«Tropiezo hasta caer en el fondo frío del lenguaje».
Este es uno de los versos de Javier Ponce que Andrés Cadena utiliza para abrir su libro Altanoche, y que me servirá, en la primera parte de esta reseña, para realizar un acercamiento a este cuentario —reciente ganador del premio Joaquín Gallegos Lara—. El verso me remite a ciertos motivos que le otorgan unidad al libro: tropiezo, caída, lenguaje.
Tropiezo
Cada una de las historia de Altanoche está marcada por los tropiezos, por las decisiones equívocas, muchos de estos senderos son elecciones morales que fatalmente conducirán a sus protagonistas a encarar una realidad no deseada, y en muchos de los casos ni siquiera esperada: Gabriel hubiera querido seguir indefinidamente usando su cuarto de reclusión sin consecuencias (‘Altanoche’); o los narradores de ‘El muerto’ y ‘Un tipo de inercia’ hubieran querido dejarse conducir, torpemente, por el alcohol o su escasa voluntad en cada caso, o por el confuso deseo en ‘La importancia de la música’, pero el camino fue el elegido y las responsabilidades de las elecciones los alcanzan. A todos nos alcanzan.
Caída
Si de algo nos hablan los cuatro cuentos que conforman Altanoche es de la caída. Para algunos de esos personajes, es evidente su fallo, para otros no, pero todos encaran este descenso moral de manera voluntaria. ¿La caída voluntaria lleva al remordimiento? Creo que sí, pero el remordimiento puede tener diversas manifestaciones.
En ‘Altanoche’ —el cuento que da nombre al libro— un hombre llamado Gabriel construye, a espaldas de su familia, un sótano en donde mantendrá prisionera a una mujer durante varios años. Gabriel no dará muestras de arrepentimiento, pero para el narrador de esta historia, la vía hacia la caída es clara.
Al publicar la historia de Gabriel, el narrador sabe que socava aún más la relación con su esposa, y a pesar de ello lo hace, sabe a dónde lo conducirá su escritura, pero asume la responsabilidad, la publicación del libro es una falta menor si lo comparamos con el crimen de Gabriel, pero es un fallo, una caída, y el narrador asume el remordimiento sin dar paso atrás.
En ‘El muerto’, la atmósfera de la historia huele a caída. Hay una serie de escenas, desde el encuentro del cadáver hasta la escena sexual final, que crean un aire corrompido, envilecido. Para el narrador de ‘Un tipo de inercia’, la caída se halla en la impotencia, en la imposibilidad en primer lugar de impedir lo que sucede y luego de callar lo acontecido. La caída en ‘La importancia de la música’ radica en el intento de seducción de su cuñada, pero en este caso el remordimiento se parece extrañamente a una especie de felicidad.
Lenguaje
Una característica general y sobresaliente del libro es el lenguaje. La elección de cierto nivel del lenguaje para cada cuento hace que la anécdota en la que se sostiene gane en profundidad y eficacia. La distancia —el «fondo frío del lenguaje»— resulta vital para que las historias no terminen en efusiones sentimentales, sino en la profundización del sentimiento.
Las historias, todas construidas en primera persona, se van estructurando en un plano de separación hacia lo narrado sin perder el vínculo sentimental, sensorial, humano con lo que se cuenta, con lo terrible, lo miserable o lo escandaloso que pueda ser. El lenguaje, pulido, preciso y rico en resonancias logra una fluidez y nos atrapa en su devenir.
En apariencia, Altanoche está estructurado por cuatro historias separadas, pero existe una fuerte unidad en él, he analizado solo tres características básicas que lo evidencian, pero hay además otra que ata sutilmente las cuatro historias, y que ya se había visto en Fuerzas ficticias (2014), el anterior libro del autor: la violencia, en algunos casos esta se expresa de manera evidente y en otros más soterrada, más disfrazada pero igual de efectiva: el tacto invasivo es tan brutal como el encierro o las ataduras.
Los cuentos
En esta segunda parte me permitiré anotar unos rasgos generales de cada uno de los cuentos del libro. En ‘Altanoche’, el cuento más largo publicado hasta la fecha por Andrés Cadena, sobresale el tono alcanzado, que me parece un notable logro estilístico. El tono crea un aire confidencial con el lector.Así, a pesar de ser la historia de un secreto terrible y de penosas consecuencias, consigue un acento cercano, como el que existe cuando una persona devela un secreto a otra ante una copa de vino en una mesa solitaria; ese tono cercano, íntimo, como digo, es el que hace que las cosas que se van narrando, que vamos entreviendo, y de las que nos enteramos con estupor, sean tan penetrantes para el lector. La narración es rica en referencias a la novela negra, y tiene una estructura compleja y envolvente.
La apertura del cuento ‘El muerto’, en la que vemos un cuerpo yacente en la playa, genera, de inicio, el peso de lo dañado, de lo putrefacto, de lo mórbido, y esa sensación se va profundizando a través de las «aventuras» de los chicos y el narrador, y se cierra con esa especie de juego voyerista, obsceno —¿la mirada salva o corrompe?—. En este caso la narración está llevada a desembocar una sensación visceral por parte del lector, algo que percibes pero que no está dicho, algo interior, oculto, o entrevisto, que sabemos está ahí, bajo la línea de flotación.
‘Un tipo de inercia’, es uno de los grandes relatos de Cadena. Una historia con diversos registros a través de las diversas atmósferas y de la construcción de los personajes. El restaurante, la casa-taller de Frank, los bares se van configurando no solo como espacios sino también como vínculos emocionales y psicológicos de sus habitantes. Hay dos personajes centrales: el narrador, que termina siendo un testigo casi inerte de las cosas que pasan a su alrededor, y no solo me refiero a su inútil intento de intervenir en la orgía que presencia, sino en cada una de sus apariciones, esa cualidad de testigo, de testigo sin voz ni presencia real, lo vuelve perfecto para la materia del cuento. El personaje de Shirley es un verdadero logro, hay tantas aristas en ella como construcción narrativa que permite ampliarla imaginariamente tanto en su biografía como en su conducta, transformándose en una presencia poderosa del relato.
El deseo es la marca señaladora del cuento ‘La importancia de la música’. Pero es un deseo lánguido, no la angustiosa necesidad sino una inquieta posibilidad. Es más un deseo nostálgico y melancólico, un fulgor de lo ido y lo pasado que un fuego presente y arrebatador. Hay, como en todo el libro, un manejo atmosférico muy conseguido, los diálogos correctos, sugerentes, que dan apertura a la historia a través de lo no dicho, de esa importante materia narrativa que es el silencio.
Sorprende a lo largo de todo el libro la cantidad de recursos manejados en la búsqueda de una estructura eficaz del cuento y de las que ya hemos hablado: las estructuras bien conectadas, los saltos temporales, creación de personajes, ritmos narrativos dosificados con eficacia, sutileza lingüística, y una rica trama de sugerencias en todos los relatos que bien podrían construir unas historias paralelas; los diálogos muy bien construidos, fluidos, necesarios. Todas estas cosas están sostenidas por un elemento que es uno de los básicos de este libro: la prosa, siempre clara, rítmica, a veces poética, muy cuidada, muy pensada, prosa que logra narrar, cualidad de la que muchas veces se habla pero que tantas veces extrañamos en la narrativa actual, esa prosa conduce al lector con firmeza, como un buen guía en la lectura de las historias, en el descubrimiento de ciertas esencias humanas que nos rodean y que a veces nos negamos a ver.
Los seres humanos interactuamos y compartimos vivencias, y a la vez nos encerramos en el silencio de nuestras propias cárceles mentales. La literatura ha buscado desde su origen abrir el cerrojo de esas prisiones, las palabras intentan liberarnos de esas penas, culpas y caídas que todos arrastramos, creo que estos cuentos de Altanoche continúan con esa interminable lucha.