Quienes alguna vez recibieron clases con Miguel Ángel Bastenier (Barcelona, 1940-Madrid, 2017) coinciden en que era un maestro implacable. En septiembre del año pasado visitó el Ecuador, sin saber que sería la última vez que lo haría. En esa ocasión, le concedió una entrevista a EL TELÉGRAFO, un poco acosado por las prisas y la altura de Quito. «La capacidad de sanción la tiene el lector», sostuvo con su voz ronca y gesticulando: «si el lector cree que un periódico está vendido a no sé quién, ¡pues que se compre otro, ninguno, o váyase a esa tontería del periodismo ciudadano! Dedíquese a leer lo que escriben en las redes quienes no sabemos quiénes son, sin ninguna garantía», dijo en esa entrevista.
Bastenier despreciaba esa costumbre que han adoptado los medios de ahorrarse los sueldos de los reporteros con la publicación de contenidos que registra cualquier persona. También despreciaba las corbatas y, frente a las normativas que rigen el oficio, soltaba esta frase contundente: «La mejor ley es la que no existe».
Fallecido en Madrid este viernes 28 de abril a causa de un cáncer de riñón, Miguel Ángel Bastenier era uno de los mayores expertos en política internacional de la prensa en español. Era considerado como una referencia a nivel mundial especialmente en dos campos: el conflicto árabe-iraelí y América Latina.
Además, fue maestro de varias generaciones de periodistas provenientes de toda Hispanoamérica.
En la década de los setenta, dirigió Tele/eXprés, un diario vespertino catalán que se escribía en español. Tele/eXprés cerró en 1980, un año después de que Bastenier fuera contratado como subdirector de El Periódico de Catalunya. En 1982, llegaría a la redacción de El País, onde ocupó, entre otros, el cargo de subdirector de Información y subdirector de Relaciones Internacionales, hasta 2006. En adelante, seguiría colaborando como columnista hasta su muerte.
Su último artículo, publicado el pasado lunes, y hablaba del riesgo de los extremismos en Europa luego de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia.
Hijo de madre catalana, y tras su experiencia en Tele/eXprés, participó en la fundación de la edición en catalán de El País.
También se desempeñó como profesor de periodismo internacional en la Escuela de Periodismo de El País y en la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), en Cartagena de Indias.
A inicios de la década pasada, diario El Universo contrató una clínica de periodismo con Bastenier, quien entonces era subdirector de Diario El País, de España. Cada día del taller, criticaba las notas que se publicaban en el diario que lo contrató: «Si cojo este periódico con los dedos me da cáncer de lo malo que es», recuerda haberle escuchado Francisco Santana, un escritor que entonces trabajaba en el departamento gráfico del matutino.
A Santana le incomodaron esas afirmaciones, lo confrontó y en las clases incluyeron diálogos sobre la obra de autores como Truman Capote. Al final de la clínica, Bastenier le dijo al dueño del diario que tenía un cupo para una pasantía en El País para Santana. «Pero si él no hace periodismo, trabaja en el departamento de arte», respondió el empresario. Bastenier replicó, como de costumbre: «el único periodista que tienes en este diario no está escribiendo, es terrible tu periódico».
«Para Bastenier, el periodista debía construir una gran red de informantes que, además de políticos, debían tener cerca a personas que están todo el tiempo en contacto con la realidad. Es como ser un investigador privado», explica Santana vía telefónica. En Madrid, a él solo le dieron un mapa, una pluma y una libreta para irse a reportear por la ciudad.
Cuando regresó a Ecuador se topó con que aquí hay horarios por cumplir y presiones para publicar. «Entendí que si quería contar historias debía cambiar mi vida», dice ahora, en Guayaquil. Para Santana este proceso de contacto directo con la gente, el permanecer en los sitios donde se desarrolla la vida social es una forma de llegar siempre a un puerto seguro.
«Él fue la persona que me obligó a hacer periodismo, me dijo que era periodista en esencia, ‘tu cabeza, tu mentalidad está hecha para esto. Eres muy agudo, observador, no eres un papanatas’. Bastenier sabía que no se puede hacer periodismo sin leer, sin consultar y cuestionar la información que se recibe.
«Bastenier tiene un libro que se llama El Blanco móvil (Aguilar, 2001), en el que compara al periodista con un francotirador. El periodista siempre está apuntando y puede ser que un día le pegue cerca al blanco, pero no le pegarás nunca realmente. El periodista es un tipo que tiene que ser muy curioso y sagaz, ir adonde la gente no va. No es un superhéroe, solo que tiene ciertas cualidades y las usa para escudriñar los secretos que están escondidos», dice Santana.
Hace unos meses, Bastenier ponía al conflicto colombiano en la mira de los periodistas de la región:
Es una situación muy dura, en la que no se ha derrotado a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), pues tiene que pactar algo, que es discutible. (…) Hay cosas que a la opinión pública le cuesta digerir, evidentemente. Personalmente, era partidario del sí (al plebiscito para aprobar los tratados, uno en que la desaprobación tuvo mayoría), de la paz pero, como periodista, hay que decir las cosas que pasan. No si esto es bueno o malo.
En el libro Cómo se escribe un periódico (Fondo de Cultura Económica de España, 2009) afirmaba que para ser un buen periodista hay que tener «un estómago de hierro» para distanciarse de los asuntos sobre los que se informa.
Otras de sus publicaciones son La guerra de siempre (1999) e Israel Palestina (2002), en los que habla del conflicto árabe-israelí. A partir de su experiencia en este problema cuyos orígenes están perdidos en los siglos, Bastenier tomó posturas como llamar solamente ‘Golfo’ al Golfo Pérsico, para no tomar posturas, pues ese conflicto tiene todo que ver con la identidad y la forma en la que se llaman a las cosas y a las personas.
En 2012, la Universidad de Columbia le entregó el Premio María Moors Cabot, el más antiguo en periodismo, por su trayectoria y su contribución a mejorar las relaciones en el continente americano.
Es licenciado en Derecho (1962) e Historia (1975) por la Universidad Central de Barcelona, licenciado en Lengua y Literatura inglesa por la Universidad de Cambridge y graduado en Periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid (1961), pero alguna vez dijo que «la teoría que imparten en las universidades solo sirve para teorizar no para hacer periodismo de calidad», y sostenía que el oficio era algo que se aprendía en las redacciones, adonde nunca dejó de pertenecer.