Hay bandas indecisas frente a las exigencias de lo cool. Se trata de bandas que, aunque hayan conquistado todos los iPods del mundo, no pretenden definir una época; grupos que aparentan no desvivirse por su estatuilla en el santoral de la cultura pop, pero que reciben consejos de Bono y Bruce Springsteen; bandas de rock que no quisieran ser bandas de rock a la medida del cliché rocanrolero, pero que lo son; grupos como Arcade Fire cuya principal contradicción es tal vez su aceptación a prueba de contradicciones, una banda de rock que, en el fondo, es el sueño de un matrimonio de músicos.
Sobre las tablas, Arcade Fire se alinea como una tropa armada de tambores, panderetas, violines y guitarras, ensaya un look victoriano además de grandes máscaras, al modo de bobbleheads, que reproducen sus propios rostros, como si presentaran las caricaturas de sí mismos. Lo teatral y festivo siempre formó parte de la propuesta de un grupo cuyo primer álbum, por el contrario, llevaba un título funesto.
A partir del lanzamiento de su primer álbum, Funeral (2004), la agrupación canadiense se volvió una referencia inescapable, un sinónimo de inventiva, un sacudirse de las convenciones del rock alternativo para lograr una forma de comunión o una intimidad con un público que parecía tan lejano a los músicos como cercano a sus descargas digitales. Aquellas primeras diez canciones se atrevieron a recordar instrumentos que parecían haber sido olvidados en una bodega llena de discos anteriores al rocanrol: banjo, acordeón, cuerdas, contrabajo, arpa, clarinete. El primer esfuerzo de Arcade Fire fue volverse una máquina del tiempo y simultáneamente una rigurosa ensambladora de estilos. En Funeral pueden escucharse melodías folk, paisajes de guitarras reverberantes, explosiones sónicas y hasta ostentosas orquestaciones sinfónicas. ‘Neighborhood’, suite en cuatro partes, la conmovedora ‘Crown of Love’ o el contagioso himno ‘Rebellion (Lies)’, son todos temas con coros adictivos y visiones que, al momento de su publicación, eran como una promesa ante la modorra revisionista de una buena parte del rock que inauguraba el nuevo siglo más con redundancia retro que con audacia.
Por si fuera poco, esos diez tracks se convirtieron en el boleto de entrada de Arcade Fire a la realeza de la música pues, además de encabezar festivales, contaron con la aprobación inmediata de nada menos que David Bowie, David Byrne y U2, quienes los invitaron a sus escenarios y se sumaron a la fiesta teatral que supone un show de Arcade Fire. La banda fue etiquetada como indie aunque sonara a muchas cosas distintas —o quizá por eso— al mismo tiempo: pop clásico, canción francesa, punk, bossa nova, rock alternativo, sonidos acústicos y a veces cuenta con la atmósfera de un rock expansivo que roza lo progresivo. Aunque lanzado en septiembre de 2004, la grabación del primer disco de la banda se había hecho tres años antes.
En 2001, Win Butler y Joshua Deu, un amigo de la secundaria con el que luego asistirían a la misma universidad, se juntaron para ensayar. Empezaron a buscar nuevas experiencias y a reclutar a una variedad de músicos de Montreal como Dane Mills, Brendan Reed, Myles Broscoe y Régine Chassagne, a quien Butler había conocido en la universidad y había visto cantando jazz en una galería de arte. Chassagne, hija de inmigrantes haitianos que habían dejado la isla por violencia política, creció en un suburbio pobre de Montreal y mostró un gran talento musical desde niña: con un viejo órgano eléctrico aprendió a tocar por sí sola una parte de una sinfonía de Mozart. Luego de obtener un título en Comunicación, empezó a estudiar música en la universidad pero lo dejó por razones muy parecidas a las de Win Butler, quien se había retirado de la carrera de fotografía en Yonkers (EE.UU.) —no soportaba las tareas y el juicio de sus compañeros— antes de mudarse a Montreal. Butler nació en California, creció en Texas y vivió en Buenos Aires hasta que nació su hermano Will quien, más tarde, también formaría parte de Arcade Fire.
Chassagne y Butler encontraron más que química musical, primero se reunieron para ensayar, compusieron juntos una canción esa misma noche, se comprometieron en una fiesta de año nuevo y en 2003 se casaron en una finca de maples cerca de Montreal. Un año más tarde se lanzaría el primer disco de Arcade Fire. Pero en 2001 el grupo ni siquiera tenía ese nombre, era la época de los colectivos y la colaboración, la primera banda que armaron contaba con una formación variable, y Win Butler tenía la clara intención de aprovechar los caminos abiertos por bandas canadienses precedentes como The New Pornographers, Godspeed You! Black Emperor y, sobre todo, Broken Social Scene, una banda-comunidad con más de quince miembros que se había convertido en todo un fenómeno.
Butler, Chassagne y Reed se establecieron en un loft al norte de Montreal y allí, en el distrito de Saint-Laurent, comenzaron a pulir sus composiciones. Al inicio de los años 2000, Montreal, la ciudad más poblada de la provincia de Quebec, ofrecía, a diferencia de Toronto o Vancouver, arriendos muy atractivos que permitieron a una buena cantidad de artistas vivir ahí y contar con espacios atípicos así como tocar en bares o en fábricas abandonadas. En la ciudad se vivía un ambiente de creatividad artística que algunos relacionan con el Nueva York de los años sesenta o con el Berlín de los ochenta. En 2002, el colectivo que aún no había sido bautizado como Arcade Fire dio sus primeros conciertos en la Casa del Popolo; conciertos atroces, desprolijos, la banda cambiaba de instrumentos a cada rato, se privaban de un baterista y se cuidaban demasiado, sus melodías eran predecibles y más que de pop alternativo se trata de una banda que quería ser experimental pero que aún no encontraba su sonido.
Sin embargo, el descubrimiento de Owen Pallett, músico de The Jim Guthrie Band y The Hidden Cameras, empezó a transformar su suerte. Sabían que debían cambiar su propuesta, enriquecerla, así que integraron a Richard Reed Parry y a Sarah Neufeld, quien formaba parte de The Bell Orchestre; ellos se encargaron de darle un toque de romanticismo y lirismo a las siete composiciones que agruparon en The Arcade Fire, el primer EP que esta tropa de músicos grabó durante el verano, sin teléfono ni computador, en el granero de la casa de los Butler en una isla de Maine, Estados Unidos.
En esa misma época aparecieron las primeras tensiones entre los músicos. Win Butler se volvió controlador y obsesivo, y el cuestionamiento a sus ideas hizo que Myles Broscoe, Dane Mills y Brandan Reed tengan que dejar la agrupación. El hermano menor de Win, Will Butler, y Régine Chassagne, no obstante, se agarraron de la ambición y trabajaron cada vez más duro sin importar que los medios locales no hablaran bien del EP o que el público de Montreal los encontrara demasiado serios. Por un tiempo se les pasó por la cabeza la idea de irse a vivir a Bélgica, pero el éxito de la canción ‘Headlights Look Like Diamonds’ los convenció de que esa era la vía que debían seguir: un sonido infeccioso, como una marcha que crece sobre la marca insistente del bombo, riffs repetitivos e irresistibles y letras que hablan de dramas personales sin pudor alguno.
Las futuras estrellas de rock viajaron por tierra, desde Montreal hasta Carolina del Norte, durante catorce horas para reunirse con los ejecutivos de Merge Records. Fue ese viaje, así como la evidente pasión que sentían por la música, lo que más impresionó a la gente de Merge. La grabación de Funeral —y de ahí su título— estuvo atravesada por la muerte de varios miembros de las familias de los músicos, entre ellos Alvino Rey, abuelo de los Butler, músico de la era del swing y pionero de la steel guitar que había tocado con Elvis Presley y Dean Martin. La notoriedad que adquirió el álbum fue una gran sorpresa para todos aunque no son pocos los aspectos que hicieron de Funeral un disco muy impresionante.
El álbum cuenta con una composición refinada pero que no pierde su atractivo masivo. Las melodías son sencillas y muy eficaces, los coros atrapan, las cuerdas agrandan las canciones sin recargarlas y el acordeón les da un color poco utilizado. Además, se entretejen las voces de Win y Régine (de hombre y de mujer) en temas que alternan el inglés y el francés. Funeral, en definitiva, permitió que Arcade Fire desplegara un sonido diverso en el cual la canción francesa se topa con el pospunk. Armados de guitarras épicas, de un piano melancólico y luminoso o de un violín que alterna la delicadeza y la agresión, Arcade Fire inventó un sonido, o más bien tradujo una energía, que en algún momento se volvió indisociable de Montreal, capital mundial del retorno del indie pop al arranque de los años 2000. Sin embargo, fue en 2007 que un nuevo álbum mostró que el camino de la banda no era repetirse sino —un poco como hizo Radiohead— reinventarse o, más bien, reformular ciertas ideas ya anunciadas entre canción y canción.
Si Funeral podía escucharse como un adiós a la juventud, en Neon Bible (disco que muchos consideran su obra maestra) puede sentirse el peso del mundo sobre los hombros de la banda, sobre este disco crece una gran nube apocalíptica, no sin cierta ironía. En Black Mirror, Win Butler canta: «Mirror, mirror on the wall / show me where them bombs will fall» (espejito, espejto, muéstrame dónde caerán las bombas). Una dimensión más confrontativa de la banda se oye en este álbum que de algún modo desmintió la reputación (p)optimista que lo precedía. Sin embargo, el propio Butler ha dicho que temas de Funeral como la triunfal ‘Wake Up’ fueron escritas como una forma de agresión, como una manera de darle una bofetada al público y forzarlo a prestarle atención a la banda.
En 2011, The Suburbs, el penúltimo trabajo de Arcade Fire, sorprendió al ser galardonado con el Grammy al mejor álbum de 2010, título que la gran mayoría imaginaba en las manos de alguno de los favoritos: Lady Gaga, Katy Perry o Eminem. La nostalgia recorre este disco elaborado a partir de los recuerdos del Houston suburbano en el que crecieron Win y Will Butler. No se trata, sin embargo, de una nostalgia enfocada en estilos musicales, sino de una emotividad; el álbum muestra una madurez y seriedad que en temas como ‘Wasted Hours’ se aleja de cualquier tipo de sermón y una energía electrizante en canciones como ‘Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)’, a cargo de Régine Chassagne.
Arcade Fire es como una gran familia que de vez en cuando sale de gira mundial de la mano de Scott Rodger, el manager que la banda comparte con Paul McCartney y a quien se le atribuye mucha de su repercusión comercial. Aún viven en Montreal, a diez minutos el uno del otro. El matrimonio Butler-Chassagne sigue manejando el mismo viejo Volvo y vive en la misma casa que el éxito de Funeral les permitió comprar. El pacto creativo también sigue siendo el mismo desde el primer día: Win Butler es el líder de la banda, el que habla más alto, siempre ha sido visto casi como un dictador. No obstante —y podría decirse que siempre ha sido así—, las ideas de Régine son capaces de desafiar a Win y hacer que la banda encuentre nuevas rutas. En el más reciente disco de la banda, Reflektor (2013), fue ella quien jugó con la idea de mezclar ritmos e incorporar grooves caribeños. Los ensayos podían extenderse por horas hasta que en algún momento las caderas de Régine empezaban a moverse. Y aquello era lo único que podía convencer al resto del grupo de que las ideas iban cobrando forma y fuerza.
Reflektor, que es un disco doble aunque tenga trece canciones, empieza con la canción que le da nombre al álbum, en el tema participa David Bowie. Puede decirse que es un arranque ideal para un trabajo que en lugar de buscar un sonido ya transitado y confortable, se arriesga al punto de perder algunas de las características que habían hecho de Arcade Fire una banda asociada a la calidez o al (p)optimismo que sirvió para etiquetar sus primeros esfuerzos. En Reflektor, exquisitos momentos pop tropiezan con parajes de sonoridad caprichosa: la encantadora e íntima ‘Supersymmetry’ se cierra con seis minutos de efectos de cinta, por ejemplo. La participación de James Murphy, de LCD Soundsystem, aportó ciertos giros de estilo que más que hits para la radio apuntan a formas distintas de estructurar una canción. En este disco, Arcade Fire tiene un pie en la pista de baile y el otro en el abismo.
Es más, la agrupación, que en 2016 aún se encontraba de gira, luego de participar en las bandas sonoras de The Hunger Games y Her, siguió entendiendo y vendiendo a Reflektor como una travesía. The Reflektor Tapes, un filme on-demand para plataformas digitales, muestra a la banda mientras trabajaba en las ideas para el álbum en Jamaica, Haití y Montreal así como algunos de sus más grandes shows en Londres y Los Angeles. Como dice Win Butler en el spot que promociona la película, la cuestión es «estar abierto a ser conducido por un espíritu, la música es exactamente eso».