Generoso con su sonrisa y su tiempo, Álex Grijelmo (Burgos, 1956) va repartiendo firmas entre quienes se acercan a sus dominios. Minutos antes ha hablado en uno de los salones de la Feria del Libro de Guayaquil sobre su mayor pasión, la gramática, de ahí que no sorprendan las preguntas que con manifiesto interés formula a los lectores que lo abordan: «¿Baquerizo con be (‘b’) o con uve (‘v’)? ¿Xavier con equis (‘x’) o con jota (‘j’)?». Zanjado el enigma, va rubricando cada ejemplar con escritura impoluta.
Su pulcritud le ha conferido, inmerecidamente, una aureola de antipático que va desvaneciéndose conforme el hielo se rompe. Entre risas y bromas se deja arropar por el cariño de los presentes que no escatiman en elogios.
«Qué agradable ha sido», suelta emocionada una de sus confesas lectoras mientras espera su turno para la fotografía de rigor.
Las perífrasis, los sintagmas y los pleonasmos son menos tenebrosos gracias a su pluma, cuya producción ha sido tan copiosa como las ideas que va desgranando con maestría sobre uno de los muebles del lobby (cuidado con los anglicismos, diría él) del Centro de Convenciones de Guayaquil.
Licenciado en Ciencias de la información, doctor en periodismo, creador del Manual de Estilo de diario El País, escritor, columnista y amante de la buena escritura, Álex Grijelmo es toda una autoridad en la lengua. Él entiende que el lenguaje es dinámico, por eso no se opone a las concesiones que hace permanentemente la Real Academia de la Lengua Española, sin embargo, en algo sí es categórico: «Los extranjerismos son depredadores».
A ellos les dedica una frase que parece más bien un axioma: «El problema no es que lleguen (los anglicismos), sino que se rodeen de cadáveres». ¡Cadáveres! Así les llama a aquellos vocablos que han sido devorados sin empacho por los carroñeros anglicismos: fútbol se comió a balompié; show a espectáculo; chequear a verificar; coach a preparador; friki a chiflado, y la lista puede estirarse tanto como él estira su día («son las cuatro de la mañana ahora en España», dice visiblemente agotado, aunque sin halo de acritud) para atender al séquito de periodistas y de ‘pupilos’ que pugnan por arrancarle una palabra, una oración, una entrevista…
¿En España se habla mejor que en América Latina?
Los españoles que venimos a América siempre nos sorprendemos gratamente de lo bien que se habla aquí.
Usted dice que no confía en los políticos que le dan patadas al lenguaje. A Rajoy le han glosado tantos lapsus línguae que han corrido ríos de tinta sobre sus exabruptos. ¿Podemos colegir que no confía en Rajoy y que asume que Vargas Llosa pudo haber sido un buen presidente?
Esa sería una simplificación, pero yo me fío más de las personas que hablan bien que de aquellas que no saben expresarse y eso lo mismo para un político que para el carnicero porque si el carnicero no nombra bien los tipos de carne que me vende empiezo a desconfiar de él. Yo creo que las palabras son la ropa que se ponen nuestras ideas para salir a la plaza pública, de ahí que si alguien va mal o bien vestido te formas una opinión de él.
Cuando Einstein visitó España en 1923 la gente estaba pletórica con su llegada, aunque pocos, incluidos los periodistas, entendían lo que había descubierto. La gramática puede ser tan abstrusa como la física, pero usted con sus libros y con la Fundéu, institución de la que es fundador, ha bajado la barrera léxica y con ello simplificado el trabajo en una redacción. ¿Cómo nace la Fundéu? ¿Está consciente del papel de facilitador que ha adoptado?
Yo era presidente de la agencia EFE y suelo contar en broma que monté la Fundéu (suelta una carcajada) para no tener que responder a todas las preguntas que me hacían. A veces me llamaban de un periódico, de Galicia, y me decían: «Estamos aquí, tenemos una discusión y te llamamos para que seas el árbitro porque nos hemos apostado una cena. ¿Se dice de esta forma o se dice de esta otra…?». En realidad queríamos prestar un servicio a los periódicos, sobre todo anticipándonos a los problemas porque hacemos las previsiones de todo lo que va a ocurrir, y si va a haber un campeonato de natación, hacemos antes un informe de cuáles son los anglicismos que se usan en ese deporte, o si va a haber una cumbre internacional sobre el clima, nos anticipamos y eso lo podemos hacer con una visión periodística, pero siempre quisimos que la Fundéu estuviera ligada a la Academia, no queríamos ser un poder autónomo ni contra la Academia; siempre hemos estado bajo la supervisión de la Academia.
La lengua es dinámica, cada día la RAE incorpora nuevas palabras, sin embargo en los últimos 500 años no se ha inventado ninguna preposición ni ninguna nueva conjugación verbal, ¿podría decirse entonces que hubo un punto de inflexión recientemente con la licencia concedida por la RAE para el uso del imperativo ‘iros’, en un claro agravio al noble y aristocrático ‘idos’?
No, no creo, hay fórmulas vulgares que acaban imponiéndose, ahí tenemos la palabra cocodrilo, que etimológicamente debería ser ‘crocodilo’, o murciélago, que debería ser ‘murciégalo’. Ha habido variantes populares o vulgares que han ido imponiéndose a la variante culta. El imperativo lógico del verbo ir debería ser ‘íos’ y la ‘d’ se impuso allí por comodidad fonética, aunque la ‘d’ ya rompía el paradigma, entonces es una rotura de un paradigma que ya se había roto, lo cual no es tan grave porque, en todo caso, siempre nos quedará el estilo. Aunque la Academia acepte ‘iros’, una persona culta, cultivada y que quiera expresarse bien escribirá ‘idos’, lo que pasa es que el lenguaje oral es más permisivo. Siempre se pone el caso de ‘idos a la mierda’, y ya nadie dice así, y lo mismo sucede con otras expresiones menos elegantes.
La Universidad de Michigan ha puesto de manifiesto, mediante un estudio, algo que ya se sospechaba: las personas obsesionadas con la ortografía son las más odiosas. ¿Cómo un corrector convive con eso? Y cuando encuentra gazapos en los libros de sus amigos, ¿se los dice?
Sí, se los digo, y ellos también me lo dicen. Yo me equivoco igual que todo el mundo, y me encanta que alguien diga que me equivoco si lo dice para ayudarme. Cometo errores sobre todo cuando estoy relajado, con los amigos. Como burgalés (gentilicio de Burgos, su ciudad natal) soy laísta [uso de ‘la’ y ‘las’ en función de complemento (objeto) indirecto]. Cualquier persona que se obsesione con algo es odiosa, no hay que obsesionarse con nada, ni siquiera con algo tan importante como la ortografía. Hay que cuidarla, cultivarla y darle el lugar que se merece pero sin obsesionarse. En la cultura de El País (periódico donde colabora) siempre está eso de que alguien puede decirle al otro «oye, ten cuidado que eso está mal» y al final se agradece.
Entre sus escritores, poetas y periodistas predilectos están Delibes, Cela, García Márquez, Celaya, Pino, Juan José Millás; Dehesa, Barriuso, Lapesa, Perejil, Ordaz… Y cita una docena más de nombres en sus entrevistas, pero no menciona a nadie del género femenino. ¿No se siente cautivado por las letras de alguna mujer?
No me había dado cuenta de eso, lo que pasa es que tengo 60 años y hablando sobre libros de mi vida suelo mencionar los que leía en la adolescencia y en ese tiempo las mujeres no publicaban tanto como ahora, pero debo haber citado alguna vez a Enid Blyton. Me hizo grandísimos favores quien tradujo sus libros porque estaban muy bien escritos. Era lector también de Gabriela Mistral y en algún sitio debo haberla mencionado. Me estoy acordando ahora de que en la universidad hice un trabajo voluntario, no porque me lo pidieran, sobre ella, pero sí hay grandes autoras, lo que pasa es que las veo como amigas (salta el nombre de Rosa Montero), y los escritores que menciono me marcaron en la adolescencia. Las mejores canciones de Serrat (Joan Manuel) son las de su primera época, las ha hecho buenísimas ahora, pero las primeras son las que nos han marcado y acompañado en la vida.
¿Serrat sería un buen candidato para el premio Nobel de Literatura? ¿Qué le pareció la elección de Bob Dylan?
Serrat sería un magnífico candidato para el premio Princesa de Asturias de las Artes; lo de Bob Dylan no me pareció mal.
En su columna ‘La punta de la lengua’ advierte sobre el libertinaje en la utilización de sinónimos, y en una entrevista donde disecciona las palabras ‘ingresar’ y ‘entrar’ aclara que hay diferencias entre ambas, cuestión que el diccionario no contempla. Ante esa finura, ese bagaje acumulado, muchos nos preguntamos por qué usted no ocupa una silla en la Real Academia de la Lengua.
En la aplicación del lenguaje no es lo mismo ‘entrar’ a un hospital que ‘ingresar’ a un hospital, y eso el diccionario no lo recoge. En la Academia hay magníficas personas, lingüistas a los que respeto, pero esa es una pregunta que no quisiera contestar porque uno puede quedar como un prepotente que se cuestiona «cómo es posible que no me hayan llamado». Es un honor para cualquiera, pero no me puedo considerar candidato porque eso sería presentarme con ínfulas, y tampoco puedo decir que no me interesa porque puede parecer que estoy menospreciando a la Academia. Es una pregunta en la que quedo atrapado.
¿Todavía está vacante la silla ‘M’?
No tengo ni idea. Sé que había dos candidatos, Rosa Montero (escritora y periodista) y Carlos García Gual (escritor y filólogo), que eran magníficos aspirantes, pero se dio la circunstancia de que empataron.
Arturo Pérez-Reverte está allí…
Me parece bien, es un magnífico escritor, lo conozco hace muchos años y hemos coincidido haciendo periodismo. Es un escritor que vende muchísimos libros, es un buen escritor y además periodista de formación.
Procrastinar y resiliencia fueron las palabras más consultadas en el DRAE el año pasado y ambas pertenecen a la jerga de la psicología. ¿Cuál es su lectura sobre esa rara casualidad?
Procrastinar ya estaba en el latín y resiliencia también es una palabra de relativa antigüedad, lo que pasa es que a veces se activan por el influjo del inglés, como sucedió con empoderar. Son palabras que ya estaban en el castellano, pero, de repente, una traducción literal del inglés las reactiva. Algunas nuevas ciencias en términos relativos están adquiriendo mucha importancia en estos tiempos, como la sicología o la sociología, materias que en el siglo XIX no tenían tanta presencia como ahora y no aportaban tantas palabras, pero la psicología es importante ahora porque vamos mucho al psicólogo (sonríe).
¿Qué le enamora de las palabras, su fonética o su semántica?
La fonética me importa mucho. Casi todas las onomatopeyas, las palabras que tienen que ver con el sonido. Me gustan susurro, bisbiseo, triqui-traca, tilín-tilín, y puedo seguir con la lista, pero, de verdad, estoy muy cansado.