Durante la guerra de Bosnia, a principios de los años noventa, Susan Sontag (1933-2004) había llegado a Sarajevo convencida por su hijo, David Rieff. La insistencia del reportero se debía a que vio en la vocación teatral de su madre una de las formas de narrar la matanza de inocentes ante el mundo, y no se equivocó. Sontag montó en Los Balcanes la obra Esperando a Godot e invitó a sus amigos intelectuales de diversas partes del planeta a que se movilizaran. El único que contestó a ese llamado fue Juan Goytisolo (1931-2017), el escritor que falleció en Marraquech, donde estaba exiliado.
El periodista Alfonso Armada, editor de FronteraD y quien fue corresponsal de guerra junto a estos personajes recibió a Goytisolo con otro español que narró el conflicto, el fotógrafo Gervasio Sánchez. En su última visita a Quito, a fines de 2015, Armada recordaba que fueron unos «días de convivencia muy estrecha» porque todos estaban en el mismo hotel, con lo cual, se veían todos los días.
A Armada le impresionó que el novelista que había leído en su país —un hombre ya mayor entonces (Goytisolo había nacido en 1931, es decir que allí tenía 62 años)— se interesara en una guerra que podía costarle la vida. En ese momento, Sontag ya admitía en entrevistas que «la izquierda era un chiste» a escala mundial, recuerda Armada, quien recorrió Los Balcanes acompañado de Alma, una judía sarajevita, la misma intérprete del escritor recién fallecido. «Goytisolo hablaba de memoricidio, esa insistencia en borrar el pasado, como cuando pusieron en el objetivo militar a la Biblioteca Nacional de Historia en Sarajevo», recuerda Alfonso Armada en esta entrevista.
En julio de 1993, en medio de la guerra, Armada envió —al periódico El País, de España— el artículo «Juan Goytisolo escribe en Sarajevo el diario de un escritor avergonzado», donde explicaba: «El escritor español se sintió tan avergonzado de la actitud de las Naciones Unidas y la Comunidad Europea ante el genocidio de los musulmanes de Bosnia-Herzegovina que decidió ver con sus propios ojos y arriesgar su propia vida pasando 8 días en la capital bosnia, sometida a un cerco implacable por los radicales serbios de Radovan Karadzic desde hace 16 meses».
La respuesta que este grupo de intelectuales buscaba en esas tierras hostiles tenía un rostro aterrador, el del genocidio, y Armada describía el periplo del autor de Señas de identidad de esta manera: «Juan Goytisolo trata de pasar inadvertido por las calles de Sarajevo, aplastado por un voluminoso chaleco antibalas, que detesta casi tanto como el silencio de buena parte de la intelectualidad y la izquierda españolas ante el drama que se vive en Bosnia-Herzegovina, en pleno corazón de Europa (…) Para Goytisolo, la ceguera y el cinismo de la comunidad internacional ante la agresión y la limpieza étnica que se viven en Bosnia-Herzegovina es una actitud que Europa pagará cara».
El presagio, vemos ahora, se cumplió, y, para entonces, Goytisolo ya vivía la mayor parte de su tiempo entre sus casas de Marraquech y París. Armada habla de que las discrepancias del escritor con el franquismo provocaron su exilio, «que se convirtió en él en una forma de vida, ya que decidió mantenerlo, y no volver nunca del todo a residir en España, cuando se extinguió el régimen del general (Francisco) Franco (1892-1975)».
Armada, quien nunca había descuidado el periodismo cultural —de ahí su especial atención a los artistas desplazados por las balas—, escribía crónicas de guerra a la vez que daba forma a sus diarios íntimos, los que compiló en el libro Sarajevo (Malpaso, 2015), uno que suele autografiar con dibujos que ilustran sus dedicatorias. Allí se publicaron algunos fragmentos citados en esta introducción.
Sontag, Sánchez, Armada y Goytisolo se hospedaron en el hotel Holiday Inn, de la capital bosnia, donde también estuvo alojado el escritor colombiano Mauricio Becerra, quien 4 años más tarde recordó, en el diario El Tiempo, de Bogotá, que «Goytisolo cubría como reportero el conflicto de Sarajevo y hasta entonces había descubierto realidades impensables (…) como que las raciones de comida para las familias se daban con cuentagotas, con el ánimo de ejercer una presión sobre el gobierno, o como que las cartas de auxilio que gritaban desde adentro a veces nunca llegaban (a su destino)».
La gente, incomunicada, suponía que los periodistas podían llevar la correspondencia a sus familiares o amigos que vivían más allá de Sarajevo, por lo cual las dejaban en el hotel que ya tenía la fachada completamente destruida.
A Goytisolo le decomisaron un centenar de esas misivas desesperadas en un aeropuerto y tan solo le permitieron llevar 5 fuera del país. Su compromiso era tal que intervino en una necesidad de las víctimas, pero su obra —en crónica y novela— sería el verdadero legado de su incursión en el conflicto. Cuadernos de Sarajevo fue el relato testimonial de lo que había visto en su primera visita. Y El sitio de los sitios fue el relato de ficción sobre lo que lo había aterrado en dos visitas posteriores.
El escritor español —que falleció el pasado 4 de junio, a los 86 años— había perdido a su madre a causa de una bomba que la aviación franquista arrojó durante la Guerra Civil Española, pero eso no lo hizo desoír a los desplazados de Los Balcanes ni a otros, de todo el mundo.
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La era digital ha hecho que los editores pretendan que sus reporteros sean ‘hombres orquesta’, que toquen varios instrumentos al mismo tiempo: escritura, redes sociales, fotografía y video… «De esa forma, al final, lo haces todo mal», dice Alfonso Armada (Vigo, 1958), para quien la edición de un trabajo es fundamental y que haya alguien dedicado a escribir sobre un hecho junto a otra persona que se dedique a fotografiarlo. «Hay que tomarse el tiempo para hacer cada cosa porque creo que la forma de contemplar la realidad a la manera del periodista o plumilla, como decimos en España, es distinta a la del fotorreportero. Y el diálogo entre uno y otro puede dar un resultado mucho más rico».
¿Cómo era su trabajo con el fotógrafo Gervasio Sánchez en Bosnia?
Nos conocimos allí, en Sarajevo. Yo iba solo y lo que hacía el periódico era contratar fotos de agencias (Reuters, Associated Press, EFE o France-Presse). Gervasio iba como freelance, colaboraba con el Heraldo de Aragón, que es su periódico madre, en Zaragoza, y, como nos caímos bien, comenzamos a trabajar juntos. Creo que muchas historias están más redondas o completas porque tienen su foto y mi texto.
En el libro Sarajevo, por ejemplo, está la historia de ‘El guardián de las ruinas’, que era un niño que descubrimos jugando con los restos de la Biblioteca Nacional, que fue destruida. El tener la entrevista con ese chico y la foto, pues, completaba mucho más la historia de cara al lector. La del periodista y la del fotógrafo son dos formas de mirar al mundo que, unidas, tienen un resultado mucho mejor.
También convivían frente a las balas…
Yo no conduzco, entonces, en otros dos viajes que hice a Bosnia contraté un coche, de alguien que Gervasio conocía. Por eso casi nos matamos, porque tuvimos un accidente en el río Neretva, nos salvamos de milagro. Pero era un buen complemento: yo escribía; él conducía, hacía las fotos y también hacía textos, tenía un poco de hombre orquesta, pero es complicado hacerlo todo bien aunque haya gente que lo hace, excepcionales como él, que lo lograba.
¿Cómo fue el accidente que tuvieron?
Lo más estremecedor, mientras se circulaba por las carreteras de Bosnia-Herzegovina, era cuando veías un control de carreteras abandonado, donde no había seguridad. Cuando había control, podía haber soldados más o menos malencarados y, en general, negociabas el paso. Pero en su ausencia, no sabías si había francotiradores emboscados, entonces acelerabas y, a veces, veías sobre el pavimento ristras de morteros.
Era muy temprano por la mañana y en esa prisa, con la carretera helada en parte, Gervasio perdió el control del vehículo y se fue contra el arcén. Fue una aventura después conseguir remolcarlo. Buscamos ayuda en pueblos de los alrededores, aparte mucha gente solo hablaba serbocroata y después recurrimos a un batallón español, que estaba ahí destacado para Unprofor, la Fuerza de Protección de Naciones Unidas. Luego de varios días desesperados porque no podíamos ni transmitir, conseguimos que remolcaran el coche, alquilamos otro y reanudamos la cobertura.
¿Ese fue el mayor susto que ambos vivieron estando ahí?
Hubo otros. Estábamos en Vitez, que era una localidad en el centro de Bosnia dominada por el Consejo de Defensa Croata (HVO) y nos robaron el coche, otro, a punta de pistola. Pensé que era una broma cuando vi que entraban a la casa donde estábamos alojados dos chicos jóvenes con un (fusil AK-47) Kaláshnikov y una pistola, apuntándonos hasta que también se llevaron parte de las cámaras de Gervasio.
Ese fue un momento, la verdad, fastidiado. Ellos esperaban que nosotros renunciáramos al coche y nos fuéramos, pero nos dedicamos a buscarlo durante varios días, hablando con todas las autoridades locales, incluso algunas mafiosas (de hecho, había un tal Yellow, así llamaban al hombre que controlaba toda la zona) y, después, mientras estábamos en una comisaría, de repente llegaron dos soldados que venían del frente y me pareció que uno de ellos era quien nos robó. Cuando le mencioné lo del coche me arreó un bofetón que me tiró las gafas. Me sujetaron y fue otro momento especialmente delicado.
Después de varios días de insistir, había un batallón británico y conseguimos recuperar el coche porque ellos nos dieron escolta blindada, dijeron que nos fuéramos enseguida y salimos de Vitez hacia el sur de Bosnia, sin mirar atrás.
La historia en Los Balcanes es tan complicada que constituye casi una enciclopedia en sí misma…
Hay una frase famosa de Winston Churchill: «Los Balcanes generan más historia de la que son capaces de digerir», y es verdad. Buena parte del drama en la antigua Yugoslavia, y sobre todo de Serbia, es que esta última base toda su ideología, mitología nacional, en la derrota que sufrieron en el año 1300 en el Campo de los Mirlos. Entonces, es algo increíble que una batalla de hace tantos siglos todavía forme parte de su imaginario nacional.
Cuando se inició la guerra de Bosnia, había un memorándum que circuló en algunos ámbitos intelectuales en Serbia diciendo que ya era hora de que los serbios dejaran de ser los perdedores. En su mitología, querían recuperarse: donde hubiera una tumba serbia, querían que eso fuera Serbia, además con un discurso suprematista, de limpieza étnica y ya entonces se dijo que la puesta en marcha de ese memorando sería un genocidio, lo cual se cumplió.
Pero es un genocidio que no ha sido reconocido como tal por todas las partes…
Por Naciones Unidas, sí. Pero hace poco tiempo hubo una resolución sobre eso, y Rusia, aliado tradicional de Belgrado, la vetó. Hay un cierto consenso internacional de que sí hubo una política sistemática de limpieza étnica de un grupo concreto, pero hay mucho más que hablar ahí.
En L’Escala, una localidad de Gerona en Cataluña, entrevisté hace poco [en agosto de 2015] a Boban Minic, quien fue un locutor, un periodista que estuvo mil días durante el cerco trabajando en la radio. Ha perdido en parte su voz porque tenía que estar hablando todo el tiempo, durante horas y horas y tenía un vasito de agua para todo el día. Él cuenta todas sus vicisitudes de la guerra en el libro Bienvenido a Sarajevo, hermano (Icaria, 2012) y le pregunté si la de Bosnia era una guerra étnica. Dijo que al principio no era una guerra civil ni una guerra étnica ni una guerra religiosa, pero con el paso del tiempo se convirtió en una guerra civil, una guerra étnica y una guerra religiosa.
Cuando llegué a Sarajevo, en 1992, todavía, y pese al conflicto, era una sociedad multicultural. En el centro de Sarajevo veías que la sinagoga estaba junto a la mezquita, a la iglesia ortodoxa y la católica. Las minorías convivían de forma armoniosa. Eso se fue degradando a medida que la guerra fue avanzando.
Al principio convivían y combatían juntos serbios, croatas, musulmanes y judíos pero eso se fue complicando. Y quienes provocaron la guerra fueron los radicales serbios. Cuando preguntan quiénes tienen más responsabilidad, pues con informes de Naciones Unidas bastante ecuánimes se puede decir que fueron los serbios, también los croatas y, en último lugar, los bosnios que también cometieron atrocidades, es verdad, pero en una escala muchísimo menor porque fueron las principales víctimas del conflicto.
¿Qué papel juega la reportería de guerra frente a estas incertezas?
Esto te obliga a extremar las cautelas, a ser lo más riguroso posible y a contextualizar. Un problema que tiene a veces la cobertura de guerra es que se recrea demasiado en el morbo de la sangre, la muerte y el peligro y se olvida de explicar las causas, los orígenes, el contexto político, económico, histórico y cultural de todo.
El periodismo debe siempre tratar de ir más allá de la anécdota del día. Si en la sociedad civil contemporánea, nuestra —en Quito o en Madrid, en una situación de paz relativa o democrática— se miente sistemáticamente (mienten los poderes y sus opositores), hay un juego de mentiras, omisiones y medias verdades; en la guerra la mentira es moneda de cambio, todos mienten sistemáticamente. Cuando hay declaraciones de militares, siempre mienten sobre las bajas propias, las enemigas o sus avances, con lo cual no te puedes fiar de nada. Como cronista, esta situación te obliga a poner en duda todos los comunicados y lo que he aplicado, casi como receta, es tratar de contar lo que veo. Hablar, sobre todo, con la gente más cercana. Eso le facilita al lector lo que es una de las cuestiones fundamentales del cronista y el periodista: ponerse en lugar del otro.
¿Qué le admiró más de estar junto a Sontag y Goytisolo en la guerra?
Su valor cívico, el no darse importancia a sí mismos, no convertirse en una especie de figura heroica sino de hablar, sobre todo, del heroísmo de la gente que resiste día a día. Porque a fin de cuentas, gente como ellos y nosotros, los periodistas, teníamos un billete de salida, un pasaporte para volver a nuestro país. Podíamos tratar de vivir y compartir parte de las dificultades o ir cada día a un lugar donde te puedan matar, pero al final te ibas, no era tu historia. Puedes acercarte al máximo, compartir muchas cosas, pero no es lo mismo que viven las víctimas, evidentemente.
Alma, la intérprete de Goytisolo, también los acompañó a usted y a Sánchez…
En ese trabajo era necesario que entienda lo que necesitábamos, que sea exacta en sus interpretaciones y fiel a lo que le planteas. En eso, los tres tuvimos mucha suerte con ella, que era una judía de Sarajevo.
En Elogio del olvido (Debate, 2017), David Rieff cuestiona la idea de que la memoria es un deber moral, justo y reparador. El libro es una ampliación de Contra la memoria (Debate, 2012), donde el periodista abarca lugares en los que la presencia del pasado provoca enemistades, como la antigua Yugoslavia, Irlanda o Israel.