursos que pretenden insertarse en la comunidad pequeña de escritores que existe en nuestro país. Opino que, en lugar de convocar a concursos, preparen talleres literarios donde dejen claras las formas que piensan premiar, así como los contenidos con los que están de acuerdo, todo esto previo a la convocatoria. Así no ponen en evidencia ese desatino que disfrazan con exigencia.

En la literatura, has dicho que te interesa trabajar con los productos de la realidad, para ti los personajes son personas, en ese sentido, qué es lo que te llama la atención de unos seres particulares para luego, retomarlos en tus historias.

Pienso que no existe un personaje que no haya sido antes una persona o algunas personas. Los personajes que he creado, hablo de los que no han sido tomados directamente de la historia, fueron forjados con impresiones e identificaciones particulares de gente que conocí. Pero al asumirlos atienden a las necesidades del relato. Si pienso en Cementerio en la luna, el narrador está basado en un joven poeta, que es, a su vez, la fusión de algunos jóvenes poetas que he conocido. Lo mismo sucede con los demás personajes, quienes fueron construidos sobre parciales miradas a otras personas que he conocido, lo que los aleja de ser ellos mismos, por supuesto. Viven dentro de las dimensiones de la obra y funcionan únicamente dentro de ella.

La literatura es una elección arriesgada siempre. ¿Qué significa ser un escritor en Guayaquil y cómo sobrellevas el hecho de que eres un escritor y que solamente vives de tu escritura?

No se puede vivir de ser escritor ni en Guayaquil ni en ninguna otra ciudad del país. En mi caso, y con el apoyo de mi mujer, hemos montado una editorial pequeña, un negocio, y trato de concursar en premios literarios para poder aportar algún dinero. Claro, esto debería ser atendido también por el Ministerio de Cultura. Hablo de que los escritores y los artistas en general, con un trabajo probado, deberían gozar de subvenciones estatales de plazos determinados, si así se quiere, para poder crear. La creación es un trabajo, como cualquier otro trabajo, con la terrible diferencia de que no concluye cuando uno abandona la oficina y aparta su maletín. Porque el creador está siempre creando, organizando lo que lo impulsa dentro de su mente, moviendo piezas, persiguiendo en el silencio los elementos que necesita para su arte.

¿Cómo ves el movimiento cultural de la ciudad, la reactivación de la Feria del libro, la presencia de la Universidad de Las Artes?

Me parece que hay mucha más actividad cultural que la que antes había. La Feria del libro ha logrado dos convocatorias notables, con invitados excelentes, y estoy seguro de que ha generado ya nuevos lectores en la ciudad. La Universidad de las Artes ofrece gratuitamente la carrera de Literatura y está realizando constantemente actividades culturales como La Libre Libro, e invitando autores, al igual que dando charlas y talleres. La Universidad Católica también ha generado espacios para presentaciones de libros y organiza un taller literario gratuito, si no me equivoco. Esperemos que todo esto continúe, que en los próximos años contemos con un grupo masivo de lectores llenando las librerías, así como con muchos más escritores dispuestos a asumir nuevos retos.