Luis Fernando Fonseca| Periodista
Uno de los personajes más siniestros de la novela Cadáver Exquisito, de Agustina Bazterrica (Buenos Aires, 1974), estuvo basado en una persona real. La doctora Valka les recordó a sus excompañeros de trabajo a alguien que era mucho peor de como aparece en la ficción.
Y vaya que la ficción es feroz: un virus letal ha hecho que la carne de los animales no pueda ser consumida por humanos. Los humanos sacrifican a los animales que llaman salvajes y a los domésticos y sus gobiernos no solo lo permiten, sino que legalizan la cría, reproducción, matanza y procesamiento de carne humana.
Mientras trabaja en el frigorífico Krieg, Marcos Trejo recibe un regalo inusual en su casa de hombre separado, a cargo de su padre: una mujer criada para consumo a la que, como a otros en su condición, le han extraído las cuerdas vocales para que no pueda gritar o quejarse.
¿La ha deshumanizado una humanidad alienada?
La lectura de Cadáver Exquisito es un paseo por los juegos del lenguaje, pero también por unos extremos que, cada tanto, hacen que el lector tenga que parar, tomar aire. Constatar que a las reses (como llaman a los cuerpos de personas que serán comidas), por ejemplo, las aíslan desde chiquitas en incubadoras, luego en jaulas donde se les marca en la frente con hierros ardientes, desnudas, en criaderos, hace de la distopía la causante de una náusea sostenida. Y aderezada con descripciones del tipo:
“(la cabeza, la res, el producto) tiene una mirada turbia, como si detrás de la imposibilidad de las palabras se agazapara la locura”.
Un respiro puede ser el humor negro, o sus atisbos. En un momento, la carnicera Spanel suelta: “No entiendo por qué nos parece atractiva la sonrisa de una persona. Con la sonrisa uno está mostrando el esqueleto”.
De vuelta a la conmoción del relato (el licor y el cigarrillo hacen amarga la carne humana, al igual que el miedo mientras se hace la matanza), pareciera que todo tiene un fin animalista −la autora es vegetariana−: situar al lector en el lugar de los animales, pero todo va más allá de eso.
“No tuve la intención de hacer un panfleto vegano”, dice la autora en Quito, frente a un puñado de sus lectores, “lo que intenté hacer fue plasmar un montón de cosas que me resuenan, molestan, interpelan en la mejor obra que podía escribir”.
Hannah Arendt (Hanover, 1906) ya habló de lo comunes y racionales que podían ser los nazis pese a sus atrocidades, durante las cuales contaban con la complicidad de los llamados “buenos ciudadanos”, recuerda Bazterrica.
“Las matrices (capitalismo, patriarcado) se construyen con la complicidad de cada uno de nosotros. ¿Por qué sigue habiendo femicidios? Porque hay todo un sistema que permite que un hombre mate a una mujer por el hecho de ser tal, porque lo quiere dejar, porque discrepa”.
Discrepar está mal visto. Incluso si uno es vegetariano. “Por ejemplo, si en un país como Argentina, vas a un matrimonio y decís que sos vegetariana, puede que te traigan una ensalada de jamón y queso. ¿Qué pasa, el jamón sale del jamonal, no del chancho que mataron?”, bromea la autora.
Las reacciones contra quien deja de comer carne suelen ser chistes −pesados, casi siempre− o justificaciones −“yo tampoco como tanta”−, pero casi nunca indiferencia.
La novela está dedicada al chef Gonzalo Bazterrica, que mantiene una huerta hidropónica y restaurante a puerta cerrada en Buenos Aires. “Trabaja con la alimentación consciente: saber que lo que se come afecta a nivel celular, puede enfermar, afecta la vida de otros seres”, cuenta su hermana, la escritora.
Por ahí va lo de la alimentación y la matanza animal. Pero cuando Marcos Trejo se enfrenta a su “res” en cautiverio, una humana, su silencio empieza a notarse. Como el de “esas mujeres que aún hoy no pueden estudiar, aquellas que no tienen la libertad de tomar decisiones porque el patriarcado profundo sigue hundiendo sus garras en todos los aspectos de nuestras vidas”.
La ferocidad es lo que sostiene el relato de esta obra conmovedora, narrada con una precisión que no esquiva la verosimilitud.
Luego de que ganara el premio de novela Clarín-Alfaguara 2017, se decidió que Cadáver… se adapte a una serie. La escritora está pendiente del salto que vaya a dar la ficción, que será parte del proyecto “Mapa de las Lenguas”, de la editorial Penguin Random House, que difunde sus ejemplares en Hispanoamérica.
“Hay que guardar el efecto sorpresa”, sonríe al ser consultada sobre los cambios para la historia en TV. “Pueden focalizarse en Spanel o en Valka, que trabaja en un laboratorio donde se experimenta con humanos”.
El otro personaje basado en uno real es Marisa (hermana de Marcos Trejo), con quien Bazterrica trabajó hace mucho tiempo. “Solo me di cuenta de la conexión cuando la novela estaba publicada”, sonríe, otra vez, la escritora feroz. CP