Augusto César Sandino, héroe universal

En su libro Genealogía del racismo, el filósofo francés Michel Foucault sostiene que el discurso histórico, la práctica de contar la historia, ha permanecido por mucho tiempo emparentado con los rituales del poder. En ese sentido, también habla de la contrahistoria:

La contrahistoria que nace con el relato de la lucha […] hablará de parte de la sombra, a partir de esta sombra. Será el discurso de los que no poseen la gloria o, habiéndola perdido, se encuentran ahora en la oscuridad y en el silencio. Todo esto hará que, a diferencia del canto ininterrumpido a través del cual el poder se perpetuaba y reforzaba mostrando su antigüedad y su genealogía, el nuevo discurso sea una irrupción de la palabra, un llamado, un desafío: «No tenemos detrás continuidad alguna y no poseemos la grande y gloriosa genealogía con la cual la ley y el poder se muestran en su fuerza y en su esplendor. Nosotros salimos de la sombra. No teníamos derechos y no teníamos gloria, y justamente por eso tomamos la palabra y comenzamos a relatar nuestra historia».

Estas palabras reflejan de manera ontológica las luchas de los pueblos oprimidos de todo el planeta, invisibilizados y acallados por el poder imperial. Esto mismo ocurre con el pueblo de Nicaragua y con la mítica figura de Augusto César Sandino, interlocutor del pueblo en las sombras. Ante la empatía natural que despierta ver a un pueblo hermano bajo el yugo del neocolonialismo, el tiempo histórico que nos separa se acorta, la distancia cronológica entre pasado y presente desaparece frente al carácter universal de la dominación capitalista. Esta es la noción fundamental. El imperativo categórico indubitable. Si la fotografía es en blanco y negro o a color es relativo, estructuralmente no es determinante, porque mientras exista el capitalismo, persistirá la lógica dominante. El espejo de la historia refleja las mismas voces y los mismos silencios; las mismas heridas y las mismas cicatrices.

Sandino representó, desde los años veinte hasta su muerte en 1934, el umbral del movimiento antimperialista en el siglo XX, construido con la resistencia popular contra la invasión norteamericana de 1927, dando origen más adelante al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) fundado por Carlos Fonseca Amador. Fue el punto más alto en la lucha del pueblo nicaragüense contra el imperialismo. La liberación nacional del país comenzaba a vislumbrar un horizonte más nítido que poco menos de una década atrás era una utopía. Con Sandino, la emancipación definitiva no dormía el sueño de los justos. Era factible y el ‘General de Hombres Libres’ así lo demostraría a fuerza de lucha.

El nacimiento del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional (EDSN), movimiento guerrillero comandado por Sandino, tuvo como base social al campesinado y el proletariado rural nicaragüense (víctimas del despojo y la explotación de la United Fruit Company), que organizaron la resistencia armada contra la ocupación militar estadounidense bajo la proclama de Sandino: «La soberanía de un pueblo no se discute, sino que se defiende con las armas en la mano». Pero en Estados Unidos no se quedarían con los brazos cruzados. Para contrarrestar el éxito del EDSN sobre las fuerzas de ocupación, crearon la Guardia Nacional (GN) durante la presidencia del conservador Adolfo Díaz Recinos (1926-1929), quien solicitó la intervención de los marines en el territorio. La táctica fue la de enfrentar a los propios nicaragüenses, algo habitual en la América Latina del siglo XX. La GN, financiada y entrenada por el Departamento de Guerra norteamericano, surge como reemplazo de la Constabulary, creada y dirigida por infantes de marina estadounidenses durante la segunda intervención militar en el país, constituyéndose de forma definitiva en 1933, luego de efectuarse la transición de una fuerza a otra con la retirada paulatina de las tropas norteamericanas, vencidas en el campo de batalla por la resistencia sandinista.

No fue sino el embajador de Estados Unidos en Nicaragua, Matthew Hanna, quien presionó al entonces presidente Juan Bautista Sacasa (1933-1936) para que nombrara a Anastasio Somoza García como jefe de la GN, desde donde fraguaría el crimen de Sandino y el golpe de Estado con el que ascendería al poder.

Como ha sido en la experiencia histórica latinoamericana y del tercer mundo, el nacionalismo popular y revolucionario fue la expresión ideológica y política que dio forma al movimiento de Sandino, al mismo tiempo que el cooperativismo agrícola fue otra de las manifestaciones prácticas desarrolladas por él para el campesinado, principalmente en la región norte, en el municipio de Wiwilí, destruido un día después del asesinato de Sandino por la GN. Luego, tras su muerte, el movimiento evoluciona en una corriente marxista-leninista con la fundación del FSLN en 1961. Esto se debió principalmente a los cambios en el contexto sociopolítico nacional y del mundo con la Revolución Rusa (1917), la reestructuración del capitalismo pos-crack de Wall Street (1929) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Estos procesos generaron nuevas condiciones dentro del movimiento iniciado por Sandino, y la dictadura de los Somoza (1937-1963/1967-1979) reforzó aún más el ideario antioligárquico y antimperialista que inspirara el gran héroe nacional.

La persistencia del FSLN como expresión histórica del movimiento popular nicaragüense tuvo su continuidad en la figura de Daniel Ortega desde su regreso al poder en 1979, quien se ha convertido en la manifestación política más clara dentro del sandinismo. Por esta razón, el sandinismo se ha reafirmado en términos políticos, reacondicionado a los tiempos democrático-burgueses de fin de siglo, y hoy sigue vigente como la primera fuerza política nacional. Tenemos sandinismo con Ortega, cuyo liderazgo descansa en su figura, ahora decodificado bajo el semblante de estos tiempos. La permanencia del lazo históricamente intrínseco con los sectores populares es un desafío que se renueva para la actual dirigencia del FSLN. Sandino representó precisamente esa relación entre las clases subalternas y el movimiento antimperialista, convirtiéndose en la expresión más genuina.

Sandino fue asesinado la noche del 21 de febrero de 1934, a la edad de 38 años, en un viejo baldío de Managua —junto a sus generales Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor— por Lisandro Delgadillo bajo las órdenes de Anastacio Somoza, quien, además, seguía instrucciones del embajador estadounidense Arthur Bliss Lane. Dos años después, el 9 de junio, Somoza derrocaría al presidente Sacasa, poniendo interinamente al liberal Carlos Brenes Jarquín a cargo de la presidencia y haciéndose definitivamente con el poder siete meses después, el 1 de enero de 1937, iniciando así la ‘dinastía somocista’.

Sandino encarna esa contrahistoria de la que nos habla Foucault. La sombra como metáfora de los oprimidos y desposeídos que trasciende a la metáfora misma. De los que se arrojan decididos a recuperar la gloria perdida, que no es otra más que la dignidad usurpada por los opresores y que Sandino sintetizó con una frase, precursora en la lucha por la liberación de nuestros pueblos: «No me vendo, ni me rindo. Yo quiero patria libre o morir». Liberar al pueblo y a la patria de esa oscuridad y de ese silencio que parecían perpetuos fue el compromiso que asumió Sandino y que lo llevó adelante hasta el momento de su vida. Y ese compromiso fue tomar la palabra y comenzar a relatar su propia historia.