La poesía de Mario Montalbetti trabaja como un mecanismo de contrarrelojería. La impresión es que el mecanismo es perfecto, pero que funciona en un sentido inverso a los presupuestos del lugar común. De hecho, casi todos sus poemas parecen estar compuestos por un montaje de silogismos delirantes, aforismos paradójicos y aporías irónicamente desoladoras. En el final del poema ‘Cayo Mario (I)’, correspondiente al libro Perro Negro, el poeta dice:
Moriste de viejo, Mario
sin saber hablarle a una manzana
De algún modo, la atmósfera epigramática del texto, que remite a la poesía breve de la Grecia clásica, contrasta con la imagen del hombre tratando de dialogar con una fruta. Tras la imagen insólita, todas las dudas sobre la epistemología y el sujeto occidental parecen dar vueltas como pequeñas polillas sobre ese par de versos: la majestad del hombre puesta en duda en un verso que sabe ligeramente a un haikú.
Así, Montalbetti es sobre todo un poeta de la condensación. Si hay poetas que se benefician de la gestualidad y la contingencia, Montalbetti prefiere rezumar, sintetizar. Una aproximación a esta actitud podría ser cifrada en conceptos como autocontención o inacción:
ni siquiera una buena acción
es tan buena como ninguna acción
Esa reticencia a los acontecimientos, influencia estoica o taoísta, hace que el poeta examine el lenguaje que emplea en cada detalle, obturando sus desvíos, regulando sus flujos conscientes e inconscientes. Por ejemplo, en ‘Fin desierto’ aparece una imagen enigmática: «y un bizcocho detrás del mundo».
Semejante imagen podría remitirnos a la pintura de Giorgio de Chirico, pero sobre todo alude a la insustancialidad de toda metafísica y a la frivolidad de todo acontecimiento. Curiosamente, los versos cortos, enmarcados en generosos espacios en espacios en blanco, hacen que esa imagen gobernada por la extrañeza, destaque más (que si estuviera inserta en un torrente de metáforas o imágenes visionarias).
Habría que señalar que la poesía de Montalbetti no reniega de la historia o de las ciencias físicas, pero selecciona minuciosamente el léxico con que dichas disciplinas organizan la realidad.
Así, el poeta amplía la frontera de su propia escritura mediante el uso, por ejemplo, de nomenclaturas y unidades de medición de la velocidad para establecer el metabolismo de un ave característica de América:
el corazón del colibrí late al interior de una ola / que viaja a novecientos mil miltrescientos km / h / arrasando sin piedad lo que encuentra a su paso.
Por tanto, Montalbetti evidencia que la lengua poética está enmarcada en una cierta historicidad que él está obligado a desentrañar y refrescar mediante la adopción de nuevas referencias. De este modo, el oxímoron hiperbólico (el ave miniatura convirtiéndose en una fuerza cósmica desmesurada) también se convierte en un documento explícito sobre el presente.
En ‘Cinco segundos de horizonte’, uno de los títulos más singulares de la poesía contemporánea, Montalbetti radicaliza muchos de los gestos antes mencionados en una escritura que adquiere la apariencia de un montaje. La sensación de aleatoriedad que advertimos al hacer una lectura lineal del texto es eso: una sensación. Porque cada trastocamiento del orden es resultado de una severa reflexión sobre las posibilidades expresivas de esas alteraciones. No quiere decir que la intuición esté fuera de juego, sino que el poeta también examina sus posibilidades y límites. Así, nos revela textos donde lo más cifrado y enigmático («y el área del triángulo se abre al cálculo / notacional-emocional») coexiste con lo más cotidiano («Sigo apoyado en cojines mullidos y verdes, sigo / echado sobre un sofá comodísimo junto al balcón»). La singular ironía polifónica de muchos de estos textos dialoga con cierta poesía norteamericana —John Berryman, por ejemplo—. La cotidianidad posmoderna aparece sin domesticar: mostrada en su perplejidad y extrañamiento. En todo caso, el zurcido de estas postales es detallado y sereno.
En cualquier caso, cierto laconismo (disoluto, eso sí) resulta esencial para explicar los trayectos que guían la poesía de este autor. En todos sus libros, Montalbetti posee un carácter singular, un clima propio, sin embargo, hay un hilo que los enlaza de manera sutil. Cada lector encontrará una experiencia distinta en esta antología de uno de los poetas hispanoamericanos más influyentes de nuestro tiempo.
Nota
* Este es el prólogo de Juan José Rodinás (Ambato, 1979) para el poemario En una lengua rompida, de Mario Montalbetti, en editorial Ruido Blanco.