Todo está sucediendo muy rápido en Game of Thrones, lo que resulta un tanto extraño para una serie en la que el hijo de Gilly —la novia salvaje de Sam Tarly— ha crecido apenas dos años desde que nació en la tercera temporada. La idea de tener siete capítulos en la séptima ha tenido sus contrastes. Tal vez hasta el cuarto episodio, todo marchaba normal. El capítulo en el que Daenerys Targaryen tuvo que bajarse de Drogon porque lo habían herido con una ballesta gigante fue una batalla épica en la que el fuego de su dragón y sus guerreros dothraki arrasaron con las tropas Lannister, que venían triunfantes de Altojardín (q. e. p. d. Olenna Tyrell). Pero el clímax es algo que no puede estar ocurriendo todo el tiempo, y esta última temporada, que está llegando a su fin, ha estado llena de eso.
El ritmo de la serie ha sido claro, y el noveno capítulo fue siempre el punto más alto. Ocurrió en la primera temporada, cuando decapitaron a Ned Stark; en la segunda, con la batalla del Aguasnegras; en la tercera, con la Boda Roja; en la cuarta, con la defensa del Castillo Negro contra los salvajes; en la quinta, en Casa Austera, y en la sexta, en la Batalla de los Bastardos. Pero ahora las escenas épicas están ocurriendo cada dos capítulos: el asalto a la flota de Theon y Jara por parte de su tío, Euron Greyjoy; el ataque de Daenerys a los Lannister que van de vuelta a Desembarco del Rey, y el escape de la pandilla de Jon Snow cuando los caminantes blancos y sus espectros los cercaron al norte del Muro (q. e. p. d. Thoros de Myr, Viserion y los tres extras que aparecieron de pronto).
Es un coctel de acción, un Rápido y furioso medieval y eso es algo que no molesta mientras se emite el capítulo, pero una vez que acaba, queda la sensación de que algo falta. Y ese algo se llama desarrollo de la trama. En años anteriores, vimos cómo las relaciones se construían o se deshacían de forma orgánica. A Tormund ‘matagigantes’ le tomó casi treinta capítulos confiar en Jon Snow, y para eso hizo falta que este último decidiera ignorar la milenaria costumbre de no dejar que los salvajes crucen el Muro. Daenerys, por otro lado, estuvo cerca de dos temporadas sin poder controlar a sus dragones. Brienne de Tarth fue tomada prisionera junto a Jaime Lannister, en el medio, a él le cortaron la mano, y luego enfrentaron juntos a un oso. Eso tuvo que ocurrir a lo largo de toda la tercera temporada para que se hicieran amigos en esa escena en la que Jaime se sincera por primera vez en toda la serie, cuando le cuenta a Brienne por qué decidió matar al rey Loco, al que había jurado lealtad. Entonces, es natural que se sienta extraño el hecho de que Sansa y Arya Stark se estén amenazando de muerte a dos capítulos de reencontrarse en Invernalia; igual pasa con el nada natural (y además muy cursi) proceso de enamoramiento de Daenerys y Jon, en los breves recreos de sus batallas contra el ejército Lannister, los trabajos en las minas de Rocadragón y la búsqueda de uno de esos zombis que necesitan llevar a Desembarco del Rey para demostrarle a Cersei que hay una guerra más importante que la del trono de hierro, la que es entre vivos y muertos.
Esas faltas de cuidado en el guion (todo empieza desde que se escribe) coinciden con otro aspecto en el que los productores decidieron ignorar la percepción temporal de la audiencia: lo que se tardan los personajes en recorrer ciertas distancias. El sistema de mensajería más veloz de Westeros (los cuervos) parece tan instantáneo como un correo electrónico. Hacia el final del primer episodio, Sam descubre que hay mucha obsidiana (o vidriagón, elemento letal para los caminantes blancos) en Rocadragón, así que decide enviarle un mensaje a Jon Snow con esa información. El cuervo atraviesa el continente de sur a norte —un viaje que a caballo dura al menos dos semanas— y para el segundo capítulo, Jon Snow ya está decidiendo ir a Rocadragón, donde se ha establecido Daenerys. El Rey del Norte llega al inicio del siguiente episodio. La elipsis —es cierto— es un recurso válido (nadie cuestiona, por ejemplo, los milenios que transcurren en 2001: Odisea espacial mientras un hueso gira en el aire hasta convertirse en un transbordador), pero, más allá de que Game of Thrones siempre ha dejado que las cosas ocurran a su debido tiempo, hay cálculos necesarios que no se han hecho y que son imperdonables, como la velocidad a la que vuelan los dragones.
En otras temporadas vimos cómo los hijos de Daenerys iban más o menos a la misma velocidad que los barcos que la llevan, por ejemplo, de Mereen, en la Bahía de los Esclavos, en Essos, hasta Rocadragón, en Westeros. En el episodio 7×6, ‘Más allá del Muro’, Jon, Tormund, Jorah Mormont, Beric Dondarrion, Thoros de Myr y Sandor Clegane esperan apenas una noche hasta que Gendry corra por la nieve al Muro, envíe el mensaje de que los caminantes blancos los tienen atrapados, el cuervo viaje a Rocadragón —una distancia similar a la que hay entre Invernalia y Desembarco del Rey, que ya habíamos establecido que toma varias semanas— y Daenerys recorra el camino de vuelta en el lomo de Drogon, acompañada por sus otros dos dragones, Rhaegal y Viserion. Cuando llega, ha pasado menos de un día (y eso sin contar el tiempo que tuvo que tardar en ponerse ese vestido para climas muy fríos). En Game of Thrones hay mucha magia y animales fantásticos. Pero, hasta donde sabemos, las leyes de la física funcionan igual. De hecho, hay científicos que han desarrollado teorías para explicar la duración de los inviernos y los veranos, que se prolongan por años (dicen que para que esto ocurra, el mundo en el que se encuentra Westeros debe orbitar alrededor de dos estrellas, y no de una, como la Tierra).
Todo esto dista de otras decisiones tomadas para que las cosas calcen, como la inclusión de Talysa Maegyr, interpretada por Oona Chaplin (sí, la nieta). En los libros, ella no existe, y los eventos ocurren así: Robb Stark, que ya ha llegado con su ejército a las Tierras del Oeste (antiguamente el Reino de la Roca, donde gobiernan los Lannister), es herido en combate y es cuidado por Jane Westerling, perteneciente a una familia leal a Tywin Lannister. Y es de ella de quien se enamora y con quien se casa. Pero en la serie, Robb jamás salió de las Tierras de los Ríos, y los productores necesitaban que se casase con alguien (porque eso desemboca directamente en la Boda Roja) y que el Señor de Invernalia no tuviera que dejar el campo de batalla. Por eso fue creado el personaje de Talysa Maegyr, y además debía venir de otro continente, pues no tenía mucho sentido que una noble westerosi hiciera de enfermera en medio de la guerra.
Estos vuelos del tiempo les han quitado profundidad a los personajes. Dos ejemplos rápidos: Arya acababa de reencontrarse con su identidad y clamaba que era una Stark de Invernalia hacia el final de la última temporada, pero ahora actúa como un Hombre sin Rostro cualquiera, y Jaime se ha convertido en un ingenuote muy manipulable, lo que es demasiado para un hombre medieval que ha perdido la mano con la que usa la espada.
Una cosa es segura: a esta temporada le hicieron falta esos tres episodios.