En conversación con Nathalia Delgado
Imaginemos por un momento que la Alicia de Lewis Carroll, la del segundo volumen (Alicia a través del espejo) se para a ver su reflejo. Ahora imaginemos que detrás de ella aparece un nuevo espejo. Inmediatamente nos invade una enloquecedora paradoja: Alicia tiene una figura y un reflejo, y la figura un segundo reflejo y el reflejo una segunda figura, y ambas se siguen sucediendo en una maravillosa progresión fractal que haría las delicias de filósofos y psicólogos. Un juego parecido nos proponen Julián Martínez y Natalia Delgado, él, autor y director, ella, actriz del monólogo Ella Coneja.
Para mejores señas, detalles y explicaciones, hay que decir que Julián es doctor en Filosofía, y Natalia una actriz en formación con estudios en Malayerba. Actualmente, además, Natalia es discípula de Julián en la Universidad de las Artes. Nada de esto viene al caso para efectos de opinar sobre la obra, sino por el acentuado aroma autobiográfico que emana… A compartir.
La trama: «Una joven mujer, veinteañera, en su segunda adolescencia, se plantea la aventura de vivir desde el ejercicio de la duda». A lo largo de 25 minutos se censura, se decide, se cuestiona y duda. Duda de todo lo posible, de sus seguridades e inseguridades —lo que no la hace sentirse segura por default—, de sus virtudes, de sus defectos, hasta de su condición de persona duda, lo que la aboca a un arbitrio ‘zoopsicótico’: imaginarse su existencia como si fuera una coneja. Y desde esa condición de roedor, mastica y desmenuza un universo del que no escapa ni siquiera la intérprete. Natalia se separa de su personaje para dirigirse hacia la gente del público, a la que invita a dudar.
Una de las primeras acciones del personaje de Natalia es el de dar a notar la austeridad de objetos escenográficos y apela a la imaginación de la concurrencia para construir un escenario más teatral donde discurra la obra.
A estas alturas de esta breve puesta en escena, ya caigo en cuenta de la influencia de la formación filosófica de Martínez, lo que aprovecho para continuar disfrutando el espectáculo, tamizándolo en su propia tesis.Es decir que comienzo a dudar.
La actriz juega a dudar. Pero no sale tan bien librada de este recurso escénico. A experimentados actores y actrices que han intentado hacer uso de de él, que se han expuesto a la duda, la duda no les ha dado un ápice de tregua. Es decir:obliga a que la verdad escénica llegue a tal grado de honestidad que no admita dudas. «¡Qué contubernio!» —diría Mafalda—.
Cuando el espectador duda de lo dudado la duda no admite dudas. El enunciado no es un juego de palabras sino la sensación a las que nos va conduciendo Natalia, ella, coneja. Entonces nos asimos a los otros lenguajes teatrales…
La protagonista se coloca una máscara antigás, un elemento de potente carga semiótica, pero que le juega en contra, porque le resta claridad verbal. Ese obstáculo somete a la máscara a una vida escénica fugaz, privándola de sumergirse en profundidades simbólicas que podrían ser altamente estremecedoras.
El vestuario, por su parte, juega con la dualidad niña/adolescente. En ese juego de la edad se fortalece el fundamento del dudar, pero confunde la lectura del personaje y sus situaciones. Imaginando de esta manera se llega a la realidad: el amor de pareja (dudosa solución), y lo refleja el paradigmático acto de deshojar la margarita… «me quiere, no me quiere…». Es entonces cuando ella, coneja, decide quedarse habitando el metauniverso de su alter ego animal a perpetuidad.
Natalia sale de escenario, y el respetable duda del fin de la función, cerrando así el hecho teatral.
El mayor mérito de esta obra, que es la primera que Martínez —proveniente de Venezuela— presenta en suelo ecuatoriano, es someter todo a una honestidad descarnada en la que no preocupa lo bien o mal que le vaya al personaje/persona, si eso nutre la fijación de la apuesta temática. La escena puesta a las órdenes del pensamiento, sin caer en el género del absurdo.
Propuestas como Ella Coneja son necesarias porque son indagadoras, sin falsos arrestos intelectuales. Entre tanta duda, de algo quedo seguro, y es de sugerir ¡Váyasela a ver! Es una obra que no coquetea con el corsé del microteatro, ni con la ininteligibilidad del teatro conceptual o performático, mucho menos con la intransigencia del teatro enteléquico. Se trata de una obra sencilla, pero con profundidades, como de vez en cuando descubrimos que son nuestras vidas. ¿O no?